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Entrevista con Estela Figueroa

Aquellas pequeñas cosas

Desde los murmullos de la siesta santafecina, Estela Figueroa reflexiona sobre su último libro de poemas, La Forastera, donde aporta un horizonte íntimo que refleja todo su universo femenino. Esta entrevista, parte de la serie de charlas Les Parau Parau sobre identidad de género y literatura, nos permite adentrarnos en aquel dilema sobre lo extraordinario en lo cotidiano.

Atropellada. Selectiva. Blanda. Inocente. Despiadada. Así se ve a sí misma buscando al poema por las calles quien una vez fuese invitada por la cancillería a venir a Buenos Aires y se preguntó: ¿pero qué habré hecho yo? La última vez que viajó hasta Capital fue para hacerle un reportaje a Bioy Casares. "Este país es bastante horrendo, parece que todo transcurre en Buenos Aires y no es así...".

Estela Figueroa, dueña de una voz que se hamaca continuamente entre lo biográfico y los estados de una conciencia casi fantástica que agranda el tamaño de lo pequeño y nos invita a la percepción de aquello que en general no es mirado; latido primario donde despierta el roce con la belleza que es, al decir de Rilke, el primer grado de lo terrible: "todo ángel es horroroso". Estela no se olvida, sin embargo, de ofrecer un escape, una vía siempre abierta de retorno a lo real que, en su poesía, es acaso una simple sensación o la mirada de una experiencia siempre apegada a la casa y sus alrededores.

-¿Cómo fueron tus comienzos en la escritura?

-Provengo de una familia muy pobre. Mi viejo era militante del PC y si no tenía el carnet, no podía trabajar. Llegó a ser secretario del gremio de la construcción a nivel nacional, pero siempre con poca plata. Y de alguna manera yo sabía, e incluso lo pienso ahora, que lo que a mí me iba a salvar era la inteligencia y escribir, porque me iba a dar el lugar en el mundo que no tenía. A los 13 o 14 años escribí en la puerta de adentro de un ropero: yo quiero ser escritora. Empecé, como todo el mundo, leyendo a Pablo Neruda. Después me fui de mi casa a los 18 años e iba al Instituto del Cine, que no servía para nada pero tenía una biblioteca fantástica. Y también algunos padres de amigas tenían buenas bibliotecas y me prestaban libros, así que empecé a leer mucho.

-Y con todo ese camino ya recorrido, ¿qué logros sentís que pudiste plasmar en tu último libro, La Forastera? ¿Sentís que lograste muchos niveles de expresión de vos misma?

-Lo noto más en un libro inédito que tengo, donde usé la menor cantidad de palabras posibles para expresar una idea o sentimiento. Creo que en La Forastera hablo mucho de mis hijas, que hay una nostalgia por su ida de la casa; en cambio el inédito tiene como título lo que ponía la cana cuando detenían a una mujer: Profesión: sus tareas. Me gusta mucho ese título. Si me preguntan por qué se lo puse, no lo sé. Yo creo que el que escribe no conoce mucho el mecanismo que se da en el momento en el que lo hace. A mí me gusta plasmar lo íntimo: la casa es vital para mí, las plantas, la relación con mis hijas. Recuerdo una vez que le preguntaron a Hemingway cómo escribía, cómo construía, y respondió: "Nunca lo pensé y si lo pienso en una de esas corro el riesgo de no poder seguir escribiendo".

-¿Qué recordás de tu experiencia como tallerista en la cárcel de menores de Las Flores?

-Estaba en un área que se llamaba Promoción Comunitaria y ya tenía experiencia en escuelas muy marginales. Me pidieron que hiciera un taller en el entonces recién inaugurado pabellón de menores de la cárcel. Todos los chicos estaban ahí por problemas entre bandas enemigas: tiros, chuzazos. Sólo conocí a un chico que en medio de un brote mató a toda una familia. Y todos eran muy amorosos conmigo. Les leía mucho, y también, les enseñaba a algunos a leer y a escribir.

-¿Esa experiencia influyó en vos como mujer que toma la voz de la escritura?

-Si influyó, no me di cuenta. Tampoco cambió mi percepción del mundo porque yo sabía, y lo sigo sabiendo, que a la cárcel van en general los que no tienen plata para coimear, los que no son millonarios; y que los chicos que van a parar allí son chicos de las villas, muy pobres.


La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 113-Octubre 2012

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Autor

Patricia Verón