El temor que causó a sus propios asesinos el cadáver de Bin Laden, al que desaparecieron en las aguas del océano Índico, es el punto de partida para echar una mirada sobre el tratamiento histórico que tuvieron los cuerpos de quienes supieron enfrentar y asustar al poder del imperio.
Muertos como para tirar al agua
Desde que tenemos registro los muertos jamás dejaron de perturbar, siempre provocaron sensaciones ligadas con el respeto, con lo incomprensible y también con el miedo ante la posible venganza que podría suscitar su retorno o permanencia entre los vivos; claro que unos dan más miedo que otros. Por eso el tratamiento dado por Estados Unidos al cadáver del jeque saudita Osama Bin Laden sirve como disparador para repasar sobre el destino de otros individuos que se enfrentaron con el poder. Sin ánimo alguno de establecer comparaciones sobre los imaginarios culturales, marcos ideológicos, religiosos o actuaciones de unos con otros, lo que nos interesa es reflexionar sobre el significado y destino que asume el cuerpo que el poder de turno califica como depositario del mal.
Más allá de la notable confusión de las propias informaciones de Washington sobre el asesinato del ex combatiente por la libertad (tal como nos instruyó Rambo III en Afganistán) devenido luego en terrorista número uno, es significativo que una vez muerto Bin Laden no concluye su capacidad para provocar terror, por eso su cadáver es capturado y continúa teniendo la misma importancia y peligrosidad que si estuviera vivo. La Nación sentencia: "Después de un tiroteo, mataron a Osama Bin Laden y tomaron su cuerpo bajo custodia". Pese al eufemismo "custodia", la frase es contundente. El cuerpo sigue siendo peligroso y sus matadores deben seguir protegiéndose de la energía que emana de él. Se convierte en una brasa ardiente que es necesario neutralizar. Tal como hizo la dictadura de 1976, resuelve el problema arrojándolo al agua; en este caso, al océano Índico desde un portaviones. Para hacer más promiscua la cuestión, asegura haber cumplido "escrupulosamente" el ritual musulmán, tirando también por la borda la normativa que establece esa misma liturgia y que ordena enterrar los cuerpos bajo tierra en dirección a la Meca.
Durante los días posteriores a su ejecución, la administración Obama debatió sobre "la conveniencia" de mostrar el cuerpo, no en forma directa sino mediatizado a través de una foto. Finalmente, dado el carácter "atroz" del estado de Bin Laden, decide no facilitarla. Clarín asegura que "se trata de una imagen muy cruda en la que aparece prácticamente destrozada la cara del líder de Al Qaeda". En lugar de apreciar lo que quedaba del saudita, tuvimos oportunidad de observar a Obama y su gabinete mirando por TV la cacería y asesinato en directo, y de detenernos en la impresión de Hillary Clinton tapándose la boca ante la manera de impartir justicia por el gobierno demócrata del que forma parte activa y que preside el Premio Nobel de la Paz, Barak Obama. En esa imagen, que tuvo visitas récord en la red, vemos que los otros miran aquello que no nos muestran. Para nosotros resulta suficiente el gesto de la sensible Hillary. La imagen es "atroz" y los únicos capacitados para enfrentarla son los funcionarios imperiales que desde hace siglos nos protegen de diablos, indios y terroristas. Pero vayamos por partes, o mejor dicho, por cuerpo.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 99 - junio 2011)
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