Un archipiélago africano oculta una historia de partidas y desarraigo, pero también de festejos y ritos populares. De aquellos primeros inmigrantes, que escaparon de su patria como polizones en barcos cargueros, a las nuevas generaciones que luchan por mantener vivas las tradiciones de sus antepasados.
Diez son las islas que conforman Cabo Verde, una nación con apenas 31 años de vida independiente, que se sitúa en el océano Atlántico, cerca de Senegal, Guinea y Mauritania. Colonizada por los portugueses en el Siglo XV, fue paso obligado en el tráfico de esclavos. El escaso desarrollo de la agricultura por la falta de lluvias y las pocas posibilidades de otros empleos fueron factores para que su población se volcara a trabajar en el puerto, buscando a partir de allí la manera de llegar a tierras más promisorias.
Dentro de este contexto, se registra la llegada de los primeros inmigrantes a Argentina, quienes, aprovechando la tradición marítima del trabajo, se asentaron especialmente en las zonas portuarias de Ensenada, Avellaneda, Dock Sud y Rosario, entre otros puntos.
La inmigración de grupos familiares no se dio en conjunto, sino que primero partía un hermano o un primo y luego, en la medida de las posibilidades, el resto de los integrantes emprendía la aventura de llegar a América, ya no sólo en busca de trabajo para subsistir, sino también para reencontrarse con sus afectos.
Los cargueros que hacían escala en la isla fueron el medio a través del cual parte de esta inmigración llegó a nuestro país y a otros puntos de América Latina: ante la falta de dinero, muchos de los que salieron lo hicieron como polizones, escondidos en las bodegas de los barcos, y con muy poco alimento para el trayecto. Si no contaban con el apoyo de algún miembro de la tripulación para ocultarlos, al ser descubiertos eran ayudados por el capitán o los oficiales a bordo.
Así llegó Adriano Rocha, escondido, con tres frutas como único alimento, para buscar a su madre que había venido a Argentina cuando él era muy pequeño. Así también llegó, en 1947 y con 22 años, Augusto Días, quien cuenta que en Cabo Verde "estudiaba en el Liceo, pero después tuve que trabajar porque falleció mi viejo, y ya no lo pude solventar". Aparte actuaba en teatro e hizo un par de películas. "Me gustaba y como no había trabajo me servía para ganar unos pesos. Tuve que ir a trabajar y después salir, porque en Cabo Verde el trabajo escaseaba. Esperaba un barco que viniera a la Argentina. Era la época del gobierno de Perón; había terminado la guerra, y estaba en promoción, con fama en Europa y en todos lados, que la Argentina era un país de futuro, entonces todo el mundo quería venir, aun nosotros, y para venir me escondí en un barco".
Para Augusto no fueron difíciles los primeros años de estadía en el país, pero para los que vinieron antes, sí. Acá ya había otros caboverdeanos que habían venido para la pesca de la ballena, y fueron haciendo su familia, algunos trajeron de allá a los hijos, a la madre... "Cuando llegué, me sentí muy cómodo, con trabajo. Primero me dediqué a la pesca, después pasé a barcos de ultramar navegando por América, Holanda, Francia, Dinamarca, el extremo Oriente, China Nacionalista, China Comunista, Japón, y seguí hasta jubilarme", explica.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 94 - Noviembre 2010)
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