No fueron sencillas las horas que siguieron al ajustado triunfo electoral del candidato chavista Nicolás Maduro en Venezuela. El estrecho margen -de apenas 1,8 por ciento- abrió una breve etapa de crisis que la derecha intentó agudizar con una ofensiva golpista alentada por el candidato derrotado Henrique Capriles, pero que deja ver con nitidez los hilos de Estados Unidos como el gran manipulador.
No fueron sencillas las horas que siguieron al ajustado triunfo electoral del candidato chavista Nicolás Maduro en Venezuela. El estrecho margen -de apenas 1,8 por ciento- abrió una breve etapa de crisis que la derecha intentó agudizar con una ofensiva golpista alentada por el candidato derrotado Henrique Capriles, pero que deja ver con nitidez los hilos de Estados Unidos como el gran manipulador. La maniobra golpista fracasó, pero se cobró la vida de ocho militantes chavistas, y confirmó que el objetivo principal de la derecha en Venezuela no pasa hoy por aprovechar el inesperado capital electoral, sino por agudizar el proceso de desestabilización.
Del lado chavista, el triunfo deja muchas preguntas y algunas lecciones contundentes. El pasaje de al menos 600 mil votos hacia la derecha permite conjeturar algunas precisiones que van más allá del dolor por la muerte del líder o los defectos de la breve campaña electoral. Es claro que el sabotaje económico ejercido por la derecha hizo mella en parte de la población, pero del mismo modo resulta preocupante la inacción del Estado ante esas maniobras de desgaste que intentaron imponer el mal humor social. De allí que los principales desafíos que enfrenta el nuevo gobierno pasen: en primer lugar, por reactivar un aparato de gestión casi paralizado desde que se agravó la salud de Chávez, y en segundo lugar, por enfrentar dos complejos problemas que afectan directamente la vida cotidiana de la población: la eficiencia como respuesta concreta para comenzar a barrer a la burocracia y la corrupción, a partir de seguir los lineamientos planteados en la última reunión de ministros por parte de Chávez y titulado como "Golpe de timón", y la inseguridad, agravada por el uso político que hacen de la frontera paramilitares y narcotraficantes extranjeros.
Sin embargo, la gran incógnita que ha dejado la crisis sigue siendo la opción dual que enfrenta el nuevo gobierno: profundizar o retroceder. Es decir, radicalizar el proceso de tránsito hacia el socialismo, o bien apostar por la negociación con los enemigos de la revolución. De la resolución de este interrogante depende buena parte del proceso venezolano. La victoria electoral de Maduro, su carácter de dirigente obrero y heredero del legado de Hugo Chávez, sus primeros gestos (en particular, su llamado a "rectificar" como prioridad) invitan a confiar en el liderazgo del primer mandatario chavista en la historia. Pero será una vez más el pueblo trabajador el que empujará a sus dirigentes en una o en otra dirección. De su presencia en las calles, de hacer escuchar su voz en los barrios y en las fábricas, dependerá la mayor parte de este nuevo desafío que recién comienza...
Llegó el martes 2 de abril. Amaneció con camiones cargados de música y consignas recorriendo las calles de los cerros y del centro. Las avenidas estaban regadas de carteles en sus palos de luz y en cada manzana se encontraba un "punto rojo" con sus doñas y señores doblando volantes, repartiendo Planes de la Patria, multiplicando conversaciones.
Había empezado oficialmente la campaña presidencial. Faltaban doce días para saber quién sería el nuevo presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Pero en realidad había comenzado el 9 de marzo, cuando el Consejo Nacional Electoral (CNE), en boca de su presidenta, Tibisay Lucena, había anunciado que las elecciones serían el 14 de abril.
Cuando despertó el 2 de abril, ya toda Venezuela estaba pintada de campaña. Poco a poco había ido creciendo por las paredes, "Chávez cerró los ojos para que tú los abras", "Chávez te lo juro mi voto es por Maduro" o "Un coño e' madre, viva Chávez". Iba siendo un lento tránsito de la tristeza a la voluntad de victoria, del dolor a la arrechera, a la necesidad de avanzar y profundizar los pasos del Comandante.
El candidato de la Revolución Bolivariana se enfrentaba al mismo que había encarnado las expectativas de la oposición en las elecciones del 7 de octubre, Capriles Radonski. Pero esta vez la derecha no había logrado consenso y unidad alrededor de su figura. Aparecían abiertamente las desconfianzas, críticas y muestras de fisuras dentro de la Mesa de la Unidad Democrática, espacio unitario del anti-chavismo.
Sin embargo, por lo tiempos demasiado veloces, no habían alcanzado un acuerdo para elegir a un nuevo candidato. No habían faltado especulaciones que plantearan que Capriles no aceptaría ser candidato nuevamente. Incluso que la derecha se retiraría de los comicios. Es que todo indicaba que ganaría Nicolás Maduro y que aquel que se le opusiera saldría derrotado y condenado al margen de la arena política nacional.
(La nota completa en Revista Sudestada Nº 118 - mayo 2013)
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