Quien no haya asistido a la maniobra de la corporación minera, no consumió ningún medio de comunicación local en los últimos meses. Ningún otro sector privado invirtió más dinero en publicidad y difusión en la prensa que las compañías megamineras. Bastaba con abrir las páginas de diarios opositores y oficialistas, con escuchar las pautas radiales o prestar atención a las tandas televisivas, para subrayar una presencia repetida. La ofensiva publicitaria contenía una conclusión tajante, pero subliminal: el negocio de las megamineras es el silencio. Después de meses de agitación y movilizaciones en varios puntos del país, de pronto la lucha de diversos pueblos quedó en el olvido, perdidos ellos también en las borrosas agendas mediáticas. Nadie observó nada sugestivo en esta pérdida de relevancia; después de todo, la información que interesa hoy parece estar limitada a la corrupción valijera y a la rosca política. Acaso queden ingenuos sorprendidos de asistir, el mismo día, a dos tapas de diarios antagónicos (Clarín y Tiempo Argentino) que marcan como el tema más importante la denuncia de lavado de dinero. Pero con una salvedad: en una se informaba sobre las maniobras financieras de un empresario estrechamente vinculado a la gestión. La otra portada daba cuenta del blanqueo ilegal de fondos por parte de la corporación mediática más poderosa de estas tierras. La prensa y su cañoneo bifronte, esquizofrénico, y su desfile de funcionarios que exponen a sus anchas ante paneles que asisten embelesados a su discurso sin siquiera simular oficio. O el tránsito por la pantalla adversaria de maniobras ridículas, ajenas a cualquier rigor periodístico, más cercanas a operaciones marketineras que a denuncias reales. Y en el medio, la realidad ausente.
En mayo pasado, se produjo una represión en el hospital Borda por parte de hordas macristas uniformadas, que mereció el genuino y justificado repudio de casi toda la escena política argentina. El suceso fue tapa de diarios, y tema obligado en la grilla de cada programa informativo. Hasta tuvo que ser cubierto por los medios que blindan la imagen del derechoso jefe de Gobierno como alfil de sus intereses. Algunas semanas más tarde, otra represión feroz dejó un tendal de heridos y detenidos entre manifestantes que se oponen a la megaminería, en Famatina. En ese caso, las hordas violentas pertenecían a la fuerza policial del gobernador Luis Beder Herrera.
Nada. Nada no, cinco líneas en un diario, algún entrevistado hablando unos minutos en radio, alguna mención televisiva. Casi nada. Nada de los medios orgánicos del gobierno y sus empleados. Nada de los medios orgánicos de Magnetto y su runfla con micrófono y billetera abultada. Famatina venía a confirmar que existen siempre represiones de primera y represiones de segunda. Que si al porteñismo de los medios le sumamos el dinero de las megamineras, y lo mezclamos todo con una pizca de hipocresía, doble discurso y oportunismo, el resultado es el silencio y la indiferencia.
El negocio de las megamineras es el silencio, decíamos. Pero también la complicidad. De los que callan porque llovieron billetes en la tanda, o de los que callan porque sus aliados están involucrados, y porque su retórica, al mínimo contacto con la realidad, se diluye en la chantada y en el verso.
Que no nos mientan. No son tan distintos como parecen.
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