“Plantearme nuevos desafíos es mi manera de mantenerme sano”

El Chango Spasiuk sonríe en el frío porteño del mediodía. De negro hasta el cuello, está sentado en una de las mesas en la vereda del bar en Lavalle al 1500: justo enfrente de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música (SADAIC). El café pierde vapor, el aire se carga de bocinazos y motores de colectivos, pero el Chango de Apóstoles, Misiones, sonríe sin tensión: cada cinco minutos alguien lo reconoce y se le acerca. "¡Chango querido! Sos el mejor del acordeón", dice uno. "¿Te puedo interrumpir dos segundos? Quería saludarte, nada más", ruega otro. Y uno más: "Vos sos un genio. ¡El más grande que hay!".

El Chango estrecha manos, alza un pulgar, agradece y reconecta sus vibraciones junto a Sudestada, de cara a varios desafíos y gratificaciones en paralelo. El 21 de septiembre dará un concierto en el Teatro Coliseo (Av. Corrientes 860) para celebrar treinta años de trayectoria. De su primer concierto en el Festival de Folklore de Cosquín, el 27 de enero de 1989, "en donde fui consagrado. Esto me puso en el camino y fue el puntapié para grabar mi primer disco y comenzar una carrera profesional. Apostar, arriesgar, experimentar y llevar adelante mis ideas. No tengo más palabras, sólo agradecimiento. Este 2019 es para celebrar mis primeros treinta años de música".

Las búsquedas del Chango no descansan. Meses atrás presentó el innovador disco Pino europeo, en el que relee el universo de su clásico Polcas de mi tierra (1999) junto al compositor y creador de texturas electrónicas-folk Chancha Vía Circuito (Pedro Canale). El desafío de la renovación apasionada, con vientos, fuelle, memorias ucranianas, respiraciones misioneras recónditas y dulces secuencias digitales bailables. "En estos treinta años recibí mucho más de lo que esperaba. Me han pasado cosas que jamás habría imaginado: del desarrollo de mi música, de los lugares adonde llegué y de lo que aprendí a hacer. Es cierto que he arriesgado todo, pero me han devuelto mucho más de lo que esperaba y no cuelgo los guantes. Quiero más, si se puede. No por ambición comercial. Tengo más cosas que decir y hacer".

Aquí vendrá otro placer. Este año encaró una gira europea, "El chamamé, un rezo que se baila", junto a Raúl Barboza, uno de sus grandes referentes del acordeón. Y la retomarán desde fines de octubre hasta diciembre. "Tengo una admiración y un enorme respeto por él. Es una de las grandes influencias en mi música, así que es muy bello poder compartir esta gira con él. Raúl Barboza es una personalidad inmensa del acordeón en todo el mundo, no sólo del chamamé. En un tiempo diré: 'Estuve junto a uno de los más grandes, giramos juntos y disfruté de su compañía'".

Y otra aventura está en su mente, en sus dedos y en su memoria por llegar: el disco Hielo azul, tierra roja ("Blå is, rød jord"), que grabó este año junto al guitarrista noruego Per Einar Watle. "Él viene de Noruega, de la aurora boreal, de todo ese rollo, y yo de la tierra colorada. El disco es muy bello. Un encuentro muy legítimo y espontáneo". Hielo azul, tierra roja son dos mapas en un ensamble compartido...

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