En los 60 y 70, los sacerdotes tercermundistas dieron una muestra de entrega revolucionaria. Las organizaciones armadas peronistas surgieron de grupos militantes católicos que interpretaron una nueva Teología. Una Iglesia distinta creció desde el pueblo, con curas villeros, obreros y agrarios vinculados a la guerrilla que actuaba en estos frentes. Un movimiento mesiánico que también tuvo sus verdugos, sus mártires y sus traidores.
1.De vez en cuando, el sacerdote tiene que salir del barrio para rendirle cuentas al poder eclesiástico o para recibir un escarmiento siempre piadoso. El olor a incienzo, a lustre de bronce y a pastillas antipolilla le repugnan. El silencio solemne de las catedrales le duele. Cuando vuelve a su barrio ya respira, pero no puede dejar de sentir culpa. El regreso por la calle de tierra es su vía crucis inverso. Se acerca Orlandito como siempre para aferrarse del saco del cura. Se siente bien ese contacto. Es oxígeno para su alma confundida. La capilla huele a guiso y a leche cuajada. Apoya su mano en las paredes húmedas, esas que levantaron cientos de manos en la villa. Cuando Orlandito le habla se acuerda que todavía lo tiene pegado. "¡Andá volando para tu casa!". Abre la puerta del sótano y siente miedo, pero no retrocede. Con la única luz que se filtra por las rendijas de la puerta, revuelve su bolso y saca un candelabro dorado que apoya en una pila de objetos. En el rincón, late como nunca ese baúl que trajeron los muchachos.
2. Pocas veces se dimensiona la importancia que tuvo la Teología de la Liberación y su implementación orgánica a través del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM) -aunque excedió sus fronteras- en las luchas revolucionarias de nuestro país. La corriente renovadora de la Iglesia venía de Europa. En los años sesenta, el Concilio Vaticano II, inaugurado por Juan XXIII y concluido por Pablo VI, sepultó los cimientos de la Iglesia Medieval y le abrió las puertas a una teología de cara al pueblo.
Los sacerdotes ya no tenían que dar la misa en latín y de espaldas. El cura se integró al pueblo, se hizo obrero, villero, campesino, explotado y, por supuesto, reprimido. Los 500 curas que integraron el movimiento tercermundista en la Argentina legitimaron la violencia popular, abrazaron al peronismo de base, organizaron las villas, los sindicatos y las Ligas Agrarias. Si bien como movimiento no asumieron la lucha armada en sus manos, fueron un eslabón fundamental para su aceptación popular. Sus capillas escondían arsenales, sus homilías recordaban a los muertos en combate y de sus altares colgaban banderas que decían "huelga" o "libertad a los presos políticos". Todos los sacerdotes tercermundistas arriesgaron de una manera u otra su vida por el pueblo humilde y trabajador. Su palabra y su referencia social significaban lo mismo o más que un fusil.
Entre ellos hubo quienes se comprometieron con alguna organización político-militar. Fueron los menos. Emularon al Jesús violento (el que peleó contra los mercaderes del templo) liderando una acción directa, una pueblada o una operación armada; se ubicaron al frente de la columna, protegieron con su manto sagrado al poblador indefenso y al compañero combatiente, se hicieron cargo de una misión ("divina") histórica, aceptaron el martirio del apóstol y demolieron con una nueva conciencia el miedo al dolor. La paz de su mirada sacerdotal escondía el fuego de la espada judía.
