Un director arriesgado, siete años de producción para montar un hospital dentro de un tren sin locomoción propia y una historia profunda, perdida en un lejano pueblito de Jujuy.
Desde hace 30 años, tres vagones convertidos en hospital de niños trasladan a médicos voluntarios para llevar asistencia sanitaria a Pampa Blanca, uno de los tantos rincones olvidados del país. A punto de estrenar el documental en Buenos Aires y Jujuy, y volviendo de Cuba con el premio a la mejor ópera prima en el festival internacional de documentales "Santiago Álvarez in Memoriam", su realizador, Fito Pochat, recibió a Sudestada.
-¿Cómo se origina el proyecto de la película?
-El documental surge cuando leo un artículo en el diario y me entero de la existencia del tren y el trabajo de los médicos voluntarios. Frente a la imagen de médicos voluntarios yendo en tren al norte a dar asistencia médica, el primer pensamiento, casi automático, que me surgió fue "qué bueno lo que van a hacer". Uno lo lleva a su terreno y en seguida empieza a pensar en términos de documental, por el tema pero también por un elemento muy cinematográfico que es el propio tren. Pero cuando empiezo a pensar a fondo en términos de película, cuando me voy adentrando en el tema, el enfoque se va modificando. Al imaginar toda esa parafernalia de construir un hospital dentro de un tren que recorre 1.500 km para llevar algo tan básico como la asistencia médica, la historia empieza a tomar la forma de lo que después terminó siendo: el tren pasa a ser el vehículo para contar la historia real, de la que verdaderamente me interesa, que es qué le pasa a la gente que vive en Pampa Blanca. El tren pasa entonces a ser un símbolo. Todo ese elefante blanco trasladándose para llevar algo que debería estar ahí, y que atraviesa también toda la riqueza de la Argentina poniendo de manifiesto que eso no debería pasar ahí.
-Una vez definido el objetivo central, ¿cómo fue el proceso de elaboración de la parte narrativa del documental?
-Si bien en el documental hay un proceso de investigación previa, lo único que te permite es saber un poco con los elementos con los que vas a contar. En este caso, saber que hay un tren, cuál es el recorrido, de qué manera desde la producción te podés sumar a eso para contar esa historia... después vas a ver qué te encontrás allá. Nosotros nos encontramos con un montón de historias. Luego viene el proceso de montaje que consiste en decidir cómo transmitirle a la gente esto que me pasó a mí. Y ahí viene la elección de las historias, de cuál contar, de cómo contar. En este punto, la decisión fue pararse sobre una historia específica porque permite profundizar sobre un caso y generar cierta identificación con el personaje. Sin embargo, aparecen esbozadas otras historias para que se entienda que lo que le pasa al personaje central es una más de miles de historias que hay ahí.
En Un Tren a Pampa Blanca, la narración de la realidad se ve enriquecida por el uso de recursos propios del cine. A veces está la idea de que si lo central es mostrar un contenido, entonces, la preocupación por los aspectos artísticos resultan triviales.
-¿Cómo entendés esa relación entre dos dimensiones que no siempre van juntas, la realidad de la historia que se cuenta y la dimensión artística que tiene el cine?
-Ese es un debate interesantísimo que se da generalmente en el mundo del documental y del cine. Yo creo que hay lugar para las dos tendencias o las dos opciones; y hay historias para una cosa y otra. Hay historias en las que la urgencia te obliga a prescindir de ciertos recursos estéticos. Para esta película, y en general, yo prefiero jugar con esos recursos. Porque estamos haciendo cine, es el medio que elegimos para contar estas historias. Entonces el cine -y está muy lejos lo que voy a decir del concepto americano de que el cine es "sólo entretenimiento"- te da una serie de recursos para llegar a la gente con una historia y con un mensaje que uno tiene que utilizar.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 99 - junio 2011)
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