Los argentinos, al igual que cualquier otro ciudadano de cualquier parte del mundo, conocen la historia y la sociedad de Corea de un modo superficial y adulterada por la única versión que les llega: la brindada por Estados Unidos. Una visión llena de prejuicios, motivados por informaciones donde se mezclan la verdad con la mentira o con noticias abiertamente ofensivas. Por eso, vale la pena detenerse para conocer un cine auténtico y original.
Durante los años cincuenta, Corea del Norte comenzó su andadura entre escombros. Un país por construir en el que el cine iba a tener un papel primordial para cimentar la identidad nacional tan duramente atacada por los japoneses con su colonialismo y por los americanos después, con la destrucción material del país. El líder de la República Democrática Popular de Corea (RDPC), Kim Il Sung, proclamó, como Lenin, que el cine era la principal de todas las artes, y por esa razón se convirtió en el medio abanderado de la concienciación nacional coreana.
Como referente de esos comienzos de época, se destaca la vida del actor Hwang Chol, un artista con una carrera marcada por la guerra y sus consecuencias. En 1948 cruzó la frontera entre las dos Coreas y se instaló en el norte de la península invitado por el líder del país. Fue soldado en la guerra y perdió una mano. Actor de teatro y de cine, maestro de actores; ostentó cargos políticos en educación y cultura en la RDPC. Una vida, como el resto de sus compatriotas, marcada por la brutal guerra.
Así, el cine iba a ser el altavoz de la conciencia nacional, un modo de rescatar la historia arrebatada durante tantos años al pueblo coreano. No iba a ser sólo entretenimiento, sino que iba a mostrar una sociedad nueva y en construcción: la sociedad socialista.
Corea, con ojos de Hollywood
En el cine norteamericano hay una película sobre la guerra de Corea, al estilo de las realizadas como propaganda durante la II Guerra Mundial: Los Puentes de Toko-Ri (1954). Hasta el cómico Jerry Lewis ambientó una de sus películas en la guerra de Corea: Tú, Kimi y yo (1958). La popular serie MASH se adaptó a esa misma guerra para no tocar la del momento, que era la de Vietnam. Pero en esos tiempos de crecimiento económico de la posguerra mundial, cuando Estados Unidos se había convertido en una potencia, la guerra perdida de Corea pronto fue olvidada. Luego, la sociedad fue cambiando y cuando llegó la de Vietnam, todo fue muy diferente. La de Corea es, entonces, la guerra olvidada para los norteamericanos casi desde su final.
En occidente sólo queda para el recuerdo el cuadro de Picasso La masacre en Corea (1951). Inspirado en el cuadro de Goya Los fusilamientos del 3 de Mayo (1814), Picasso recreó y denunció la masacre de civiles en Shinchun por parte del ejército norteamericano. Hasta 1990 su visionado y cualquier reproducción del cuadro estuvo prohibido en Corea del Sur, en un intento por ocultar a los coreanos los horrores cometidos por su aliado. Pero la operación de propaganda clave en esta guerra -y que todavía nos inunda a través de carteles y todo tipo de objetos- es la visita de la actriz Marilyn Monroe a las tropas norteamericanas en Corea. Estando de luna de miel en Japón con el popular beisbolista Joe DiMaggio, se trasladó a Corea, donde realizó diez actuaciones ante las tropas norteamericanas. Era 1954 y la guerra ya había terminado.
El cine es un medio muy eficaz para la difusión de propaganda. Desde Estados Unidos y Corea del Sur lanzan arengas llamando despectivamente como "propaganda" a toda la producción audiovisual norcoreana, cuando esos mismos países lo que siempre han realizado es "propaganda" en el peor sentido de esta palabra. El espectador, ante la imposibilidad de contrastar la información que percibe, recibe pasivamente los mensajes envueltos en historias de ficción o no; que actúan directamente sobre sus emociones, valores, inquietudes o temores. Y que además funciona como una llamada al patriotismo.
(La nota completa en Sudestada n° 123, octubre de 2013)
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