De lugares comunes está tapizada la escena política. En ese sentido, quizá no exista otro más concluyente que aquel que señala que una imagen vale más que mil palabras. Lo cierto es que no deja de tener actualidad: ver a Gerardo Martínez de regreso a la mesa chica de negociaciones con el Estado, repartiendo sonrisas ante los flashes de las cámaras, sentado a un costado de la máxima autoridad política argentina, no hace más que estremecer a cualquier observador informado. Secretario general de la UOCRA desde 1990, símbolo del sindicalismo funcional a la flexibilización laboral y ejemplo de un modelo que apostó por recortar de modo sistemático las conquistas de los trabajadores a cambio de jugosas prebendas, señalado también como fiel colaboracionista civil del Batallón de Inteligencia 601 durante la dictadura militar; el prontuario de Martínez confirma que los caminos del poder se bifurcan entre ciertas apelaciones discursivas que se jactan de rupturas, mientras que la siempre pragmática política de alianzas prefiere las continuidades.
Y si de continuidades escribimos, ningún otro modelo ha perdurado en el tiempo de un modo más intocable que el sindical. A la cola de candidatos y proyectos diversos, la burocracia sindical en Argentina supo mantener su cuota de poder, aun contra el descrédito generalizado ante el movimiento obrero, aun pese a su larga lista de oportunas genuflexiones y connivencias, aun con su tradición tan particular de traiciones y lealtades a cuestas. Los burócratas pueden bajar el perfil, esperar su momento, mantenerse en las sombras desde sus negocios, transformarse en socios clave de las patronales y, con el tiempo, retornar al escenario para la foto. Todos vimos esa foto. Y el que no se haya estremecido ante la imagen, nada conoce de la historia de una clase que no ha sido capaz aún de sacudirse de encima a la burocracia más rancia, ni ha logrado potenciar los mínimos (pero importantísimos) intentos de multiplicar una matriz sindical verdaderamente clasista, defensora de los intereses de los trabajadores, incorruptible y molesta para los dueños de todo. Surgieron decenas de experiencias de base, comisiones internas, frentes coyunturales, disputas en seccionales y avances esporádicos; pero los burócratas siguen allí.
Seguro, surgirán las voces pragmáticas de siempre. Esas que insisten en la necesidad de extender las alianzas sin reparar demasiado en el pasado miserable de sus aliados, como si fuera posible avanzar apoyándose en laderos cómplices de dictaduras, funcionales a explotadores, amigos de patrones y enemigos de los trabajadores. Como si fuera posible ocultar la hipocresía y el doble discurso detrás del argumento de siempre: los otros son peores, no queda otra, lo importante es la totalidad, hay que mirar el proceso en general, que el árbol no tape el bosque, y tantas cobardías parecidas. Ahí está esa foto. Como una afrenta, como una alarma, como el relieve trágico de una historia que ya no cuenta con miles de obreros rebeldes, desaparecidos, delatados por los burócratas; la historia de quienes sembraron el terror y aniquilaron conquistas históricas, de los que devastaron miles de fuentes de trabajo y arrojaron a los márgenes a millones de laburantes. Dirán los pragmáticos, con ese gesto que tanto han practicado ante el espejo para que no se note la vergüenza de vivir tragando sapos, que no queda otra, que el poder es otra cosa, que los que se indignan no entienden nada, que acá hay que gestionar y embarrarse, que a veces no es tan malo que los miserables se sienten a su lado, y los abracen, y sonrían para la foto.
El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.
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