Se inició como titiritero con la excusa de intentar llegar a México desde Banfield, su barrio de toda la vida. En el camino se modificó. El sentir y dialogar con las culturas de Latinoamérica lo marcaron a fuego y durante estos años incursionó en otras artes como el cine, el teatro, la escritura. 20 años después de aquel viaje iniciático, Sergio Mercurio ya no es el mismo, o tal vez sí, pero con una mochila repleta de vivencias que con gusto lleva a los lugares que visitan sus personajes. por Ignacio Portela
Hay maneras de dialogar con el público, de intervenir con los espectadores. Hay quienes practican el arte de hacer reír desde distintos lugares; algunos pretenden ser los protagonistas de un show al que todos deben aplaudir. Otros eligen caminos diversos para llegar a la gente. Sergio Mercurio, desde hace años, dialoga con quienes asisten a sus espectáculos o con quienes lo entrevistan, y no deja de interpelarlos. Dialogar es una cosa, pero interpelar es un arte distinto, más profundo. En muchas de sus obras en las que interviene el público -que es espectador y protagonista a la vez- hay un límite nunca del todo preciso donde la pregunta incomoda, los gestos predisponen, donde el intercambio puede convertirse en rechazo o banalidad. Es un desafío único e irrepetible. Cada función es una aventura para jugar y evitar caer en situaciones confusas. Por ese camino sinuoso, reinventando una y mil veces las formas, Mercurio eligió desarrollar sus obras en estos 20 años de carrera. En sus inicios, allá por los noventa, cuando decidió emprender el viaje no llevaba otra cosa más que convicciones y ganas de convertirse en un caminante atento.
"Llevo títeres. Esa legendaria actividad, este oficio que hice mío sin permiso. Llevo mi pasión. El sueño en bandolera y unas ganas vivas de compartir momentos. No busco otra riqueza que la del corazón, la del riesgo, la de saberme permeable, la de crecer, la de estar. Quisiera en algún lugar de América encontrar el verbo estar, para fundirme, aunque sea por un minuto, en el paisaje. En esto consiste mi sueño. Un sueño más. Me llamo Sergio", escribió por aquel entonces y luego incluyó este y otros relatos en su libro De Banfield a México, un recorrido por las vivencias que más lo influenciaron en sus primeros años de recorrer el continente. Un diario de viaje sin especulaciones ni adornos para presentar ante funcionarios de la cultura muerta, un registro del latir apasionado de Latinoamérica.
Como titiritero tiene cuatro espectáculos: El titiritero de Banfield, En camino, De Banfield a México y Viejos. Entre otros trabajos, editó un cd de cuentos: Cuentos de un banfileño, posteriormente dirigió La película de la Reina, un largometraje documental sobre la vida de la artista brasilera Efigênia Ramos Rolim y el año pasado estrenó Garrafa, una historia de fulbo, la historia de José Luis Garrafa Sánchez, el jugador más emblemático del Taladro en las últimas décadas. En esta entrevista con Sudestada, repasamos algo de su historia, nos metemos de lleno en el debate sobre la cultura actual, el papel del Estado para fomentar el arte y la problemática de conseguir espacios para desarrollar sus obras.
-¿Cuál es tu concepción de la cultura, el rol del Estado y la creatividad?
-Tengo una opinión que va cambiando, que tiene mucho movimiento. Sin embargo, sobre este país no. Desde hace años, es básicamente lo mismo lo que pasa en la cultura. Lo que siento es que, en ese sentido, la Argentina vive de un eco: la cultura es el eco, pero no algo concreto. Es el eco de lo que sucedió antes, hace más de veinte o treinta años. Nos queda el eco de haber tenido excelentes artistas que produjeron una obra increíble. Esta sensación la tengo por presentarme en otros países, donde ser argentino es un pasaporte que vale doble, es una buena carta de presentación. Los argentinos, principalmente los escritores o los cineastas, han hecho carrera. Respecto de la música, en las guitarreadas de acá a México tocan música de nuestro país. Todos saben quién es Atahualpa Yupanqui o Mercedes Sosa. Eso se ve pero, por otro lado, muchos actores y dramaturgos se fueron exiliados e hicieron su trayectoria fuera del país, gente que no tenía una carrera anterior. Y crearon escuela, como César Brie en Bolivia o Arístides Vargas en Ecuador. Si se piensa en titiriteros, la referencia sin duda es Javier Villafañe, que tiene una presencia real en toda la región. En el mundo en que me muevo, el de los titiriteros, tienen un concepto elevado de lo nuestro y a veces les tengo que decir que es falso. Como en la Argentina hay escuelas de títeres, creen que estamos en un estamento superior, porque ellos no las tienen. Piensan que acá tanto el teatro como los espectáculos de títeres son de gran nivel. Yo tengo la sensación de que no es así, de que eso es falso. Hoy en día no hay ni tan buenos titiriteros ni tan buen teatro; lo que hay son buenos vendedores de teatro. Acá nuestro mayor mérito es poder hacer sin nada, sin ningún respaldo atrás. Un Estado que no existe, que no aporta nada y que tiene una burocracia feroz. Entonces, en ese panorama, hay experiencias que son sobresalientes. La Argentina hoy está llena de funcionarios públicos/artistas que sacan plata del Instituto de Cine para hacer películas malísimas, y del de Teatro para hacer obras malísimas. No siento...
La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 113-Octubre 2012
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