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Dossier

Bariloche: Infierno grande

Detrás de otro episodio de gatillo fácil, Bariloche se exhibe por estos días como metáfora de un país silenciado. La impunidad policial en los barrios humildes, la falta de alternativas para las mayorías marginadas, la indiferencia del Estado, el cotidiano devenir de miles de jóvenes lejos de la postal turística, son elementos que dibujan otro perfil: el que subraya las cuentas pendientes del sistema, el que no puede ocultarse detrás del negocio. Bariloche, o un mapa a pequeña escala de pobreza, exclusión e impunidad que se multiplica en todo el país.

En la madrugada del 17 de junio, gran parte de la población argentina dormía tan plácida como expectante de cara al encuentro por disputarse entre la selección nacional y su par de Corea del Sur. A miles de kilómetros de Sudáfrica, escenario que captaría la máxima atención mundial durante treinta esquizofrénicos días, algo tremendo ocurría en la ciudad rionegrina de Bariloche. Una muerte, ni más ni menos. Otro joven. Otro marginal.

Diego Bonefoi tenía quince años en aquella fatídica y fría oscuridad del Barrio Boris Furman, en el Alto Bariloche. Eran cerca de las cinco de la madrugada cuando comenzó a correr, temiendo por su vida. Una bala lo alcanzó en la nuca, y lo derribó. Pocos instantes después, murió. El disparo, efectuado por un Cabo perteneciente a la Seccional número 28, ubicada en las entrañas del Barrio, había sido tan certero como mortal. De pronto, y a escasas horas del asesinato, el partido de la selección a nadie interesaba. La policía, como de costumbre, había cumplido su rol a la perfección. Sin embargo, esta vez, el Barrio, irritado por tanto maltrato, se enojó. Enardecidos, los vecinos tomaron las calles para reclamar justicia. La Seccional 28 fue el objetivo principal, y las fuerzas represivas la defendieron a bala y palazo. El saldo del desigual enfrentamiento fue de dos muertos más. Las marchas de protesta prosiguieron. El asesino de Bonefoi había sido identificado. El autor de los dos crímenes posteriores, no.

La versión de Jorge Carrizo, Comisario de la Seccional 28, fue tan poco convincente como repetida. Bonefoi huía de un robo, su subordinado lo alcanzó, forcejearon y la bala se le escapó. Extrañamente, ingresó por la nuca. O Carrizo mentía o el proyectil realizó una parábola en el aire antes de matar al joven. Los engaños hartaron aún más al Barrio, que decidió traspasar los límites establecidos y tomar el Bajo Bariloche. El famoso Centro Cívico, a la vera del Nahuel Huapi, fue, por unos instantes, de ellos. Los turistas no comprendían nada. Era lógico. Esta porción de la hermosa ciudad rionegrina es ocultada sistemáticamente al extranjero. Días más tarde, mientras el Boris Furman despedía los restos de los jóvenes, la clase media alta de Bariloche organizaba su respuesta. El domingo 20 de junio, día de la bandera, salió a la calle. Cantó el himno. Vivó y abrazó a su policía. Hizo sonar esas cacerolas, las mismas que escuchó Salvador Allende momen¬tos antes de dejar La Moneda. Y pidió, para no perder la costumbre, por más seguridad. Todo finalizó en el lugar indicado: El monumento al General Julio Argentino Roca.

Al mismo tiempo, el Intendente radical de Bariloche, Marcelo Cascón, blanco de todas las críticas, desmanteló la Comisaría 28. Fueron pasados a disponibilidad los máximos jefes de la Seccional y el Juez Martín Lozada, encargado de la causa sobre el homicidio de Bonefoi, decidió detener y llamar a declarar al Cabo implicado. La carátula fue asesinato agravado. El magistrado contaba con demasiadas evidencias para inclinarse hacia esta decisión. El disparo fue por la espalda. Las pericias arrojaron una distancia elevada entre el asesino y la víctima y, cuestión concluyente, Bonefoi estaba desarmado. Sin embargo, la derecha rionegrina también tenía motivos para no aceptar este fallo. Y, mediante artilugios legales, logró el cambio de Juez. Este no sólo modificó la carátula a homicidio culposo (similar a un accidente de tránsito), sino que llevó la investigación a fojas cero, con la posibilidad de dejar en libertad al policía. Lozada fue designado a cargo de la investigación de los restantes dos asesinatos. Sin dudas, esta causa era mucho más dificultosa. Se habían generado durante una manifestación y poco se sabía. De hecho, ni siquiera la represión había sido uniforme, ya que participaron tanto oficiales provinciales como grupos antidisturbios preparados para tales ocasiones. Incluso, se sospechaba, los disparos mortales podían provenir de armas antirreglamentarias.

Así se desenvolvieron los hechos que mantuvieron en vilo a Bariloche en el mes de junio. Sin embargo, las muertes de Bonefoi, un adolescente de apenas 15 años; Matías Carrasco, albañil de 17 años y Sergio Cárdenas, empleado de cocina en el hotel Llao Llao, de 29, no deben interpretarse como episodios aislados. Son muestras gratuitas y crueles de la cotidiana estructura desigual que beneficia a algunos y azota a los eternos condenados de la tierra.

Fotos: Walter Sangroni y Alejandra Bartoliche

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 94 - Noviembre 2010)

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Autor

Rodrigo Ferreiro