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Musiqueras: Ana Prada

"Mi paisaje sonoro es popular e intuitivo"

Para su nuevo disco, Soy otra, la cantautora uruguaya halló en las canciones que compuso, distintas formas de nombrarse y de reconocer los caminos que trazó en tan pocos años. Tres discos, otro compartido con Teresa Parodi, y las poéticas y rítmicas latinoamericanas mucho más definidas ahora, que la hicieron volverse una referente de la canción popular rioplatense. Junto a Sudestada, repasa los motores de Soy otra y sus marcas de trabajo e inspiración en el rastro de su identidad siempre por delante.

El día es gris y las memorias traen brillos y silencios. También palabras para su madre, que falleció este año y aún la lleva en los ojos, los oídos. Y estarán las voces de más mujeres en la voz y en el espíritu de la uruguaya Ana Prada: por unos días, de paso por Buenos Aires, enlazando el pronunciar latinoamericano y el de los afectos, propios y ajenos, que envuelven las canciones como suspiros y alegrías de su Soy otra, el tercer disco de la trilogía: esa que comenzó con Soy sola (2006) y profundizó con Soy pecadora (2008). Obras esenciales, completadas con esta Soy otra, para revelar y desvelarse en los vuelos de la ya pensada unánimemente como una de las más importantes del universo de la canción popular entre Uruguay y la Argentina.

Ana Prada, ya no sólo la prima de Jorge y Daniel Drexler; la ex vocalista del cuarteto La Otra (no es guiño a aquél el título del disco) y corista de Rubén Rada; la cocreadora de otro celebrado disco este año con Teresa Parodi, Y qué más. La que está aquí en el Bar Dorrego (pleno San Telmo) y le pide al mozo dos chops de cerveza tirada oye la máquina de fondo y alza la voz para captar voces, gestos, frases de amores. Los rulos rubios sin peinar del todo, el rostro con leve maquillaje y la risa al jugar con la pila de maníes sin sal. Hasta que dice, aquietando la cadencia del pago:

-El otro día me comentaron que en este disco, como cierre de la trilogía de los "Soy...", se siente una apertura más hacia lo latinoamericano que a la canción rioplatense. Y me puse a pensar que, más que el candombe, tengo mucha más influencia de la música folklórica, la brasilera y la latinoamericana, porque mis abuelos trabajaban en la UNESCO y nos mandaban material. E incluso me vi muy influenciada por lo melódico internacional. De eso me di cuenta ahora, de vieja".

El mozo trae los chops y Ana celebra: "¡Salud, che!". A los 42 años, ella sabe y siente reconocerse en imágenes de sus primeros años en su Paysandú natal para seguir adelante, entre Montevideo, Buenos Aires y España, cuna de su compañera Queyi, la cantautora rubia y de pelo lacio que en "Para decirte que te quiero", de las dos, suma voces de dulzura. Soy otra está atravesado por el sonido de ambas. Pero allá en Paysandú comenzó su escuela continental de canciones. "Mis padres trabajaban y, como nos criaron distantes, en mi casa siempre había una señora que nos cuidaba. Cuando llegaba de la escuela, mientras cenaba, se oía la música de la radio: Franco Simone, Camilo Sesto, Ángela Carrasco". Y las cosas que resonaban en el pago: "Los Iracundos, la cumbia y la música tropical". Por ahí Ana Prada oía por la radio: "Bailes de música tropical: sale ómnibus de Plaza Constitución...", imita ahora. "Era la banda sonora de mi infancia, cuando no estaban papá y mamá".
Y cuando volvían sus viejos, ¿qué escuchaban? "Sobre todo música clásica y Alfredo Zitarrosa, Los Olimareños, todo lo uruguayo. No era un casa tanguera, tampoco de candombe y murga. De eso me empapé cuando me fui a Montevideo, estudiando guitarra además de psicología". Allá terminó la carrera, nunca ejerció, y se sumergió cantando en tradiciones y referentes que definieron su vena compositiva. Los nombra Prada: "Fernando Cabrera, Darnauchans, y todas esas mujeres que hacían cosas fabulosas: Estela Magnone, Mariana Ingold, Laura Canoura".
Contraste con Paysandú, donde le resonaban influencias de este lado del río: "Sí, antes conocía más a Silvina Garré, Juan Carlos Baglietto y Jorge Fandermole, porque comprábamos los discos en Colón por el cambio: desde las galletitas Sonrisas hasta los casetes. Y la música argentina nos llegaba directo por la radio y por los canales de la TV de acá. Es la realidad de un país pequeño rodeado de dos enormes países y con una aculturación brutal".

En un trasiego constante

De arranque se oye una declaración de principios: es "Soy otra", ese aire de vals con las escalas de criolla que invitan a bailar, en contrapunto al piano y los teclados de Ariel Polenta, el productor artístico del disco. Y la compañía de Fernando Mántaras en contrabajo, la batería de Julián Semprini probando incontables tramas de ritmos en cada tema, Juan De Benedictis sumando guitarras, los invitados vistiendo esas texturas de latinoamericanidad y bronces...

Y las frases juegan a espejo de sus cuarenta, explicará luego: primero el sonido. "Esa música es ciento por ciento de Ariel y la letra es mía", cuenta. ¿Cómo surgió? "Un día veníamos en auto de Necochea después de tocar, y con él y con Paula Rivera -la productora ejecutiva- hablábamos del concepto de ‘soy otra': de ser eso que los demás creen que sos aunque no lo seas. En realidad, ese ‘soy otra' puede ser: ¿Qué ha pasado con mi vida en esta carrera tan nómade? No hay que olvidarse de que los trovadores medievales eran tipos errantes. El artista estaba asociado a un carromato que viajaba por el mundo: por su mundo".

En plena ruta tiró Ariel Polenta: "Tengo una música para esa idea". Y con el trombón de Santiago Castellani y el violín de Irene Cadario, "¿viste que se torna hasta medio circense y por ahí decís ‘suena a Hollywood'? Me gustó mucho para que fuera ‘Soy otra'". Claro que nunca dice abiertamente "soy otra". "Lo cantan en coro los muchachos de la banda: ‘Es oootra, es oootra'", entuba la voz Ana Prada. "Es una cosa medio teatralizada, como el coro en el teatro griego. Acá el coro comenta: ‘Es oootra, es oootra...'".

La canción trae también lazos de tradición. "Los dos versos son décimas, no el estribillo. Justo surgió porque había estado mucho con Jorge (Drexler) y él estaba copado con la estructura de la décima y jugábamos haciéndolas. Me lo puse como obligación, y cada vez que me tomaba el Buquebús para venir a Buenos Aires escribía una décima: algunas unas verdaderas porquerías, claro, pero como para ir agarrando la estructura".

(La nota completa en Sudestada n° 123, octubre de 2013)

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Autor

Patricio Féminis