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Mujeres anarquistas: Feroces de lengua y pluma

Cuando tomaban la palabra, las fuerzas policiales se ponían en guardia. Dos mujeres anarquistas que encarnaron, a principios del siglo pasado, el reclamo por las condiciones de trabajo. Virginia Bolten y Juana Rouco forjaron las bases del feminismo proletario, barrieron con los prejuicios y polemizaron hasta con sus compañeros anarquistas.

Era un día igual a los otros días. Todos eran iguales. Todo estaba sincronizado como siempre, en el establecimiento más importante de Rosario "La Refinería Argentina de Azúcar". La fábrica y los talleres resaltaban enormes y orgullosos en un barrio de ranchos y casitas sencillas, haciendo gala de inversión y modernidad en una ciudad en crecimiento. Los trabajadores se movían al ritmo que marcaba la maquinaria más flamante del país. Pero una joven se animó, y una hojita clandestina pasó de mano en mano, rápida y arrugada, rompiendo la monótona y sacrificada vida de los obreros.

Era una luchadora libertaria. Era rebelde y mujer. Su nombre: Virginia Bolten. La noticia volaba rápida pero agazapada, casi como un murmullo. Los obreros de todo el mundo darían un grito mundial de justicia. Sería el 1º de mayo de 1890. El primer día del trabajador festejado en nuestro país. Y Virginia, al frente, exigiría dignidad.

Para ese entonces, también, el rumor llegó a los oídos oficiales y la policía no tardó en intervenir. Fue detenida, o mejor dicho "demorada", por "repartir propaganda anarquista". Pero el objetivo estaba cumplido, había que esperar. Los encuentros en el café "La Bastilla" junto a otros anarquistas y socialistas habían dado sus frutos. Estaban todos avisados. Y era la oportunidad de mostrar rebelión, de sublevarse contra el orden de las cosas. De decir "basta". Basta de jornadas laborales de más de diez horas, basta de salarios de hambre, basta de viviendas indignas.

Basta también dirían los trabajadores de la refinería, acompañando a esta joven obrera anarquista, que años más tarde lucharía por las condiciones laborales de la fábrica. Porque la realidad en la empresa de Ernesto Tornquist les lastimaba los ojos. Mujeres y niñas trabajando por un salario menor al de los hombres, deformando sus cuerpos, incluso las embarazadas, por trasladar las placas en la cadera derecha, en el taller de corte del azúcar en panes, en un ambiente invadido por el aire envenenado con el polvo de azúcar que les producía una "especie de barniz en la piel" y les espesaba "las mucosidades de los pulmones", como aseguró en su visita el doctor Bialet Massé[1].

Pero, seguramente, a Virginia le vinieron a la mente las imágenes de las niñas obreras "anémicas, pálidas, flacas, con todos los síntomas de la sobre-fatiga y de la respiración incompleta" cuando, encabezando la manifestación, reclamó justicia para todos los explotados de la tierra.

La Plaza López fue la elegida para la concentración obrera. A las once de la mañana empezaron a llegar los primeros trabajadores. La llovizna les empapaba los carteles negros con letras roja, que alzaban con energía. El viento arrastraba el cuchicheo de las voces en italiano, en español, en alemán, en francés. Los mil manifestantes se movilizaron hasta la quinta Hutteirnan custodiados por 6 bomberos a caballo.

Virginia Bolten encabezaba la columna mientras agitaba orgullosa una bandera que decía "Fraternidad Universal" y con la fuerza de sus 20 años denunció, en un encendido discurso, la injusta situación obrera y exigió mejoras laborales para los trabajadores.

Fue la primera mujer oradora en una concentración obrera. No puede sorprendernos entonces que, por su desafiante osadía, se la apodara la Luisa Michel argentina, en referencia a la heroína de

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Autor

Laura Payeras