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La difícil tarea de reemplazar al Estado

La Patria inundada

Crónica de una inundación en la que la solidaridad y la fraternidad de vecinos y de organizaciones independientes fueron los puntales para la ayuda y penosa reconstrucción de una vida cotidiana arrasada. Registro, también, de un Estado ausente en la planificación previa y en la asistencia ante la catástrofe, donde a los funcionarios los tapó el agua y las miserias salieron a flote.

1.Son las once de la noche, al fin paró de llover. Hace seis horas que llueve furiosamente. Hace seis horas que la ciudad se inunda de un modo que nadie puede imaginar. Una llamada me entra al celular. Se escucha entrecortado, se corta. Al rato suena de nuevo. Me avisan de una chica embarazada de ocho meses, varada hace cuatro horas en un auto a dos cuadras de donde estoy, que si la puedo salir a buscar. Desde la ventana de un segundo piso veo la calle inundada, los autos subidos a la vereda, y ya escuchamos que hay zonas que están peor. Ya estamos nerviosos, ya hemos estado luchando contra la señal de mierda de los celulares que no nos permiten saber si todos los nuestros están bien. Me repiten la dirección. Salgo a buscarla.
En la vereda el agua me llega apenas por debajo de las rodillas. Camino pegado a las casas y agradezco que la luz se haya cortado, que no esté el peligro de quedarme pegado. Extrañamente hay mucha gente en la calle. Amontonándose en los zaguanes, acorralados en autos subidos a la vereda. Caminando, tratando de llegar a algún lugar, y gente que simplemente está ahí, parada en cualquier lado, sin saber qué hacer más que mirar el agua.

Camino por calle 11, hacia 40, 41, 42. No encuentro el Renault azul donde me dijeron que buscara. Al cruzar las calles redoblo los cuidados, bajo por las cocheras de los autos, tanteo que no haya una boca de tormenta, y me encomiendo a la providencia. Me encuentro a otro flaco al que también mandaron en búsqueda de la embarazada. Vamos hacia calle 12, allí el agua está más alta, la oscuridad es mayor, y en la vereda el agua nos llega por la cintura. Agarrados a una reja miramos pasar la correntada de la calle que imita a los rápidos canadienses. No nos animamos a bajar a la calle y volvemos. Vemos una camioneta que avanza hacia 12, le hacemos señas de que pare, que no se puede avanzar. El hombre que maneja baja la ventanilla y nos grita nervioso, que tiene que pasar, que busca a su hija, que está embarazada. Le contestamos que también la estamos buscando. Nos pasamos los números de celular aunque no estén funcionando, nos organizamos, nos repartimos.
En la intersección de una diagonal me freno en la entrada de un edificio donde se refugia una multitud. Allí, de tres calles que cruzan, dos están inundadas y la tercera, más alta, está transitable. Pregunto a la gente si vio a una chica embarazada, de ocho meses, pelo castaño, etc. "Vino la policía a avisarnos de esa chica así que fuimos un poco más allá de doce buscándola" y me cuentan que se agarraron entre varios las manos para que no los lleve la correntada de la calle. "Entonces la policía la está buscando", pregunto. "Nooo, los canas se quedaron allá", y me señalan un patrullero estacionado en la única calle que no tiene agua.

Afortunadamente al rato me entra un mensaje que avisa que la chica embarazada está bien.

2. "Mi hermano es de Tolosa, quiso llegar a la casa pero el agua lo frenó unas cuadras antes. Primero se quedó a esperar en el auto, cuando vio que seguía subiendo salió y se subió al capó. Pasó la noche parado en el techo del auto agarrado a un poste de luz con el agua por la cintura. Cuando las piernas le dejaban de responder se sentaba, pero ahí el agua le quedaba por el cuello. En algún momento de la noche lo rescató un gomón. Un vecino amante de la pesca, que además era médico y lo ayudó a curar la hipotermia".
Como esa, las historias son miles. La tormenta irrumpió a las cinco de la tarde, dejando a algunos preocupados por volver a sus casas, luego por encontrar un refugio, a otros tratando de salvar sus bienes mientras el agua crecía por debajo de la puerta, y al final sencillamente tratando de salir, buscando la altura del techo, o un vecino con segundo piso que los pudiera albergar.

Y también son miles los relatos de rescatistas espontáneos que salieron empujados por el instinto a salvar y dar refugio a aquellos a quienes el agua había cercado. La Plata rebalsa de estas historias. Y todas con un denominador común, salvo algunos casos aislados de ayuda de la defensa civil, o de bomberos, fue notoria la ausencia de cualquier cuerpo del Estado preparado para realizar tareas de rescate.

(La nota completa en Revista Sudestada Nº 118 - mayo 2013)

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Autor

Javier Guiamet