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Andar por ahí, de Martín Barrios

El gran libro del Mundo

Fotografías en blanco y negro y en colores, fragmentos de cartas, mails y apuntes de viaje por América, por Asia y por África forman un texto múltiple, una trama de formas inasibles que multiplica los sentidos del viaje, exterior pero a la vez interior.

...había un costado de la ciudad que su alma de extranjero no podía aprehender y lo transformaba en un extraño en una ciudad rara.

Capsicum, Tavie Mariani

Alto, flaco, el pelo largo y oscuro jaspeado por canas, Martín Barrios parece un personaje de Pratt que recién saltó desde algún barco. Lleva el balanceo pesando aún sobre sus pasos y una carga de horizontes le curva los hombros. Inquieto, alerta. Parece algo preocupado por las señales de peligro que de manera intermitente le envía esta tierra extraña en la que ha desembarcado.

El cargamento, o mejor dicho el contrabando que trae, no es un hato de colmillos de elefantes arrancado al corazón oscuro de una jungla, ni opio sustraído al corazón no menos oscuro de alguna ciudadela prohibida. Se trata de un libro. Un libro de viajes. Un libro de aventuras por más que él diga "no soy aventurero, soy nada más que un chusma". Acaso un libro de amor, de pena y de expiación. Más precioso que el marfil, más soñador que el opio. Andar por ahí, se titula. Y bien podría haberlo firmado Juancito Caminador, aquel otro yo entrañable del poeta Raúl González Tuñón.

"En general, me parece que mis fotos no quieren decir pasó así, sino más bien yo estuve ahí", diferencia Barrios. Tal vez por eso sueña que para la presentación del libro el Tata Cedrón cante "La cerveza del pescador Schiltigheim", aquella canción que dice "para que un día me queden unos cuantos recuerdos: decir estuve,/ estuve en tal pasión, en tal recodo".

***

"Yo no me considero fotógrafo, menos escritor, ni siquiera me gusta cuando dicen que soy artista plástico, porque soy un tipo que dibuja o saca fotos o escribe cartas de vez en cuando", se planta Barrios. "La fotografía es para mí la posibilidad de hablar desde cierto lugar que el dibujo no me permitía. Pero me daba cuenta de que corría el riesgo de caer en un género que, en la fotografía, me desagrada bastante. En el dibujo no me molesta ser obsceno, pero sí en la fotografía. También hacía como diez años que venía poniendo texto en los dibujos: versos, acotaciones, algo que corriera la mirada de la anécdota que se mostraba en la imagen, que la tensionara y que invitara a hacer una lectura más piadosa del trabajo, o por lo menos no tan catastrófica. Una especie de contrapunto entre el espanto y la esperanza. Siempre trabajé sobre el dolor físico, el sufrimiento del cuerpo, la soledad del sufrimiento. Nací en el 60, tengo algunas razones generacionales y otras personales como para dejar de hablar de eso; no me resulta ni bello ni romántico, me parece espantoso. Mi tía siempre me decía que dejara de pintar cosas feas y pintase cosas lindas, como paisajes o gente alegre, y yo no sabía cómo decirle que me gustan los paisajes bonitos y la gente bonita pero que mi vida estaba toda llena de gente a la que le pasaban cosas horribles y que lo único que pretendía era no olvidarme de ninguna, nunca, y que en medio del espanto nos encontrábamos, nos juntábamos, nos enamorábamos; que con los huesos todos rotos igual nos hacíamos felices. Siempre creí que la ilusión era una convicción política, que la esperanza era una respuesta política"...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº115 - Diciembre 2012)

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Autor

Juan Bautista Duizeide