Donde empieza el autor y termina el personaje, Roberto Arlt reflejó como nadie los traumas de la pobreza y la humillación y, de paso, transformó para siempre la historia de la literatura argentina con su estilo salvaje y violento.
"Este cañón puede matar, este cañón puede destruir. Y la convicción de haber creado un peligro obediente y mortal me enajenaba de alegría". De esta manera, atormentada y feliz, Silvio Astier entra definitivamente al mundo del crimen en El juguete rabioso, obra maestra del hasta entonces joven y desconocido escritor Roberto Godofredo Christophersen Arlt. A partir de esta entrada, de esta irrupción violenta y descarada, la literatura argentina ya no volvería a ser la misma, y nadie quedaría al margen de la influencia de este enigmático personaje que escribió como vivió, que recorrió los sótanos de una ciudad sucia y oscura para encontrar allí su mundo.
En cada paso, en cada línea, Arlt fue forjando su cañón, y lo disparó sin piedad. Y en cada disparo estaba el dolor del rechazo, la voz del solitario que escribe como un salvaje porque vive como tal. También estaba el escritor que nació para ser vendido en los tranvías y que jamás fue aceptado por una élite de intelectuales formales y pacatos a los que atacó con ferocidad. Entonces, la frontera que separa al hombre de sus personajes se hizo cada vez más delgada, por momentos confundiendo realidad con ficción, y hoy ya no podemos saber si el que habla es Arlt, es Astier o es Erdosain. "Soy el mejor escritor de mi generación, y el más desgraciado. Por eso tal vez soy el mejor", reconocía en una de sus Aguafuertes porteñas para explicar cómo ese mundo de locos, artistas y criminales no sólo se hallaba en sus libros, sino que también se desarrollaba en su mente, en su alma y en su corazón.
Remo Erdosain, espejo del dolor
En una carta de 1930 a su hermana Lila, Arlt comienza a cruzar la frontera entre sí mismo y su personaje más contradictorio, Remo Erdosain: "Pensá que yo puedo ser Erdosain, pensá que ese dolor no se inventa, ni tampoco es literatura". ¿Qué era entonces aquel dolor? ¿Locura?, ¿genialidad?, ¿fraude? Lo cierto es que Arlt fue ninguneado por todo el ambiente intelectual, que lo menospreció como escritor y como pensador. Por eso, no es casual que a Erdosain le pase lo mismo en Los siete locos, que sea rechazado por el hogar paterno, por su familia política y hasta por su mujer. El despecho es un tema que surge constantemente en la obra arltiana, y su respuesta es el crimen y la marginación, cuando no la humillación. Además, a este mundo narrativo y temático sólo se accede por medio del cuerpo, de la experiencia, en un peregrinar lento por las profundidades a las que no cualquiera puede descender. Arlt estuvo allí, desesperado e incomprendido, atacado por su propia ansiedad que lo mantenía al borde del colapso (conocida era su costumbre de dormir vestido para poder salir de inmediato si es que su intuición o su insomnio lo empujaban a las calles). Y en ese estado de cosas nació su escritura, su estilo, que no era más que su temática, su relato desordenado de aquellas visiones nocturnas que no respetaban formalidades ni reglas, ya que se sentía empujado a escribir de otro modo, de una manera dolorosamente original. Así, cualquier maestra de grado es capaz de corregir una página de Arlt (ya sea la gramática, la sintaxis o sus tan nombradas faltas ortográficas) pero nadie, absolutamente nadie, es capaz de escribirla, tal como reflexionaba el escritor Ricardo Piglia. "Los solitarios hablan raro" confesaba Arlt, y otra vez no sabemos a quién atribuirle la frase, porque seguramente no tiene un autor determinado y fue dicha para definir varias vidas, que por superpuestas no dejaron de ser nunca individuales.
(La edición completa en Sudestada de colección Nº9 Borges vs Arlt)
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