En 1966, Rodolfo Walsh arribó a Misiones en busca de un puñado de historias. El resultado se plasmó en crónicas que fueron publicadas en las revistas Panorama y Adán. La explotación en los yerbales, la colectividad japonesa y la huella de Horacio Quiroga, fueron los temas que Walsh pudo desarrollar durante su estadía en tierra misionera.
"En 1964 decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía"Rodolfo Walsh
El 9 de enero de 1966, Rodolfo Walsh cumplió 39 años. Unos días más tarde, emprendió un viaje hacia el nordeste argentino que lo llevaría a recorrer, en una primera instancia, Chaco, Corrientes y Misiones. Lo hizo acompañado del fotógrafo Pablo Alonso ("el único que me entiende", diría el propio Walsh), en busca de un puñado de historias que luego se verían reflejadas en crónicas publicadas por las revistas Adán y Panorama entre 1966 y 1967.
"Mi intención consciente y deliberada fue trabajar esas notas (...) con el mismo cuidado y la misma preocupación con que se podía trabajar un cuento, o el capítulo de una novela, es decir, dedicarle a una sola nota el trabajo de un mes", explicaría Walsh al regresar.
El itinerario del autor de Operación Masacre por la tierra colorada redundó en tres crónicas periodísticas: "La Argentina ya no toma mate", "Kimonos en la tierra roja" y "El país de Quiroga". Estos textos fueron, a su vez, incluidos en el libro El violento oficio de escribir, que reúne una selección de la obra periodística producida por Walsh entre 1953 y 1976.
Entre las plantas verdes
"Las gremiales de productores echaban la culpa a los gobiernos; dirigentes políticos, a las gremiales; comerciantes, a todo el mundo; tareferos sin trabajo, no sabían a quién echarla", escribió Walsh en "La Argentina ya no toma mate", texto en el cual expone -con encomiable agilidad para equilibrar el estilo literario con la redacción periodística- situaciones, paisajes y coyunturas que, a 37 años, siguen sucediendo en los pueblos yerbateros de Misiones.
En su investigación, Walsh y Alonso anduvieron por San José, Oberá, Santa Ana, San Ignacio, Montecarlo y algunos otros pueblos del norte misionero. Visitó yerbales, establecimientos yerbateros y cantinas. Caminó las colonias. Charló y entrevistó a peones, productores, pioneros y colonos, entre otros personajes de su interés. Conoció La Plantadora en San Ignacio, Mate Laranjeiras en Puerto Esperanza, Yerbales en San José y también investigó sobre modos de producción en yerbales familiares.
Uno de los subtítulos de la crónica se denomina "Los herederos del mensú". Allí, Walsh condensa una descripción que poco difiere de la caracterización que podría hacer hoy sobre los tareferos en Misiones: "Ahí están, hormigueando entre las plantas verdes, con sus caras oscuras, sus ropas remendadas, sus manos ennegrecidas: la muchedumbre de los tareferos. Hombres, mujeres, chicos, el trabajo no hace distingos. En un yerbal alto como éste, el jefe de la familia trepa al árbol y con la tijera poda las ramas que su compañera y su prole cortan y quiebran en un movimiento incesante, separando la hoja del palo y amontonándola en las ponchadas -dos bolsas abiertas y unidas- que cuando estén llenas se convertirán en ‘raídos'. No hay cabezas rubias ni apellidos exóticos entre ellos. El tarefero es siempre criollo, misionero, paraguayo, peón golondrina sin tierra".
En 1966, el año en que Walsh recorrió Misiones, un 60 por ciento de la yerba mate que se cosechaba en la provincia se secaba a través del sistema conocido como barbacuá, aún vigente también. Así lo observó el periodista y escritor: "La temperatura es tan alta que parece imposible aguantar más de unos minutos. Pero, ¿qué quiere decir alta? Lo sabremos en el ‘catre' -una especie de barbacuá perfeccionado y plano- de la Industrial Paraguaya.
Allí el termómetro colocado junto a las bocas de fuego marca inequívocamente: noventa grados centígrados, que significan setenta grados arriba, donde trabajan los secadores.
-Es poco -se lamenta Mr. Bramford, y no sabemos si bromea cuando añade:
-Lo ideal es ciento veinte grados abajo y cien arriba.
Arriba, la escena parece arrancada de un sueño. Sobre una altiplanicie de hojas que se pierde en largas penumbras, flotan los vahos blanquecinos de la yerba secada, su perfume bruscamente intolerable. Como sombras de otro mundo armadas de horquillas, se mueven media docena de hombres.
Este, que sin duda es el trabajo más insalubre del mundo, es también la cumbre del oficio del peón yerbatero, la suprema ciencia y la suprema recompensa: el urú gana la extraordinaria suma de 67 pesos la hora".
(La nota completa en Sudestada de Colección N° 10 - El periodismo según Walsh)
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