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Nota de tapa

Puebladas: Fuego de Cutral Có a Mosconi

Dos rebeliones surgidas del saqueo neoliberal, Cutral Có y Mosconi, desembocaron en la insurrección de diciembre de 2001. La respuesta brutal de un gobierno que no se privó de ensayar métodos de tortura y fusilamientos. La emergencia de un nuevo sujeto que combatió cuerpo a cuerpo con la Gendarmería. Nuevas formas de lucha callejera y deliberación colectivas. Un relato de esperanzas y traiciones hacia el fin de un siglo negro.

La marea arrasadora de los noventa no pudo contra un pueblo que empezaba a sacudirse el miedo de las décadas anteriores. En el inicio, fueron revueltas contra el hambre y saqueos a supermercados; y continuó en 1993 con la destrucción de edificios públicos y casas de funcionarios en Santiago del Estero. La incapacidad del sistema político para contener las consecuencias del neoliberalismo produjo un desplazamiento de retorno del poder hacia el pueblo, ahora organizado en el barrio como territorio propio; territorio que antes estaba reservado a la fábrica. Este espacio, de composición heterogénea, le dio un carácter multiclasista a la lucha, muy distinto a lo sucedido en los años 70, lo que derivó en movimientos amplios pero desorientados, que desbordaron todo tipo de estructuras partidarias y sindicales. La plaza volvió a ser el ámbito de deliberación popular, en contraposición con un parlamento viciado de oportunistas. Y la calle se tornó en un verdadero campo de batalla para los nuevos ánimos de lucha.

Desde las primeras formas espontáneas hasta otras más organizadas, hubo un destello de revueltas, motines y rebeliones que cruzó el país de sur a norte, principalmente allí donde la entrega de YPF dejaba un tendal de obreros a la deriva, para concluir en una serie de estallidos en los principales centros urbanos en diciembre de 2001.

En todo este recorrido, los gobiernos provincial y nacional ensayaron distintos métodos de represión, combinados con políticas de dispersión, que alcanzaron enormes grados de crueldad. El encubrimiento de los gobiernos posteriores y de los medios masivos sobre los crímenes cometidos, mostró un acuerdo tácito entre todos los sectores del poder.

Una década oscura que no ha sido debidamente revisada por la opinión pública y menos aún por la justicia. Un proceso de violentas puebladas que se cerró con la masacre de Avellaneda y la llegada de un gobierno de discurso populista. Pero, a la vez, un fantasma que sigue atormentando las pesadillas de los dueños del poder y, por qué no, que alimenta los sueños de los revolucionarios.

La intifada neuquina

Junio de 1996. No sabían bien por qué, pero el humo de los fogones en medio de la ruta se había vuelto importante para ellos. Expresaba algo grande. Decía muchas cosas. Que el pueblo que antes estaba dormido, apagado, ahora estaba encendido y concentrado en un lugar. Por eso cuando hubo que tomar la decisión de apagarlo durante el día porque los neumáticos se estaban acabando, todos se miraron, inquietos, temiendo que el valor cediera al frío cada vez más intenso del invierno neuquino. Pero la bronca era muy grande y ya no hacían falta símbolos de su moral. El primer día eran 500, ahora más de 5 mil. Los jóvenes probaban su nueva adultez en el aguante nocturno. Tres de ellos tuvieron que ser trasladados al hospital por principio de intoxicación. Mucho humo. El frío los mantenía toda la noche pegados a la hoguera. Los médicos, preocupados, empezaron a repartir barbijos y aconsejar no exponerse demasiado al humo de las gomas. Pero todo el pueblo estaba ahí. "Cualquier trapo viene bien, lo importante es cubrir nariz y boca". Los más duros cedieron sus barbijos a los mayores y se cubrieron con pañuelos y remeras. Ahora ese era el símbolo de la resistencia, de aquel que montaba guardia toda la noche, del que entregaba su salud en defensa de todo un pueblo, del que se mantenía despierto esperando la llegada de las fuerzas del orden. No era sólo un rumor. La radio anunciaba la llegada de tres aviones Hércules con 300 gendarmes antimotines, cargados de armas de guerra y un tanque hidrante, y de 100 efectivos más provenientes de General Acha, al mando de una jueza de doble apellido.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 101 - agosto 2011)

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Autor

Martín Azcurra