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De libros, lectores y un librero como ninguno

La cofradía de la Hippie card

Hubo un hombre errante, de barba blanca y voz lijada por el tabaco negro. Ciruja selectivo, padre algo ausente, amigo de brazos inmensos, lector sin autores preferidos, coleccionista de papeles. Creador de un sistema que permitía llevarse libros y pagarlos "cuando se pueda". Se llamaba Oscar Néstor Galicchio. En un monasterio brasileño, al cual ni él sabía cómo había llegado, le regalaron el nombre de Zambha. Y ésta es su historia.

¡Se va la segunda! Suena una chacarera en el centro platense. Se escuchan guitarras, palmas y bombos; se ven brazos extendidos, gauchos que empiezan el cortejo y
chinas que seducen. La peña copó el ala izquierda de Plaza Italia. En la otra punta, el Dr. Cerebro y la Secre -con su show de circo- rebotan, juegan con aros, pasan la gorra y vuelven al ruedo. Entretienen a los que escapan del folklore, a los nenes, a los que se reponen de la noche de
sábado a fuerza de mates y galletitas.
En el medio, artesanos: cueros, alhajas baratas, juegos de ingenio, ropa tejida, velas, mates y alpaca de mil maneras. Todo en pocos metros, mezclado con olor a sahumerio, a pochoclo y pan relleno.
Y en el corazón de la plaza, una furgoneta amarilla cargada de cajas con libros: reciclados, encontrados,
regalados, comprados. Oscar Galicchio, pelo atado y ojos de chino, solía estar ahí rodeado de pibes que escuchaban sus historias, mientras circulaban el mate y la Hippie Card: un sistema de venta basado en la confianza. Esa tarjeta, que te permitía llevar el libro y pagar cuando
hubiera dinero o ganas de volver, hizo de su inventor el hombre más famoso de la plaza.

Pero Zambha -nombre heredado en un monasterio brasileño al que ni siquiera él sabía cómo había llegado- abandonó la feria de repente, culpa de un cáncer de piel. Fueron
meses de internaciones, operaciones y una casa llena de amigos. Los preparativos de su partida se vivieron con una tristeza camuflada con vinos, porros y carcajadas. Nadie
lloró, porque a él no le gustaba. La noche lluviosa del 27 de febrero, el pecho del trashumante se infló y se vació por última vez. Dejó una Volkswagen combi estacionada en
la puerta de su casa, un centenar de personas recibiendo la noticia por mensaje de texto, tres hijos de sangre
y una hija del corazón, una madre internada en el geriátrico y un nieto brasileño que nunca conoció.
Y dejó, en Plaza Italia, un puesto huérfano de padre.

***

-Este cáncer si no me mata va a ser una anécdota divertida. Un tropezón más en mi vida.

Zambha está semi acostado, tomando mate y revisando Facebook mientras responde preguntas a una estudiante de periodismo. Lo veo a través de un monitor. Corina Ghergo -su hija del corazón- me pasó el video; "para que le conozcas la voz", me dijo. La luz amarilla de una lámpara
rebota contra paredes lilas, pero no ilumina. Los cuerpos son apenas figuras de contornos oscuros. Resalta su barba blanca y el parche en el ojo.

-No tengo miedo de morirme. A veces dicen que soy inconsciente, que esto no es optimismo -se lleva una bombilla a la boca-. A mí me agrada pensar que hay un mañana más bello. Lo único que me preocupa es no haber fundado un pueblo. Suena un celular y se escucha un
ladrido, pero no se corta la conversación.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 111 - agosto 2012)

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Autor

Taiana González