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El ojo blindado

Un asco recíproco nos permite convivir

Centro urbano de Ramos Mejía, sábado por la tarde, temperatura alta, una sensación colectiva de armonía, veredas con bastante gente. De repente un tumulto allá adelante me llama la atención: muchos transeúntes mirando llenos de amor hacia un mismo punto.

Centro urbano de Ramos Mejía, sábado por la tarde, temperatura alta, una sensación colectiva de armonía, veredas con bastante gente. De repente un tumulto allá adelante me llama la atención: muchos transeúntes mirando llenos de amor hacia un mismo punto. Me acerco, necesito develar el misterio. Llego, descubro qué era lo que había generado la multitud: una señora ofrecía un perrito y un gatito en adopción. Algunos niños exigían rabiosos a sus padres ser los adoptantes, cada tres segundos se escuchaba un suspiro afectivo y casi erótico. Todos emanábamos una idéntica energía celestial, todos éramos uno ante el deseo de que esos pequeños seres sean adoptados. Conmovido, continué mi marcha.

A tan solo tres metros de distancia una madre vagabunda con su hijo en brazos rogaba una limosna en total soledad. Sola en medio de una multitud que pasaba no solo indiferente, sino con asco. Las mismas familias que tres metros atrás lloraban ante los animalitos, ahora disparaban odio con los ojos ante esta madre hundida en la indigencia. Ni los niños presentaban un matiz de compasión cuando pasaban al lado. La educación de su familia ha triunfado. Han aprendido a ser fríos ante el prójimo humano desde chicos, pero obsesivos en su amor por los bichos. Obviamente la cifra de indiferentes no era absoluta. Varias personas, entre ellas algunas que también estaban recién, ahí atrás, balbuceando ternura ante los animalitos, brindaron su limosna a la madre que mientras rogaba una moneda lactaba a su bebé.

Este horror cotidiano, estos mares de miseria, de desesperación inundando las veredas de las urbes, no es culpa ni de los animales, ni de los niños, ni tampoco de aquellas personas que honestamente sienten ese amor por ellos. Como humanos sentimos rechazo ante nuestros pares de especie, y ese sentimiento no es forzado. Nuestra especie ha hecho demasiado daño como para encima tenernos cariño. Buscamos en los animales lo que no encontramos en las personas, idealizamos porque la realidad enloquece. Nadie vive de verdad en la realidad, nadie soporta el peso de su materialidad. La bifurcación griega entre esencia y apariencia ha sido el castigo y, a la vez, la salvación de nuestra civilización. Sentir lo real en su plenitud nos empujaría aún más al delirio y a la guerra. Quien pueda bañarse en las aguas de lo real, sin miedo, podría descubrir una vida inclasificable, quizás esa vida que en algún tiempo existió o vaya a existir.

Hoy volvió la mitología del garrote, la naturalización de la represión más brutal. Retornó el cielo y su escarmiento. Hay una generación que vivió las décadas donde la dictadura era la norma. Esa generación se está despidiendo con sus banderas en alto, y ha logrado algo que ni ellos esperaban: que millones de jóvenes respalden sus consignas. Jóvenes que son el hazmerreír de la feligresía progre, pero que mientras ese progresismo masturba su monólogo con carcajadas frente al espejo y se considera en la cima intelectual del presente, los otros jóvenes marciales, esos jóvenes viejos, están cada vez penetrando más y más en la mente de las multitudes. Hoy casi no existe el medio. Hoy los discursos más antagonistas conviven en el mismo tiempo y espacio, y tienen el mismo peso simbólico. Al mismo compás que una masa enorme ya habla en lenguaje inclusivo, persigue el género fluido, se niega a identificarse binariamente, se peina con el peinado que garantiza ser revolucionarie y va a todas las marchas que hay que ir; hay otro sector igual de tumultuoso y enérgico, pero que considera que el mundo necesita encontrar la escoba adecuada que venga a barrer de una buena vez la anormalidad, el desvío, la subversión, que venga a terminar el trabajo que las SS no terminaron. Con la particularidad de que ese sector que históricamente detestaba las marchas ahora también las convoca y las considera fundamentales. Parafraseando a Roberto Arlt, el futuro será de quien más presente prepotencia de trabajo. Ya no alcanza con echarle la culpa a los medios, ya que esos medios de comunicación más por la inercia de la corrección política que por convicción, le da mucho más lugar hoy día a los discursos modernos. Es cuestión de ver la animosidad que sienten los Trumps por los medios, o los mismos macristas ofendidos convocando a un apagón masivo de TN, que siempre había sido el búnker de los enunciados más de derecha. Los discursos han perdido su lógica para justificarse. Hay que ir hasta los fondos del océano de la micro política, de los segundos menos extraordinarios del día para encontrar algún tipo de respuesta. Atreverse a escuchar a los que consideramos fachos sin reírse desde un pulpito moral; burlándose de ellos se incrementa su popularidad. La clase trabajadora perdió su brújula, navega en soledad y con la proa quebrada; abandonada por la inteligentsia que siempre despreció la estética de vida rupestre de las clases bajas, pero que antes al menos las usaba como latiguillo para demostrar no pertenecer al bando reaccionario. Hoy ni eso, hoy se confiesa sin tapujos que las clases más desfavorecidas desde lo material poseen incapacidades cognitivas irreversibles. Entonces las clases bajas cansadas de ser interpretadas y subestimadas terminan en los puertos del fascismo como revancha a esa subestimación...



(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada... ¿Por qué publicamos apenas un fragmento de cada artículo? Porque la subsistencia de Sudestada depende en un 100 por ciento de la venta y de la confianza con sus lectores, no recibimos subsidios ni pauta alguna, de modo que la venta directa garantiza que nuestra publicación siga en las calles. Gracias por comprender)

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Autor

César González (*)