Nos saludan Orlando Van Bredam, Horacio Embón, Marcelo Valko, Quique Pesoa, Mauro Navas, y otros amigos lectores.
Un escritor de aldea espera Sudestada
por Orlando Van Bredam
Vivo en El Colorado, una pequeña localidad formoseña situada a orillas del Río Bermejo. Cada tanto, llega hasta mi casa el cartero, el cartero de siempre, y me acerca la correspondencia: fundamentalmente, libros y revistas. Hay una que especialmente aguardo con cariño y ansiedad: Sudestada, ese viento fresco que viene del sur y me trae noticias e ideas de un país, mi país, y una América Latina en perpetuo debate. No es lo mismo que visitar blogs y dialogar en facebook, tiene el olor a la tinta y la lisura del papel, amplía el horizonte de los sentidos, dialoga con todo el cuerpo del lector y yo soy de una generación que lleva esas huellas en el alma y que, si bien, como en mi caso, no reniega de Internet, necesita tocar lo que lee, llevarlo a todas partes, compartirlo como si se tratara de un ser vivo.
Por eso, más que otros, tal vez, celebro estos diez años de Sudestada. Estas revistas que se acumulan en un lugar especial de mi biblioteca o el último número que aguarda sobre mi escritorio, para salir de gira. Lo coloco en mi mochila, lo llevo a la Facultad de Humanidades de Formosa donde doy clases, y no resisto la tentación de leer en voz alta, para mis alumnos, algunos textos que me han resultado significativos y necesarios. Quiero que también a ellos les llegue este viento fresco y muchas veces, rebelde.
Últimamente he notado que son ellos los que me sorprenden cuando aparecen con una Sudestada en la mano.
Hace más de treinta años, Alfredo Veiravé, que siempre vivió en Resistencia, dijo en uno de sus poemas que los escritores del interior siempre "estamos esperando que lleguen las carabelas de Buenos Aires y nos descubran" y con mucha ironía subrayó que había que esperar la gloria "sin resentimiento, amigo, sin resentimiento: nosotros también fuimos moda en las aldeas".
Sucede a veces, como en mi caso, que las carabelas se atreven aun por el Bermejo, río tan belicoso, y nos despiertan en plena siesta, con lo sagrada que es la siesta, para avisarnos que al fin llegaron, que esa novela que uno ha estado escribiendo durante años será publicada en Buenos Aires por cuenta y riesgo de otros.
No es que uno las ha estado esperando todo el tiempo sin hacer otra cosa que escribir en silencio. Nada de eso: un escritor de aldea es un pájaro ya descubierto hace mucho por sus vecinos y catalogado por todos como un sujeto necesario para cuestiones eminentemente prácticas aunque parezca mentira. Por ejemplo: despedir a los muertos en el cementerio local, preparar las glosas y casi siempre los discursos para el 25 de Mayo o el 9 de Julio en la plaza central, atender a niños talentosos que según sus madres ya se insinúan como sucesores de Borges o Neruda, atender a cualquier colega docente que quiere leernos el discurso que tiene preparado para una fiesta en la escuela, escuchar en el teléfono, medio dormido, que nos preguntan si está bien usado ese verbo o esa preposición porque un escritor, vaya a saber por qué, no puede ignorarlo.
Lo de despedir a los muertos me ha resultado relativamente fácil: la gente que se muere en cualquier lugar del mundo se llena rápidamente de virtudes sobre todo si es importante. En los comienzos de la nueva etapa democrática, despedí un secretario municipal que no llegó a trabajar mucho en ese cargo (lo cual era una ventaja para el discurso) y un concejal llamado Ángel, cuyo nombre me daba pie para beatificarlo; pero un día, me resultó imposible: se murió el mayor bebedor de El Colorado y sus alrededores y justamente el único día que estuvo sobrio. Un amigo me pidió enfáticamente que lo despidiera. Busqué en vano alguna virtud para conmover a los deudos pero reconozco que no la hallé. Era imposible decir algo que no moviera a la risa, como por ejemplo: "vivió a su modo", "fue coherente hasta el final" aunque esto último no era cierto: siempre bebía y ese día, como no lo hizo, le fallaron los reflejos e incrustó su automóvil contra un camión a la salida del pueblo. Me negué, rotundamente me negué a despedirlo ante un concurridísimo cortejo que ponía en riesgo mis laureles de vate de aldea.
Sin embargo, en mi caso, por vivir en El Colorado, debo admitir que mi pequeña gloria se ve opacada por dos personajes colosales: el multicampeón Hugo Ibarra de Boca, no sólo un gran jugador de fútbol sino también una persona excepcional, querida aquí hasta por los hinchas de River, y el Gigante Jorge González que jugó en la selección nacional de básquetbol, fue catcher en los Estados Unidos y lo más envidiable de todo: filmó junto a Pamela Anderson. Lo que nadie sabe sobre el Gigante González es que dos años antes de que él naciera, frente a su casa nació una enana. Todas las tardes, el Gigante, hasta el día de su muerte que ocurrió el año pasado, y la enana se contemplaban y se preguntaban por esa curiosa asimetría que parecía un chiste de la naturaleza.
Actualmente, mientras espero la próxima Sudestada, mientras reflexiono sobre tantas ideas que esta revista deja suspendidas en el aire, en un tendal inagotable, mientras me conmuevo con la biografía de Gramsci, la audacia de Sendero Luminoso, la entrega de Camilo Torres, siento que el docente y el escritor que intento ser ya no necesitan más las carabelas que imaginó Alfredo Veiravé, lo siento cuando encuentro a mis amigos Walter y Pablo en Oberá, en Formosa, en Resistencia o en Paraná o donde haya una feria provincial.
Lo siento, también, cuando María Julia, la distribuidora formoseña, nos anuncia que se puede adquirir Sudestada en la plaza San Martín a partir de las 17 del domingo, o en el quiosco El Once de la terminal, o cuando, como ahora, llaman a mi puerta, y es el cartero, el cartero de siempre, el que me saluda y me entrega el sobre con el último número de Sudestada.
Entonces, después de leerlo, celebro que este viento siga soplando, y brindo para que no se aplaque nunca.
El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.
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