Última parte de la investigación sobre el caso de robo de un bébe en el Chaco hace más de diez años. Apenas un caso, sólo el ejemplo de una realidad cotidiana que atraviesa las provincias de una Argentina invisivilizada. En estas líneas, la búsqueda insistente de una familia, el silencio cómplice de la sociedad y la participación activa de una policía corrupta. Ilustración: Luciano Espeche
1. A raíz del caso Varela, la policía detuvo a varios matrimonios sospechados de tener hijos adoptados en forma irregular. Julio era informado de cada procedimiento y viajaba con una comisión policial.
Pero nadie se percató de que todos los casos que la policía investigó estaban fuera de Sáenz Peña y su radio de influencia.
En ese contexto, en el que la opinión pública se inclinaba a creer que a Damián se lo habían llevado a una metrópolis, surgió la pista de Córdoba.
Julio recibió una carta desde Salta de una señora llamada Elsa, que manejaba el péndulo. Nunca había sentido hablar del tema. Sólo conocía el péndulo de los relojes.
Julio viajó con uno de sus hermanos a Salta. Se entrevistaron con Elsa y participaron de una sesión de rezos y en un ambiente de trance se desplegaron los mapas sobre una mesa. El péndulo comenzaba a moverse.
Al cabo de unos minutos de un mutismo que daba miedo, Elsa levantó su cabeza y dijo segura, firme, con una convicción envidiable:
-Su hijo está en Córdoba capital, en Barrio Maipú. Entre las calles Zaragoza, Cartagena, Huelva y Tarragona.
El entusiasmo se apoderó del rostro de Julio.
Para que la justicia lo aceptara como pista, debieron decir que se trataba de un anónimo... A las semanas el exhorto salió de Sáenz Peña y llegó a Córdoba.
En la jurisdicción de la Seccional 12 de la Policía de la Provincia de Córdoba, se hizo cargo de la investigación el cabo Ricardo Tabares. Pasó el tiempo, y Julio debió templarse a la fuerza.
De repente, recibió un llamado telefónico.
-Varela, ¿cómo era la criatura?
Julio contestó:
-Ahora ya no sé cómo debe estar, pasaron ocho meses. Pero a los dos meses, mi mujer lo tendió en la cama y me dijo: "Tiene un lunar", y yo también tengo un lunar. Y agregó: "Damián tiene una manchita debajo de la costilla izquierda, más oscura que la piel, y del tamaño de una aceituna"...
Las esperanzas chocaban contra el sentido común. No había certezas.
Un día, el policía cordobés lo llamó:
-Venite. Vení a Córdoba. Yo ya me voy a manejar con el Juzgado.
Así fue que Julio salió para Córdoba. Siempre acompañado.
Era hora de ir hasta el Barrio Maipú. Sólo las palabras crudas de Tabares rompieron la pasividad del viaje:
-Miren esa casa hermosa. La revestida de piedras negras. Ahí está el pibe -disparó sin merodeo.
No hizo falta más. Julio recordó de inmediato el péndulo de Elsa. Aquellas palabras.
-¿Dónde quedan las calles Zaragoza, Cartagena, Huelva y Tarragona? -preguntó Julio.
-Aquí, a una cuadra y media. Contestó, ligeramente, sin importarle, el cabo.
-¡Es mi hijo! Vi las fotografías -reaccionó Julio.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 109 - junio 2012)
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