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Open Door

El desborde de la locura

Detrás de la espesa nube de bruma y misterio, bajo la sombra de un hospital psiquiátrico que todo lo altera, crece un pueblo. Open Door respira los prejuicios y las leyendas que irrumpen cuando se menciona el Hospital Cabred. Otro tanto ocurre con Torres cuando se cita a la Colonia Montes de Oca y a su pasado inquietante. Crónica de un territorio donde, dicen, nadie escapa de la locura.

Mientras tomábamos un café, recorríamos con la mirada los detalles del bar en el pequeño centro pueblerino. Las conversaciones que acabábamos de tener nos habían inyectado una dosis de amargura. En verdad nos acomodamos en la galería pero, rápidamente, el viento nos empujó adentro. Fue entonces cuando nos detuvimos en una camiseta encuadrada, tratando de asociarla con algún equipo de las categorías menores del fútbol argentino. Olvido breve de cómo es la mano por allí: la encargada, que ya había captado nuestro despiste, se acercó a hablarnos de La Aguada, el equipo local de polo que hace algunos años obtuvo la triple corona, y es el orgullo regional.
Open Door ya no es sinónimo de locura, sino la "Capital del Polo". Curioso. Pero lo cierto es que el pueblo tiene un patio trasero inmenso, imposible de tapar, que es el Hospital Dr. Domingo Cabred. Esta institución psiquiátrica, que fue abierta hacia fines del siglo xix, abarca un terreno seis veces mayor que el del Cementerio de la Chacarita. Su vastedad, incluso, supera la del Wadi Al-Salam, la necrópolis iraquí célebre por ser la más grande del mundo. Open Door nació, y ha ido creciendo, conforme las familias de los trabajadores construyeron sus viviendas a los pies del gigante. Ese lazo entre el pueblo y la colonia se mantuvo vital durante mucho tiempo, pero últimamente se ha encendido una luz de alerta.
Hoy no se percibe la majestuosidad del Cabred, esa obra utópica y altruista que tarde o temprano sucumbiría. Su abandono provino con los años, pero sus puertas no cerrarían jamás.

Dos trabajadoras del hospital se prestaron al diálogo, a cambio de que se preserve su identidad. Temen a las repercusiones y sus ojos, ensombrecidos, están cruzados por una suerte de derrota. Quien sí dio su nombre es Leo Zavattaro, psiquiatra y director de la colonia entre los años 2002 y 2008. Él había insinuado que en el pueblo nadie escapa a la locura: "El manicomio no cura a los enfermos, sino que enloquece a los sanos. Si alguien decide quedarse mucho tiempo, acaba convirtiéndose en un paciente más: yo creo que la gente, a la larga, se psiquiatriza". Efectivamente, estas dos mujeres, que aún mantienen su cordón laboral con el Cabred, han pedido licencia porque ya no soportaron más. Supongamos que se llaman Sol y Luna. Demasiados años pasaron desde que ingresaron a la colonia por primera vez, acaso más de la cuenta, y están percudidas. "Me da escalofríos pensar en volver", sostienen a su turno. Será, como dice Leo, que todo acaba en las fauces del monstruo.

Luna intenta poner en palabras su sensación de nunca salir del trabajo, porque sus vecinos son sus compañeros. Los polos se encuentran y su angustia aflora cuando cuenta que todos los días vuelve a tropezar con la misma gente, como si su vida fuese un disco rayado. Sol habla de las condiciones del lugar, que en el último tiempo se ha venido muy abajo, y agrega que el ajuste en la población de internos fue una cachetada para el pueblo. Zavattaro lo explica mejor: "Lo que sucedió fue que en los noventa se habilitó el pabellón de pacientes duales. Son internos que tienen una patología psiquiátrica, y también problemas de adicción. La provincia de Buenos Aires no dispone de una red asistencial para esta clase de pacientes, y probablemente eso justificó las derivaciones". Fue un quiebre.

Los internos del Cabred siempre deambularon por las calles de Open Door, porque esa libertad era la base del método revolucionario impuesto por el fundador del hospital. Históricamente, y hasta la fractura de los noventa, su obra no había flaqueado en el aspecto social. Luna piensa que este cambio se produjo de un modo más bien brusco, y está convencida de que no fue bueno porque dice que enseguida comenzaron a pasar cosas inusuales en el pueblo, que se destacaba por su calma. Cuenta que uno de estos pacientes duales acosaba a una chiquita que vivía al lado de su casa. Su compañera arriesga que se llevan bicicletas, o que buscan juntarse algunos pesos, porque quieren irse lejos de allí.


La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 113 - Octubre de 2012

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Autor

Facundo Baños y Mariano Cejas