En Churita, su cuarto disco, Mariana Baraj profundiza en los sonidos e incógnitas que recorre hace años: los brillos del folklore, los ritmos latinoamericanos, el jazz y la vidala ya son parte de su formación inicial y de su futuro. En diálogo con Sudestada, revive los anhelos y tiempos personales que llevaron, luego de años de trabajo, a las letras del disco, para escuchar bailando.
Grita, exhala, viaja y respira: esa voz que también susurra, elevándose, o que intuye: "Me quedo suspendida en el aire, sólo con verte pasar. Y si tu suprema luz no me darías, triste cantaría, no sonreiría". Esa, la que habla desde el encanto por la melodía, el dolor y el color en la voz, trae música hace años: alma y cuerpo en los ritmos y tiempos internos que aguarda Mariana Baraj, y que fueron llegando con calma en las canciones que ofrece ahora la percusionista y cantante, con ardor y silencio, con palabras nuevas, en su disco Churita: el cuarto en su camino, el primero con temas compuestos y arreglados íntegramente por ella. Y no lo encontró desesperando, dice: tenía un deseo hacía años, una voz, y con tiempo de trabajo logró ir a esos sonidos desde la raíz, el ritmo siempre adelante; el disco se escucha, apenas, y queda flotando el baile.
Todavía ahora, a varios meses de que se haya editado -por su propio sello, Cardonal Records-, Mariana Baraj sondea el proceso creativo como si recomenzara cada vez. ¿Cuándo empezó a armarse Churita, aquí, a derivar ella en letras tan pequeñas por luminosas, vibrantes y con la tierra en espejo, corazón y búsqueda final? Letras desde su misterio interior, hacia otros y para sí misma, que surgieron quizá como un deseo del tiempo, a la par de la voz y la percusión, en diálogo durante años. Entonces, Churita: "Fue una etapa de transición; era algo pendiente, o tampoco sé si pendiente, porque en realidad una para poder concretar algo tiene que saber esperar", dice elevando esa voz, riendo también: "Es el resultado de un gran deseo, y me parece que llega en el momento en que tiene que llegar. A veces me pregunto por qué no lo hice antes, pero creo que no fue porque no haya tenido los elementos. Algo dentro mío necesitaba madurar como para poder empezar a sacar esto: entender, encontrarme con algo propio".
Y sin pensarlo se pone a jugar con su cabello negro y espeso (que a veces, en vivo, vuelve tirante en dos trenzas largas, al estilo de la Quebrada), y aliviana los hombros, cubiertos por una blusa en tonos grises, último diseño: lo efímero y lo atemporal: aquí, en su casa-taller en Palermo, llegarán recuerdos presentes, otros lejanos, de regreso a la Mariana Baraj de sus primeras sonoridades: jazz, rock detrás... Durante años, dice, tocó con incontables artistas (ya es un lugar común definirla ecléctica: en cada ritmo, en toda música hay cruces, travesías) y como percusionista y cantante llegó a Japón, al África, estuvo en festivales, también por Argentina, y aprendió a escuchar cada vez más a la impronta del Noroeste, su cuna de búsquedas íntimas. Siempre con el jazz, claro (otra huella: es hija de Bernardo Baraj, el saxofonista de Alma y Vida, del trío Vitale-Baraj-González), y cada vez más en el 6x8 de los ritmos folklóricos (y con tono cada vez más latinoamericano), desde un pie bien percusivo: el set de tambores múltiples que parecen envolverla en vivo. El fruto de sonoridades diversas, que algunos insisten en ajustar a un folklore trasnacional, posmoderno.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 94 - Noviembre 2010)
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