Según el investigador José Pablo Martín, se pueden distinguir varios niveles en referencia con la relación del MSTM con la lucha armada: "Hubo, sin embargo, una relación con la organización de la guerrilla en varios sentidos. En primer lugar, por la participación de algunos de sus miembros como cuadros de las fuerzas irregulares, en un número que puede oscilar entre diez y quince personas. En estos casos, la relación con el grupo de sacerdotes tercermundistas podía mostrar diversos aspectos. En algunos casos, sus compañeros ignoraron la pertenencia a cuadros de guerrilla durante largos períodos; en otros casos, se conocía esta militancia pero no se la consideraba asumida ni aprobada por el grupo; en casos limitados, esta actividad era aceptada tácitamente por el grupo del movimiento. Otro grupo de STM, que puede oscilar entre 25 y 30, tenía contactos con guerrilleros en los lugares que frecuentaban, como universidades, villas, barrios, las mismas estructuras oficiales del partido justicialista, etcétera. Pero en estos casos no había apoyo a la acción ilegal, sino encuentros en alguna actividad política. Tiene acierto un dato atribuido a los servicios de informaciones de las fuerzas armadas que llega a manos de los STM durante 1971, en el que los militares calculan un 5 por ciento de 'subversivos' entre los STM, que estaban comprometidos de alguna manera con hechos de violencia. Tal aserto es confirmado por un reciente estudio, que ubica en un 2 por ciento a los STM que pertenecieron a los cuadros de la subversión; y estima en un 3 por ciento a los STM que tuvieron algún contacto operacional con guerrilleros. Aquel informe de inteligencia militar, de resultar auténtico, sería una prueba excelente para afirmar que los militares tenían un conocimiento muy afinado y preciso del estado de la situación".
La sotana parecía una protección ante la represión, pero en realidad fue todo lo contrario. Los que dejaron los hábitos pudieron mantener cierta seguridad en la clandestinidad. Los sacerdotes, en cambio, permanecieron expuestos: seguían dando misa, firmaban documentos, se entrevistaban con los obispos, encabezaban una manifestación, atendían a la prensa. En ese sentido, Martín señala: "En 1973, Montoneros recomienda a grupos de STM imitarlos en su paso a la clandestinidad. Ningún grupo del movimiento lo acepta. Sin embargo, algunos miembros, que están en la guerrilla, toman cada vez más precauciones y se apartan incluso de sus mismos compañeros sacerdotes".
Si bien el MSTM se constituyó como una "para-iglesia" desde la ruptura con la jerarquía eclesiástica, a partir de la decisión de sacerdotes "de base", algunos obispos también siguieron el mismo camino. Dos de ellos, Enrique Angelelli en La Rioja y Carlos Horacio Ponce de León en San Nicolás, dieron la vida por sus compañeros. Otros sirvieron de apoyo incondicional en los momentos duros de la represión, como Alberto Pascual Devoto en Goya (quien abandonó la casa episcopal para vivir en una choza junto al río), Jerónimo Podestá en Avellaneda, Antonio Brasca en Rafaela, Vicente Zazpe en Santa Fe, Jaime De Nevares en Neuquén (quien dejó la Catedral sin terminar y donó los recursos a comedores infantiles), Germiniano Esorto en Bahía Blanca y Juan José Iriarte en Chaco. Otros se fueron dando vuelta, como Quarracino y Di Stéfano.
La Jerarquía de la Iglesia argentina, que mantenía una mentalidad medieval, se transformó en el brazo moral de las Fuerzas Armadas. El arzobispo de Buenos Aires, Antonio Caggiano, y su coadjutor Juan Carlos Aramburu constituyeron un bloque antimarxista que bendijo la Doctrina de Seguridad Nacional. Así invocó el obispo Victorio Bonamin al dios castrense: "Bendíceles sus sables, instrumentos de su misión" (La Nación, 11/05/76). Como en los tiempos del cristianismo primitivo, en las comunidades de base estaba el pueblo y en la alta jerarquía de la Iglesia, el poder dominante.
Mientras tanto, las organizaciones armadas le pedían al MSTM mayor compromiso: "Las acciones de enfrentamiento aisladas o exclusivamente conectadas a lo eclesiástico, aunque positivas, pierden en gran parte su eficacia de cambio al estar desconectadas de un plan coherente hecho dentro de las fuerzas revolucionarias del peronismo. Hay que planificar con los grupos peronistas militantes una acción conjunta cuya estrategia llegue a contemplar un progresivo acrecentamiento del proceso revolucionario" (Carta de las FAP a los Sacerdotes para el Tercer Mundo, desde la cárcel, 1969).
(La nota completa en Revista Sudestada Nº 118 - mayo 2013)
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