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Nota de Tapa

La batalla de Chile

Fuego de barricada, rabia de estudiante y lucha de un pueblo que, por fin, despertó. Chile es ese vendaval que se hizo estallido y rebelión, y que sigue en las calles después de tanta represión. Porque la batalla de Chile y su destino puede determinar buena parte del curso del presente regional, pero también porque nació allí una épica popular que nadie podrá olvidar jamás, te contamos cada detalle de una rebelión entrañable, callejera y popular. Desde las entrañas del huracán chileno, escriben nuestros enviados especiales, opinan les compañeres del Frente Fotográfico (y aportan su registro de imágenes) y sumamos la mirada crítica de Pedro Brieger.

De todas las definiciones que se ajustan al convulsionado presente chileno, anotemos una, la más sintética: vértigo. Chile despertó hace varias semanas de un denso letargo y hoy es un fuego vertiginoso y arrasador. Vértigo cada día. Cambia, todo cambia desde aquella primera afrenta, desde la valiente decisión de un puñado de estudiantes de escuela secundaria, desde que se juntaron y se juramentaron una mínima subversión en el país del orden: saltar los molinetes del subterráneo como forma de protesta ante el aumento del boleto. Un episodio mínimo, un cabro superando de un salto un molinete, desató el huracán y encendió la chispa en la pradera de la rebelión más extraordinaria de la historia chilena. Fueron horas y días de protestas organizadas por los más jóvenes que iban sumando simpatías y comprensión en amplias porciones de la población a partir de aquel grito primario: "Evadir, no pagar, otra forma de luchar", tiempos de funcionarios saliendo al aire televisivo para afirmar, con absoluta seguridad y ánimo disuasivo, como el expresidente del Metro, Clemente Pérez: "Cabros, esto no prendió. Basta ya". Pero el fuego prendió, y vaya que prendió. Justo ellos: los pibes, los cabros, los más jóvenes, la generación de los "sin miedo", la generación del teléfono celular, los memes y la vida encerrada entre las redes sociales, ellos y ellas tenían que ponerle el cuerpo a este pedazo rojo de historia. Ellos despertaron y empujaron un estallido bien de abajo, popular, contra todo, contra décadas de silencio y opresión, contra esa idea de "orden" y "normalidad" impuesta a sangre y fuego por la dictadura y sus herederos de una condicionada democracia, contra el poder y sus sicarios, contra tanta injusticia y tanta rabia contenida: multitudes en las calles, barricadas en las esquinas, cacerolazos a toda hora, ahí están los jóvenes pero también los viejos, los veteranos curtidos en el recuerdo de la noche pinochetista y de los gobiernos que siguieron sus dictados después, en democracia. En las calles están los mapuches como emergentes de los pueblos originarios y su cultura ancestral, pero también se mezclan allí con los símbolos modernos de lucha y rebeldía antisistema. En las calles están las barricadas y los grupos que resisten organizados, pero también hay muchos desbordados por la bronca y por la indignación que se enfrentan a Carabineros con lo que tienen a mano. En las calles hay fuego y piedras en manos de los manifestantes, y hay armas y terror en manos de carabineros, pero la esperanza de un futuro más justo y solidario está ahí nomás, cerca de esos brazos de estudiantes, de mapuches y de laburantes que siguen exigiendo la renuncia del criminal que hoy todavía es Presidente...



(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada... ¿Por qué publicamos apenas un fragmento de cada artículo? Porque la subsistencia de Sudestada depende en un 100 por ciento de la venta y de la confianza con sus lectores, no recibimos subsidios ni pauta alguna, de modo que la venta directa garantiza que nuestra publicación siga en las calles. Gracias por comprender)

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