Argentino-británico nacido en Rosario, cultivó la figura de extranjero como una forma de la provocación constante de la cual era adepto. Cursó su secundaria en el Liceo Naval. Luego fue uno de los más altos promedios de Letras en la UBA, pero abandonó una promisoria carrera académica para consagrarse a la narrativa y a la crítica ejercida desde los medios periodísticos. Formó parte del grupo de jóvenes narradores que a fines de los ochenta cuestionaba a las vacas sagradas del sesentismo. Su legado escapa a cualquier etiqueta.
¿Qué razones habría para revisitar la obra de un autor cuyas novelas estaban plagadas de alusiones y de citas en latín y en inglés, un autor desdeñoso de lo popular y, según muchos, de una pedantería insoportable? Y encima con la pretensión de hacerlo desde la izquierda, ese término devaluado por los años del genocidio, el posterior democratismo ingenuo o cínico y sobre todo; por la misma izquierda anquilosada, amarrada a sus libros sagrados y a sus mandamientos sin fieles. Bastaría, para explicar este empeño, un aforismo luminoso de Horacio González que condensa tomos enteros acerca de las cristalizaciones (de las necrosis) de la crítica: "En Argentina no hay relectura, hay encuadernación". Muchas razones más para hacerlo se descubren, precisamente, leyendo las novelas y los ensayos de Feiling.
El marino maldito
Egresado como guardiamarina del Liceo Naval Militar de Río Santiago en 1978 -cuando el Negro Massera comandaba la Armada y había hecho de la Escuela de Mecánica uno de los mayores centros de detención y aniquilamiento-, ingresó a la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires. Si en el Liceo asombraba con su cultura ya prodigiosa, sus permanentes cigarrillos negros sin filtro y sus actitudes "antisistema", y era admirado desde la tilinguería uniformada por su sobreactuación de lo british, en la universidad de la restauración democrática escandalizó exhibiendo su formación militar y desmontando implacablemente cada uno de los supuestos del progresismo. No era raro que asistiera a clases en la facultad más psicobolche de la época alfonsinista con la valija que usaba en el Liceo al salir de licencia. Y hay quienes recuerdan haber distinguido por aquellos años su silueta, por cierto vampírica, enfundada en la capa naval. Más allá de esas puestas en escena pour épater le radical, fue un alumno destacado que sabía trenzarse en lúcidas discusiones con los profesores y, pese a tal costumbre desaconsejable para el carrerista, logró uno de los promedios más altos de la carrera de letras en toda su historia. Por supuesto jamás reclamó la medalla que le correspondía.
Dio clases en la Universidad de Buenos Aires, en la de San Andrés, en la de Lomas de Zamora y en la de Nottingham. El latín, la lingüística, las teorías de la comunicación y la filosofía del lenguaje no eran en su caso meras coartadas curriculares, sino vastos territorios de un saber imperial. Sin embargo, desdeñó la posibilidad de seguir una trayectoria académica y, tal como Homero Manzi (Feiling hubiera aborrecido esta cita), se dedicó a hacer letras para los hombres: publicó cientos de artículos periodísticos de crítica literaria y cultural, fundamentalmente en los diarios Clarín y Página/12.
Feiling, que había sido becario, deploraba esa figura, especie de sofista moderno que lee y escribe no por amor al conocimiento y a la literatura, sino por ansias de poder académico. Un becario, erudito y looser total con las mujeres, muy parecido a él, protagoniza su primera novela: El agua electrizada (1992).
Bandas chantas arañan la nada
A fines de los 80, Feiling formó parte del grupo Shangai junto a Martín Caparrós, Jorge Dorio, Alan Pauls, Daniel Guebel, Sergio Bizzio, Sergio Chefjec y Luis Chitarroni, entre otros. Shangai fue una aglomeración inestable y tendiente a la inexistencia según afirman quienes la integraron. Quizás sólo un estado de ánimo epocal. Un síntoma (con perdón de la vulgata psicoanalítica que provocaba la inquina de Feiling). Sea como sea, ahí están para probar que algo hubo los 18 números de la revista Babel, los libros que publicaron y los programas radiales y televisivos en los que participaron por entonces. Desde el mismo título de su revista -Babel- se marcaban tanto la heterogeneidad como las ansias de romper con cualquier unicato estético o ideológico, la apuesta por la multiplicidad.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 112 - septiembre 2012)
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