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Los Qom y el kirchnerismo

La irreverencia de los invisibles

No debemos perder de vista que el Estado, una vez que Mayo fue usurpado por quienes se maquillaron de Patria, fue un instrumento de la elite económica que masacró a los indígenas, les arrebató sus tierras, les negó su cosmovisión, les ninguneó sus lenguas y aplicó una crueldad inusitada con los prisioneros sobrevivientes a la limpieza de toldos. Un siglo después, ese mismo Estado aceptó someterse a un lifting de progresismo.

Más de una vez, algunos defensores de la gestión Kirchner me confesaron que no comprenden el trato que reciben los pueblos originarios por parte de la actual administración. Ciertamente se muestran extrañados, ya que este Gobierno ha enarbolado los derechos humanos como una de sus principales banderas. Imposible desconocer que, durante el actual período, por primera vez un general golpista como Videla murió en prisión y no en el confortable lecho de su dormitorio. La ex ESMA ya no les pertenece a los cachorros del Tigre Acosta, se reanudaron los juicios a los represores, se legisló sobre el matrimonio igualitario y es un hecho la asignación universal por hijo, por mencionar algunos puntos. ¿Quién puede ser tan ciego para negar o minimizar dichos logros? Ahora, también es innegable que el peronismo kirchnerista se ha ocupado, en líneas generales, de los derechos humanos de un determinado segmento temporal que tiene que ver con la Dictadura cívico-militar-eclesiástica de 1976. No así del lapso del 73 al 75, que resulta imposible abordar para el justicialismo sin involucrar al líder del movimiento. Del mismo modo, tampoco se avanzó con lo ocurrido una vez recuperada la democracia, como si se hubiera caído en el mágico embeleso alfonsinista de que con la democracia se come, se cura y se educa. Y en esta etapa iniciada en 1983 tuvimos desde los fusilamientos de prisioneros en La Tablada hasta el secuestro de Julio López. Con respecto a los indígenas, nunca ingresaron en la agenda gubernativa.

Si me remitiera a analizar la conflictiva relación que mantiene el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner con los pueblos originarios, me estaría dejando llevar por el facilismo desleal que nos brinda lo actual. Tropezaría con el árbol, y el bosque que le dio origen permanecería oculto por la urgencia de lo cotidiano. Hacer foco en el síntoma dejaría latente su estructura. En principio, no debemos perder de vista que el Estado, una vez que Mayo fue usurpado por quienes se maquillaron de Patria, fue un instrumento de la elite económica que masacró a los indígenas, les arrebató sus tierras, les negó su cosmovisión, les ninguneó sus lenguas y aplicó una crueldad inusitada con los prisioneros sobrevivientes a la limpieza de toldos. Un siglo después, ese mismo Estado aceptó someterse a un lifting de progresismo y la reforma de la Constitución de 1994 incluyó el artículo que afirma que los indígenas son preexistentes a su creación, algo que, como es público y notorio, en la práctica es pura ficción semántica. Por otra parte, para comprender, por ejemplo, lo que ocurre en Formosa, debemos remontarnos al accionar del primer gobierno de Juan Domingo Perón. Veremos cómo el axioma "impunidad genera impunidad, matanza hereda matanza" posee una triste validez. Y este gobierno hereda, y lo manifiesta con sus comportamientos erráticos, un historial que nada tiene que ver con las genuinas aspiraciones de justicia social de sus seguidores que se volcaron a recibir a la marcha indígena por el Bicentenario con el flamear de miles de wiphalas. Un reclamo que acabó convertido en una puesta en escena tan emotiva como inocua.

Argentina realizó enormes esfuerzos para mostrarse ante el mundo como un país blanco y europeo, distinto del resto de Latinoamérica, y ese estigma sobrevuela toda la cuestión. Existen dos hechos del pasado reciente que permiten explicar lo que acontece con los indígenas y la actual administración peronista. En primer lugar, el pedido de tierra de los kollas del Malón de la Paz de 1946, un reclamo que quebró por primera vez la invisibilidad a la que estaban sumidos. Los kollas, tras haber fracasado una y otra vez frente a los tribunales provinciales manejados al arbitrio de las elites semifeudales, marcharon a pie durante 81 días hacia la Capital Federal. El reclamo masivo comenzó en forma promisoria, contando con amplia cobertura periodística e incluso con el apoyo del flamante presidente Perón que, si bien los recibió en la Casa Rosada, luego los alojó en el Hotel de los Inmigrantes, como si fueran extranjeros. A partir de ese momento, y tal como demostré en Los indios invisibles del Malón de la Paz, pese a haber asegurado "den por hecho lo pedido", su entorno les hizo comprender que si realizaba esa reforma agraria de bolsillo, sentaría un precedente jurídico. El presidente vaciló durante 25 días hasta que dejó hacer. En la madrugada del 28 de agosto, cientos de soldados de la Marina de Guerra rodearon el Hotel, y todo el contingente de 174 kollas terminó secuestrado y desterrado por las mismas autoridades que luego negaron tener participación en lo ocurrido. Perón creó tres comisiones investigadores para dilucidar lo ocurrido. Obviamente, nadie investigó nada.

(La nota completa en Sudestada n° 123, octubre de 2013)

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Autor

Marcelo Valko