Aún en las islas, a la espera del ataque inglés, con un resto de lápiz y apoyándose sobre el cañón al que estaba asignado, Martín Raninqueo escribió su primer poema. De vuelta en el continente, en un bar, se inició otro ex conscripto: Gustavo Caso Rosendi. Cada uno de ellos dedicó un libro entero a eso que hunde sus raíces en lo más hondo de la sociedad y de sí mismos: Haikus de Guerra y Soldados.
En las tres décadas de pos guerra -una época de cambios económicos, políticos y culturales drásticos, en la que se afianzó la Argentina fundada sobre el genocidio, y a la vez comenzaron a abrirse grietas en ella y a conformarse sujetos colectivos disidentes-, la poesía argentina asumió en varias oportunidades la palabra para referirse a la guerra en las islas que significó el fin militar del Proceso. Quizás el más famoso de los poemas que abordan ese conflicto sea "Juan López y John Ward", de Jorge Luis Borges, publicado el 26 de agosto de 1982 en el diario Clarín, e incluido en Los conjurados, de 1985. De ese año es el libro Radar en la tormenta, de Alfredo Veiravé, en el que aparece "Antipanfleto arrojado por los Harriers sobre las islas Malvinas". Ambos textos dan simultáneamente cuenta de los horrores de la guerra y del horror del sujeto poético.
Durante años el nacionalismo de derecha tildó a Borges de inglés. Un epíteto que la izquierda supo adoptar sin demasiado tino ni matices. En verdad, este conservador-liberal fue a nivel estético un revolucionario. Como afirma provocadoramente Carlos Gamerro en su ensayo El escritor irlandés y la tradición: "su proyecto de escritura implica (...) una apuesta anticolonialista de máxima (...) absorber toda la cultura del amo, apropiársela y luego arrebatársela, aunque sea en el plano simbólico (...) producir un discurso sobre la cultura dominante que la cultura dominante no pueda ignorar".
En "Juan López y John Ward", el anarquista spenceriano que decía ser Borges resulta menos liberal y más anarquista que nunca: deplora la guerra como si la viera desde un futuro ya sin fronteras. Desde allí, resulta "una época extraña (...) un tiempo que no podemos comprender". El tiempo en que se matan entre sí dos que sólo se vieron la cara en esas islas "demasiado famosas". Dos que podrían haber sido amigos: uno que "profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en un aula de la calle Viamonte; otro que había estudiado castellano para leer el Quijote". El poema expresa el desgarramiento de Borges y el de amplios sectores de la sociedad argentina con inclinaciones culturales y simpatías políticas anglófilas que tuvieron su pico durante la lucha contra el nazismo. Pero a la vez puede leerse como un alegato internacionalista y pacifista.
Mario Sampaolesi retoma hasta cierto punto esa línea ideológica en Malvinas (2010), un largo poema construido de fragmentos que alcanza cimas de perturbadora intensidad. En él se entreveran lo narrativo, lo lírico, una mirada desde afuera de la guerra y otra desde adentro, así como discursos de divulgación científica vueltos absurdos ante la violencia y cierta preocupación ecologista. Algo que ni Borges ni Sampaolesi consideran es la diferencia irreductible entre los combatientes: unos fueron a la guerra en cumplimiento de la ley de servicio militar obligatorio -espoleados además por una escolaridad que contribuyó en gran parte a hacer de Malvinas causa nacional-, otros eran soldados profesionales del imperio. Escribe Sampaolesi: "las putrefactas nubes apisonantes pesan sobre los kelpers, sobre los ingleses, sobre los argies: todos ellos arrastran su carne inocente a través de la tundra, roídos por el mordisco de la estafa". Pero más allá de la inocencia de toda carne ante la muerte, en un sentido histórico, no metafísico, ¿podemos considerar igual la inocencia de un conscripto y la de un mercenario?
El último Borges, el de la época de "Juan López y John Ward" vivió una revolución personal. Eran los días junto a María Kodama. Si pocos años antes había aceptado una condecoración de Pinochet afirmando que "Chile tiene la forma de una espada", y había considerado a Videla "un caballero", por entonces comenzó a declarar que los militares del Proceso eran matarifes que habían hundido a la Argentina. Ese Borges firmó una solicitada de las Madres de Plaza de Mayo, asistió a una sesión de los juicios contra las juntas militares y escribió un poema contra la llamada Campaña al Desierto: "El infiel". David Viñas -en su ensayo Indios, ejército y frontera- llamó a este tipo de estremecimientos morales quilitismo, en alusión a Quilito, novela de Carlos María Ocantos en la que miembros de las clases que se beneficiaron con el genocidio contra los pueblos originarios se horrorizan ante la entrega de chinas para servidumbre, separadas a la fuerza de sus hijos. Un señalamiento necesario pero que no resta sinceridad a lo sentido por Borges ni mengua el valor de "Juan López y John Ward".
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 107 - abril 2012)
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