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Dossier: Boxeo y literatura

Haciendo sombra

Los escritores, periodistas, representantes y empresarios siempre exprimieron hasta la última gota la sangre de los boxeadores. Eternos perdedores para la ficción literaria, sus historias dramáticas y marginales dieron tema a más de un relato que explora los lugares más siniestros y oscuros de un deporte vapuleado por las apuestas y el negocio. Sin embargo, el sentido más íntimo del hombre que está sobre el cuadrilátero permanece ausente. También la victoria, siempre efímera y circunstancial.

En la literatura argentina no es habitual encontrar autores que hayan dedicado toda su obra al boxeo y sus protagonistas. Curiosamente, esta situación se repitió cuando era un deporte de élite porteña y también cuando los sectores populares lo abrazaron como un recurso para ascender en la escala social. Claro que hay excepciones como las de Julio Cortázar, Osvaldo Soriano, Roberto Fontanarrosa, Abelardo Castillo, entre otros, que aportaron textos notables.

La derrota es el estigma que el boxeador lleva consigo y el escritor abusa de esta situación para que el fracaso del final sea el golpe de nocaut de su obra. Sergio Olguín lo corrobora en el prólogo de Cross a la mandíbula: "Lo que más ha atraído es el boxeador derrotado. La relación existente entre la práctica del box y las frustraciones con las que vive el boxeador. Ya no estamos ante un Monzón victorioso alcanzando su momento de mayor esplendor, sino ante perdedores cansados de recibir golpe tras golpe".

La pregunta que surge es: ¿A quién le importa un perdedor? Un hombre que interesa por la derrota es porque, alguna vez, trascendió la frontera del anonimato mediante la victoria. Para los escritores, la caída es funcional a la historia que construyen y reflejan sobre el papel. Pero este esquema no se repite en el imaginario colectivo, porque en la memoria del pueblo permanece un Carlos Monzón jadeante, exhausto y victorioso, mirando a su rival desparramado en la lona y no el reo esposado camino a la cárcel por el asesinato de Alicia Muñíz, su mujer.

¿Por qué los escritores toman el estereotipo del boxeador en el ocaso? Una respuesta es que el fracaso de un ídolo tiene la virtud de transformar una ficción en un producto que, gracias al marketing y la publicidad, agota ediciones. Todo muy bien acompañado por una crítica que destaca "el trasfondo social de la obra". El círculo se cierra: el lector compra, se conmueve y llora. Un asesinato perfecto para el boxeador que alguna vez ganó, pero para quien su victoria es censurada por la pluma.

En el cuento titulado "Los que vieron la zarza", la escritora Liliana Heker hace hincapié en la relación entre el protagonista, el boxeador Roberto Parini, y su familia, en la que solamente su hija lo reivindica como un triunfador. Esa era la única victoria que él quería. No le interesaba ganar en el ring, aunque para la autora es sólo un detalle porque hay que ir rápido en busca del final trágico para humedecer las pupilas.

Ricardo Piglia, en el cuento "El Laucha Benítez cantaba boleros" narra la relación entre dos boxeadores, El Vikingo y El Laucha Benítez. El primero fue un discreto peso pesado que tuvo su momento de gloria cuando, siendo sparring del gran campeón mundial Archie Moore, conocido como "el hombre más fuerte del mundo", le aguantó tres rounds. Ya veterano integró la trouppe de un circo y recordaba viejas épocas cuando ojeaba los recortes de la revista El Gráfico "en el que aparecía su cara invicta y joven, junto al norteamericano". Ese era su orgullo, el pináculo de su carrera. Para Piglia, mirar esos recortes amarillentos era sólo un "consuelo" y nos quiere tocar el alma diciendo con otras palabras: "El vikingo se la creyó, cree que es boxeador". Por supuesto no le creemos, ya que nuestro púgil terminó de pie ante el campeón del mundo y ese fue su gran triunfo, aunque el autor lo soslaya.

En "Kid Ñandubay", Bernardo Kordon cuenta la historia de un boxeador de origen judío, Jack Berstein, quien es colocado en el lugar de los que hacen el trabajo sucio y se llevan las monedas. Sólo diecisiete renglones le dedica Kordon a su momento de gloria dentro de un cuadrilátero entre las ochenta y ocho páginas del cuento. Justo es reconocer que le concedió un mínimo elogio: Kid Ñandubay tuvo a su contrincante Minella "al borde del nocaut". Recordemos que para Bernstein, los recortes amarillentos de este combate conservaban el momento más heroico de su carrera deportiva. Pocas palabras para un gran momento.

(La nota completa en Sudestada Nª 119, junio de 2013)

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