Años setenta, astilleros Astarsa, al norte del Conurbano Bonaerense. Tiempos de huelga, lucha y organización. Tiempos de comisión interna, de referentes obreros, de confrontación y militancia. Martín Mastinu, el Tano, emerge en ese proceso como dirigente sindical y revolucionario, como ejemplo ante sus compañeros, como huella vital por recuperar. El historiador Federico Lorenz investigó durante años esta entrañable historia obrera, que vale la pena traer al presente.
De todas las imágenes posibles, empiezo por la de la victoria. Porque son los orígenes, son su entrada a la historia grande de las luchas sindicales de los setenta. La escuché de boca de los protagonistas, la vi en fotos, volvió del pasado en el crudo de un noticiero de mayo de 1973. Es la toma de los astilleros Astarsa, en los primeros días del gobierno camporista. Veo a los obreros en el portón del astillero, apiñados alrededor de sus dirigentes, que les cierran el paso al juez y a otros funcionarios que han llegado a dialogar con ellos. La planta está tomada como consecuencia de un accidente de trabajo.
El contraste es notorio: el juez, de espaldas o, cuando la cámara lo permite, de perfil, aparece correctamente vestido, de piloto, saco y corbata, peinado a la gomina aunque algo calvo. Habla pausadamente, intenta hacerse entender, cauteloso porque se sabe filmado por la cámara de Canal 9, se dirige a los huelguistas como "compañeros". Son tiempos de la tortilla en el aire, a punto de darse vuelta: parecería que basta soplar un poco. Frente a los funcionarios hay rostros cansados y serios: son los líderes de la toma. Uno de ellos frunce el ceño mientras lo escucha. Tiene puesto el uniforme de trabajo y, debajo, un pulóver a rayas. Se ha quitado un gorrito de lana que se ve en otras fotos, y el pelo crespo y abundante aparece algo desordenado. Tiene la barba crecida, se pasa la mano por la mejilla, reflexiona. Sigue con atención el discurso del juez. Tiene los ojos enrojecidos, pienso; llevan varias noches sin dormir, y una toma de fábrica no es un asunto sencillo: hay que controlar los accesos, organizar las guardias, mantener seguros a los rehenes, atender los múltiples frentes. Hay cansancio en sus ojos, pero también picardía y seguridad. Es que mientras escucha, desarma las frases, busca los recovecos sin haber leído a Foucault, se niega a la condición de desalojar el lugar para poder dialogar.
Ante una frase del funcionario, señalando además que no puede hablar frente a las cámaras, se alza un griterío entre los trabajadores. El delegado petiso logra que sus compañeros se callen. El funcionario intenta argumentar, pero el sindicalista le responde frases cortas: "Como usted se da cuenta, acá la fábrica la controlan los obreros"; "Por más juez que venga, esto no lo va a levantar ni el juez, ni la policía, ni nadie", le dice en la cara al juez, que ya llegó. No importa la frase incorrecta, es lo que significa.
¿Cómo es cuando las cosas salen? ¿Cómo es la Historia mientras se hace y no cuando es recordada como derrota o emblema? Al final, el delegado, que lo pudo saber, que ha invertido las jerarquías, interroga al juez: "¿Usted qué quiere saber, en definitiva?".
El que hace esa pregunta, fotografía de época, es el líder de la toma: el Tano Martín Mastinu.
(La nota completa en Sudestada Nº 125 - diciembre de 2013)
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