Perdieron los patrones del hambre, los estancieros del ajuste y los gerentes del desempleo. Perdieron los gurúes de la autoayuda, los mentirosos del márketing, los canallas de la posverdad. Perdieron los timberos del dólar, los grandes evasores fiscales, los felpudos de los grandes medios hegemónicos.
Perdieron los patrones del hambre, los estancieros del ajuste y los gerentes del desempleo. Perdieron los gurúes de la autoayuda, los mentirosos del márketing, los canallas de la posverdad. Perdieron los timberos del dólar, los grandes evasores fiscales, los felpudos de los grandes medios hegemónicos. Perdieron los miserables de la Doctrina Chocobar, los vecinos del privilegio y el racismo, los chetos de barrio privado y sueños de un país para pocos. Perdieron los Santos Señores de los Mercados, los hipócritas que se cambian de camiseta según el soplo del viento, los oportunistas que negocian de espaldas a los humildes. Perdieron ellos, los dueños de un país de mentira que digitan a partir del veneno que inoculan desde cada día desde los medios corporativos.
Por una vez, perdieron los que portan un odio que huele rancio. Un odio profundo, de clase, de piel. Sólo saben odiar, y conviven todo el día con ese veneno fétido a flor de piel: para ellos, todos son vagos y a nadie le gusta trabajar. Para ellos, todes les pibes de barrio son delincuentes. A nada en el mundo le temen más que a perder algo de su propiedad. Enfermos de odio, sacados, peligrosos. No son terratenientes, tampoco empresarios: no llegan a eso. Pero esta gente disfruta con la distancia: podrá pagar fortunas en impuestos, podrán robarle sus ahorros a través de la devaluación del peso, la suba de tarifas o la inflación de todos los días, pero eso se lo bancan bastante si se cumple una condición: que existan otros muchos en peor situación. Que los de abajo no se acerquen a sus barrios, que no le pisen el césped, que no compren en el mismo almacén, que no usen el mismo celular, que no caminen por la misma vereda, que no consulten al mismo médico, que no se metan en política. Si esa brecha se mantiene y se agiganta, ellos estarán satisfechos, y gritarán desde la otra banquina del abismo que los otros son vagos, que no les gusta trabajar, que viven de los subsidios, que acá se acabó la joda, que cortan rutas porque les paga alguien, que protestan porque no saben agarrar una pala, que se vayan a su país o a su provincia o a su barriada o a su casilla, que esos se quejan porque no entienden que el país se hace trabajando, calladitos, agachando el lomo, ayudando al patrón y agradeciéndole...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada... ¿Por qué publicamos apenas un fragmento de cada artículo? Porque la subsistencia de Sudestada depende en un 100 por ciento de la venta y de la confianza con sus lectores, no recibimos subsidios ni pauta alguna, de modo que la venta directa garantiza que nuestra publicación siga en las calles. Gracias por comprender)
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