A veces divertido y otras tantas profundo, Max Aguirre conoce el entramado simbólico que se abre con cada una de sus viñetas. Original y descontracturado, su obra navega entre el mundo interior y las vidas ajenas, como su novela gráfica sobre Alfredo Zitarrosa, que está en preparación.
Al encontrarse con Max, uno puede tener la vaga sensación de conocerlo de algún otro lado, a pesar de no haberlo visto nunca personalmente. Es que este historietista argentino de cuarenta años se parece mucho a uno de sus personajes: ni Jim ni Jam, Max es el Otro. Y ese otro, el que no está dibujado, se presta a la charla distendida para rememorar sus inicios y sus primeras lecturas. Nos devela la porosidad de lo real en sus trabajos actuales en La Nación, Billiken y Fierro. Nos adelanta la próxima edición de una novela gráfica sobre Alfredo Zitarrosa, y nos canta algunas de sus verdades respecto del revuelo que desató su colega Gustavo Sala durante el último verano. Con ustedes, Max Aguirre, el de carne y hueso.
-Vamos a arrancar por el principio: ¿Cómo empezaste con esto del dibujo? ¿De chico garabateabas las paredes de tu casa?
-Un amigo y colega rosarino que se llama Leo Sandler una vez contestó a esa pregunta diciendo "nunca dejé". Creo que esa es la respuesta. Cuando uno es dibujante, habitualmente lo que sucede es que uno nunca dejó de dibujar. El dibujo es la primera comunicación por signos que tenemos, que la educación formal considera que hay que dejar de lado para pasar a las letras, que serían los signos más codificados y abstractos, sin fomentar mucho la convivencia de esos dos espacios.
-¿Y cómo se te dio que pudiste no renunciar a lo que todos dejamos cuando empezamos a crecer?
-No tengo muy en claro qué era lo que pasaba en ese momento, pero si tengo que pensar un poco y tratar de entender al nene que era, me daba placer dibujar, me encantaba. Encontraba una comunicación que no era exactamente la misma que con las letras, si bien una vez aprendido el lenguaje de la escritura la mayoría de mis dibujos de nene pasaron a ser historietas que tenían sus globitos y contaban alguna historia.
-O sea que ya tenías algo para decir...
-Sí, no consideraba la opción de hacer el dibujo y nada más. La mayoría de las veces el tema era contar algo, que podía ser una anécdota de los amigos o cosas así.
-¿Y de quiénes te "copiabas" en tu infancia para hacer esas primeras historietas?
-Exacto, es copiarse. En realidad, es volver a hacerlo para hacer lo propio. Lo primero que descubrí en casa son los dibujantes que estaban en Anteojito o en Billiken, sobre todo en la primera porque era la revista que mi viejo me compraba. Estaban los franceses André Franquin y Jean-Claude Fournier con Spirou, y estaba Oswald con Sónoman. Después apareció Patoruzito y todo lo que es Patoruzú, y una historieta que leía de nene que dibujaba el fallecido Manken que se llamaba Fitito, que era como una suerte de Meteoro pero que en realidad era un comercial de Fitito. Más tarde vinieron las revistas de la editorial Columba en las casas de usados, y la Skorpio. Y en la Skorpio apareció Fontanarrosa. La primera vez que vi Inodoro Pereyra me impactó muchísimo porque no tenía nada que ver con lo que conocía. Luego, cerca de los 12 o 13 años, Hugo Pratt. Creo que esos son los grandes voladores de cabezas.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 109 - junio 2012)
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