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ANCLA

El periodismo de la dignidad

En las peores condiciones posibles para ejercer el periodismo, Rodolfo Walsh y un grupo de compañeros enfrentaron los límites de la censura y el miedo y crearon de la nada una agencia de noticias: ANCLA. En mitad de la cacería genocida, Walsh otra vez apostó por la verdad como único principio profesional, a través de un medio de comunicación que invadía con sus cables a las redacciones, cómplices o indiferentes, sobre lo que estaba pasando en las calles todos los días. Natalia Vinelli, investigadora y autora de ANCLA. Una experiencia de comunicación clandestina, da cuenta de los debates de esa etapa en la que elegir la verdad equivalía a jugarse la vida.

Cuando comencé la investigación sobre la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA), la figura de Rodolfo Walsh todavía resultaba incómoda para el progresismo. Un intelectual de esa estatura, militante de la organización Montoneros, que había resistido armado su secuestro y que había llegado muerto a la ESMA no encajaba en la construcción "políticamente correcta" del periodista comprometido, valiente héroe individual, acaso un poco ingenuo y demócrata por sobre todas las cosas.

Tampoco se ajustaba al molde una agencia de noticias que, además de denunciar las violaciones a los derechos humanos en plena dictadura y el vaciamiento económico del país, funcionaba como herramienta de contrainteligencia. Porque la función central de ANCLA, según numerosos testimonios de quienes participaron en su factura, apuntaba a generar discordia entre las fuerzas armadas, los grupos económicos y los sectores de la Iglesia que hacían la vista gorda al genocidio y bendecían a los represores [ver recuadro].

Pero Walsh era montonero. Y no sólo eso. Era oficial segundo en el área de informaciones e inteligencia de esa organización, a la que se había sumado a los 46 años. Por lo tanto, cada una de las tareas que impulsaba eran orgánicas, debatidas "hacia arriba" y "hacia abajo" en la medida de las posibilidades del contexto, y eran conocidas por los distintos niveles de la organización en la que militó hasta su desaparición. Y esta pertenencia quemaba (seguía quemando, tantos años después).

Durante los años de la transición democrática, cuando su obra fue reeditada, Walsh solía representarse como escritor y periodista comprometido con las causas populares, etiqueta que evitaba incursionar en los terrenos más disruptivos de su acción política. Sin embargo, basta leer sus papeles personales para advertir la enorme lucha consigo mismo para llegar a ser un militante revolucionario, y los efectos inmediatos que esta opción tuvo sobre su producción literaria cuando el periodismo comenzó a aparecer como "el arma más adecuada" para la etapa.

"Es posible que, al fin, me convierta en un revolucionario. Pero eso tiene un comienzo muy poco noble, casi grosero. Es fácil trazar el proyecto de un arte agitativo, virulento, sin concesiones. Pero es duro llevarlo a cabo. Exige una capacidad de trabajo que todavía no poseo", reflexiona a fines de los años sesenta, cuando su participación en la CGT de los Argentinos comenzaba a marcar una bisagra en las formas de su militancia política.

Más tarde la operación fue hacer de los documentos de debate con la conducción de Montoneros una ruptura política e ideológica, en una lectura sesgada que dejaba de lado los planteos del propio Walsh acerca de sus críticas, realizadas desde adentro: "Situarlas por escrito -apunta- no debe entenderse como una forma de cuestionamiento, sino de diálogo interno". Pese a esto se le "arreglaba" la historia, se le corregía la biografía y se la hacía menos molesta: "Periodista -como él mismo había escrito para Jorge Ricardo Masetti-, sabía cómo se construyen renombres y se tejen olvidos. Guerrillero, pudo presumir que si era derrotado el enemigo sería el dueño momentáneo de su historia".

Lo que se dejaba de lado era el progreso del propio Walsh, en el tránsito de un ejercicio de los derechos ciudadanos, reclamando justicia desde una moral individual contra el "poder arbitrario" (que se resume muy bien en el cuento elegido por Walsh para la antología publicada por Pirí Lugones en 1967, "La cólera de un particular"), hacia un Walsh revolucionario que sacudía sus "ataduras mentales" en la lucha misma. Esta elección ponía en aprietos (y sigue haciéndolo) una lectura de los 70 que separa a las personas de los proyectos y las victimiza doblemente: como víctimas del terrorismo de Estado y como víctimas de una conducción enceguecida, perdida en el callejón sin salida del vanguardismo y la soberbia.

(La nota completa en Sudestada de Colección N° 10 - El periodismo según Walsh)

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Natalia Vinelli