En los pasillos del mítico Almagro Boxing Club, desde hace doce años Fernando Albelo es el entrenador y, sobre todo, el mentor de jóvenes a los que intenta inculcar valores a través del boxeo. Una charla sincera con el Profe, que sigue luchando porque el boxeo amateur no se apague en la Argentina.
"La cuna de campeones" es el lema que encabeza el umbral de este lugar teñido de historia. Una escuela de boxeo de antaño: vieja y ajada; pero al mismo tiempo bella y fotogénica. Lo que nació como un terreno baldío entre las calles Bogado y Yatay el 30 de abril de 1923, se fue convirtiendo en emblema dentro de este deporte tan sacrificado y tan poco retributivo. El mural que luce en el frente del Almagro Boxing Club muestra dos púgiles enfrentados, con el intenso rojo del guante local emergiendo de un retrato en blanco y negro, y conectando con la cara del contrincante.
-Quería pintar una foto de Monzón, momentos después de haber derribado a un rival -dice Christian Heredia, contemplando su obra desde la vereda-. Pero me dijeron que era un poco fuerte, así que nos decidimos por esta imagen.
Christian, artista del barrio, charla brevemente sobre su experiencia en este reducto mítico de Buenos Aires y afirma estar "orgulloso" de dejar su impronta. Resalta que hasta ahora nadie se atrevió a hacer pintadas encima: "lo respetaron", dice, un tanto sorprendido. El artífice del nuevo mural se despide, cruza la calle y se pierde entre los transeúntes porteños. Hablar de su trabajo es sólo raspar la superficie, hacer tiempo. Adentro se encuentra el verdadero objetivo de la visita. Es un hombre que lidia a diario con un panorama habitual en el deporte argentino: escasos recursos que apenas alcanzan para formar un equipo de boxeadores amateurs para que, eventualmente, puedan dar el anhelado paso hacia el profesionalismo. En las veladas de boxeo (llamadas festivales), que volvieron al club este año tras décadas de ausencia, se lo ve siempre en el rincón rojo.
La puerta principal, situada en avenida Díaz Vélez 4422, en
pleno corazón de Almagro, es una suerte de pasillo angosto que conduce a un laberinto de bolsas oscilantes que cuelgan del techo, lo que dificulta el paso a la sala trasera: lugar donde los días de festival se sube al cuadrilátero y se espera con ansia que suene la campana. Los boxeadores (o aspirantes a serlo) dejan de golpear a los muñecos inertes cuando notan la presencia de un curioso cronista que, inseguro, avanza un paso y retrocede dos, pendiente de dónde proviene la próxima piña.
De repente, se cierra el acceso a la parte de atrás. Una figura fibrosa, de hombros anchos y rostro carente de expresión, aguarda de brazos cruzados. Tiende la mano con una leve sonrisa y deja filtrar un lado afable.
-Ahora me libero -avisa.
Fernando Albelo, oriundo de La Boca, es entrenador en el Almagro Boxing Club desde hace doce años; pero no solamente entrena, sino que hace de mentor para muchos chicos jóvenes, a los que -a través del pugilismo- inculca valores vitales como la disciplina y el respeto; los mismos que él aprendió cuando franqueó la puerta del club por primera vez como aprendiz de 17 años, y se puso bajo las órdenes del medallista olímpico Eladio Herrera. Ahora, un pequeño ejército lo enfrenta, trotando sobre un punto fijo, aguardando -extenuado- la próxima orden.
-¡Rodillas arriba! -grita a voz en cuello...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº115 - Diciembre 2012)
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