La experiencia periodística en la prensa de la CGT de los Argentinos fue un importante paso en el largo camino de Rodolfo Walsh rumbo a una mixtura entre oficio y militancia. En ese trabajo cotidiano y anónimo, en las investigaciones que encaró y publicó en aquel tabloide, empezaba a forjarse un estilo, pero también una certeza: la de combatir (y escribir) siempre del lado de los trabajadores, lejos de los burócratas y bien cerca de los explotados.
"Paseo Colón 731", dice el papel doblado en el bolsillo del periodista. Hacia esa dirección camina con la serenidad de quien sabe llegar a tiempo a las citas importantes. Desde la vereda de enfrente, adivina el movimiento de gente que entra y sale del local de la Federación Gráfica Bonaerense, donde lo espera una reunión, pero también una novedad. "Marzo de 1968" dicen los almanaques cuando Rodolfo Walsh ingresa a la sede sindical, pero ni él ni nadie puede imaginar que aquella será la primera de muchas entradas a un local que lo contará como visitante asiduo durante todo ese año febril. Allí lo espera Raimundo Ongaro con propuestas concretas, inmediatas, pero también aguardan por él otros nuevos desafíos.
Mientras camina sin apuro rumbo a la cita, Rodolfo recuerda el gesto firme pero cordial de Ongaro durante su breve conversación en Madrid, con Perón como anfitrión. No hubo tiempo para intercambiar demasiado; sin embargo, quedó flotando en el ambiente la chance de repetir el encuentro tiempo después, en Buenos Aires. ¿Qué conocía Walsh del dirigente gráfico, más allá de su protagónico papel en la realización del Congreso Normalizador de la CGT, bautizado con el nombre del dirigente Amado Olmos -fallecido un par de meses antes en un accidente automovilístico-, previsto para el 28 de marzo? Poco, casi nada, apenas la certidumbre de saberse involucrado en un proyecto que contaba, entonces, con la venia del mismísimo Perón, quien respaldaba con fervor la propuesta de Ongaro y del resto de los dirigentes opositores a la gestión conciliadora y "participacionista" del Lobo Vandor, a la cabeza de la CGT hasta entonces. Apenas, había visto en los ojos de Ongaro un fuego interior que ya había adivinado en otros ojos, no muchos años atrás: "Es indudable que la figura de Ongaro me atrajo intensamente. Vi en él un revolucionario -como lo había visto en [Jorge Ricardo] Masetti-, un jefe, alguien capaz de llegar al sacrificio por sus ideas", explicará tiempo más tarde. Por ahora, la única certeza para el periodista es que está a punto de participar de una reunión que terminará, sin dudas, agitando sus días, complicando sus tiempos y sus proyectos personales, involucrándolo hasta un grado extremo en un proceso en marcha, imperfecto, que apenas se esboza en la imaginación de Walsh cuando atraviesa la puerta en Paseo Colón y repasa con la vista algunos de los carteles allí desplegados: "Más vale honra sin sindicatos que sindicatos sin honra" o "Unirse desde abajo y organizarse combatiendo". Respira, en aquel local de los gráficos, un clima de tensión, de nervios a flor de piel, de rostros que atraviesan convicciones profundas y también heterogéneas. ¿Identifica Walsh en esos rostros al perfil del compañero, del trabajador de fábrica, del héroe que imagina todavía para sus ficciones postergadas? Lo único cierto, irrefutable y evidente es que esos hombres que se amontonan en la Federación difieren mucho de otros que, un par de años atrás, vestían sus mejores trajes, elegían sus corbatas preferidas y practicaban frente al espejo sonrisas hipócritas que después usarán en el Congreso Nacional.
En junio de 1966, otros rostros, otros gestos, asistían en silencio respetuoso, con un guiño cómplice entre ellos, a la asunción del general Juan Carlos Onganía como dictador: ahí estaban, pulcros y civilizados, ellos. Los Augusto Timoteo Vandor, los José Alonso, los Juan José Taccone. Detrás de ellos, el poder y la historia de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), del Sindicato del Vestido, de Luz y Fuerza. Aplaudían, los burócratas, las palabras recias que con acento marcial pronunciaba el nuevo presidente de los argentinos. No hablaban, pero sus rostros decían todo: ha cambiado la cosa, se vienen tiempos duros ahora, habrá que ser inteligentes y no perder el tren, evitar las locuras, saber negociar y saber participar. Lo harán en nombre de los trabajadores y también en nombre de un Perón que asiste a la escena desde su exilio madrileño, después de su llamado a "desensillar hasta que aclare". Pero, principalmente, lo harán por ellos, porque es lo que mejor les conviene a ese puñado de sindicalistas listos a entregar lo que sea necesario para mostrarse cordiales, dialoguistas, bien dispuestos ante las nuevas autoridades nacionales.
La imagen es otra en Paseo Colón, dos años después. No hay silencios ceremoniosos, sino gritos y protestas desde el auditorio. No hay trajes pulcros ni corbatas prolijas, sino mamelucos y camisas arremangadas empapadas por el calor del verano durante el encierro del Congreso Normalizador. No hay frases que contengan los eufemismos "colaboracionistas" ni "participacionistas", salvo para fustigar con fuerza la gestión de la dirección de la CGT entreguista. En ese momento, todavía Walsh observa la escena como espectador. No durante mucho tiempo. En pocas horas, será uno más en la batalla...
(La nota completa en Sudestada de Colección N° 10 - El periodismo según Walsh)
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