Nacieron ante la necesidad empresaria de tener a los obreros cerca de los campos. Ligados al poder político, muchos ingenios dominaron la región hasta su cierre durante el golpe de Onganía. Cuarenta años después Lules, Santa Lucía y Mercedes son algunas de las comunidades que continúan padeciendo los efectos de un desarme económico no subsanado. Fotos: Daniel Ayala
Los crímenes que el derecho no contempla
Siguiendo la ruta de los ingenios cerrados hacia el sur, y a pocas cuadras de Lules, aparece Mercedes. El recelo ostentado por muchos luleños despunta preguntas por todas partes: ¿Qué fue de aquel lugar que supo ser el más importante de la zona? ¿Qué sucedió con sus trabajadores tras el cierre del ingenio?
Previenen de no ir: allí hay asentamientos que pueden ser foco de robos. Pese a que todos reconocen que la zona es tranquila, piensan que igual los pueden asaltar.
Las abuelas esperan a que sean las 9 para sacar su silla a la vereda y ver pasar la noche. Las casas duermen con las ventanas abiertas. Los televisores de la estación de micros de San Miguel proyectan por $1 los noticieros de Buenos Aires y la novela de las tres.
Con el correr del tiempo y los diálogos, se comprende qué quiere decir "Mercedes es inseguro". Ya no hay trabajo, el ingenio que cerró hace más de 40 años es hoy un depósito de maquinarias y las familias tienen que conformarse con ganarse la vida recogiendo limones o frutillas, que son el orgullo del Municipio de Lules.
Mercedes es inseguro para los que aún se empeñan en habitarlo. La inseguridad emana de las puertas ya oxidadas del ingenio, del olor a puchero y caldo estirado que brota de las casas después del mediodía. En Lules también cerró la fábrica y las chimeneas de la construcción fueron demolidas hace un año. Una nena de 10 años no cena, tuvo la merienda a las 4 y a la noche tomará mate para ir a acostarse. Los separa una ruta angosta, los une el clamor de los más viejos por el cierre de los ingenios.
El primer cordón de Mercedes está formado por una seguidilla de construcciones, hechas a base de chapa y madera, resguardadas por un improvisado alambrado sostenido por cañas. Más adentro aparecen otras, las anteriores, esas levantadas a base de concreto, cuando el pueblo era la tierra de la abundancia y el trabajo. La comuna que se forjó ante la demanda del ingenio para tener a sus obreros alrededor ya no ofrece la opción de sobrevivir ajándose en las cosechas, ni los galpones tienen bajo llave la historia de sus vidas. La cercanía dejó de ser un bien preciado y la fábrica que supo ser el corazón geográfico de la zona, hoy yace en un extremo.
El Imperio del azúcar
Cuando en 1767 la corona española dictamina la expulsión de los jesuitas de todos sus territorios, son obispos y cardenales los que ocupan estos sitios, y lo reforman todo en 1880. El templo de Lules, ubicado al sur de la capital tucumana, queda librado al abandono, y las ruinas se convierten en eso: cáscaras de lo originario descubiertas recién en 2000. "Yo, el Rey" sentencia la carta que ordenó el destierro y hoy cuelga de una de sus paredes, reivindicando aquella primera historia que no pudieron borrar.
El siglo XIX se abre paso con el trapiche en las manos empresarias y así, la industria azucarera se convierte en el arsenal del "oro blanco" a costa de sus propias comunidades y trabajadores...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 103 - octubre 2011)
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