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Paraguay

El golpe que sentimos

Crónica del entramado que permitió un golpe no convencional en Paraguay, en junio pasado. Desde las debilidades de un gobierno que nunca se atrevió a impulsar una reforma agraria y que se retiró sin dar pelea; pasando por la estrecha relación de los partidos políticos con las empresas multinacionales, hasta el decisivo peso de los propietarios de la tierra. Detrás de la sombra de una maniobra golpista, los laberintos de un presente que desnuda los riesgos de gestiones que no se atreven a afectar los intereses de los más poderosos.

estas horas nadie duda de que en Paraguay hubo un golpe
de Estado parlamentario que el pueblo no aceptó. A pesar
de haberse desilusionado de Fernando Lugo, la gente lo sigue llamando "el presidente de los paraguayos" para diferenciarlo de la investidura que ostenta ilegítimamente Federico Franco, "Presidente de la República del Paraguay". Nada justifica quebrar la voluntad del pueblo, aunque Lugo y sus colaboradores sabían que este era un final cantado para una gestión que no pudo cumplir con
el anhelo más deseado y necesario para la mayoría de los paraguayos: la reforma agraria.

Lugo había salido de San Pedro con el campesinado a cuestas, pero al llegar al Palacio de los López se "enmarañó" entre alianzas y tejidos que hizo a cada paso. Las fuerzas de derecha le cobraron un alto peaje
en su ingreso a la Capital. "Esto se llama consenso". Consensuar con los poderes económicos es terminar como Lugo: esa es la lección que volvió a darnos la historia. Esta vez en Paraguay.

La caricatura "legal" que mostró el Congreso más corrupto de América Latina para intentar disfrazar el quiebre institucional no resistió a la presión internacional ni tampoco pudo engañar a los ciudadanos guaraníticos.
Los disfraces se cayeron a pedazos cuando en menos de una
hora echaron al débil Lugo y juró la traición el vicepresidente liberal Federico Franco.
Quienes sí se mostraron tal cual son fueron los partidos políticos paraguayos. Se mostraron vacíos de estadistas y dirigentes, con muchísimas carencias, pero como excelentes
gerenciadores de los intereses de las multinacionales del agro (Monsanto, Singenta y Cargill).

Toda la cúpula política -los cinco partidos más importantes- son una bolsa de lobistas, socios e integrantes de esa minoría del 2% de la población
propietaria del 85% de las tierras paraguayas, algo así como 50 millones de hectáreas donde no sólo se cultiva la soja o el algodón transgénico, sino también cannabis
sativa. El ex obispo de San Pedro llegó al Palacio de los López bastante comprometido, sin estructura política,
con el respaldo de uno de los partidos tradicionales, el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), que no solamente tuvo que darle la vicepresidencia sino varios ministerios
y que, como buena organización paraguaya, es de derecha y tiene poco apego a la democracia. Basta recorrer su historia: Nació con las legiones paraguayas que pelearon a
favor de las tropas brasileñas en la guerra de la Triple Alianza, participó en todos los golpes, y en uno de
ellos también fue víctima. Las traiciones y el formato de factoría, y no de país, aún llevan en las insignias
los dirigentes encumbrados del maravilloso país mediterráneo del sur de nuestro continente.

Con este panorama, el gobierno de Lugo no podía ser otra cosa que la expresión de la debilidad ante las clases opresoras de la sociedad, que nunca lo consideraron Presidente y apenas lo nombraban como "el obispo rojo".
Pero Lugo tampoco pudo aprovechar el respaldo popular, nunca confió en las movilizaciones de los sectores que en ningún momento lo dejaron solo, y lo mostraron en la
fatídica tarde del viernes negro, el 22 de junio, cuando la sátira del juicio político sometido en pocos días
terminó en su destitución.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 111 - agosto 2012)

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Autor

Pedro Solans