Si una lección poderosa nos deja la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito, es una certeza: los derechos no se mendigan ni se consiguen a partir de la rosca partidaria. Los derechos se le arrancan al sistema a fuerza de multitudes en las calles, a fuerza de un debate que creció desde el pie y llegó a cada casa, a cada escuela, a cada lugar de trabajo. Porque, desde el inicio, una generación de jóvenes comprendió que el derecho a decidir sobre su propio cuerpo...
Si una lección poderosa nos deja la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito, es una certeza: los derechos no se mendigan ni se consiguen a partir de la rosca partidaria. Los derechos se le arrancan al sistema a fuerza de multitudes en las calles, a fuerza de un debate que creció desde el pie y llegó a cada casa, a cada escuela, a cada lugar de trabajo. Porque, desde el inicio, una generación de jóvenes comprendió que el derecho a decidir sobre su propio cuerpo era algo más que un artículo en una ley: era la necesidad urgente de quitarse un lastre que sigue obturado, el lastre de una estructura arcaica y reaccionaria llamada Iglesia Católica. En ese sentido, uno de los cauces que abrió aquella lucha ejemplar, es la ofensiva por intentar separar, de una vez por todas, a la Iglesia del Estado. Una vez más, no se trata de una discusión económica. De ningún modo: lo importante, una vez más, es lo político. La Iglesia sigue condicionando la vida de todas y de todos y, de hecho, impone sus dogmas retrógrados hasta en políticas de salud públicas. Puede haber perdido influencia en los últimos años, pero mantiene intocable su poder de lobby y una capacidad de influencia capaz de distorsionar un debate.
Al igual que con la discusión previa al aborto legal, seguro y gratuito, la Iglesia pretende tergiversar aquello que se pretende debatir: quienes sostienen que esta pelea "divide al campo popular", quienes afirman que detrás de este proyecto se oculta "una cortina de humo" generada desde las usinas del oficialismo, quienes aseguran que "no es el momento" para avanzar con este tema, no aportan ni un argumento. Simplemente, obstaculizan, frenan y pretenden desviar el eje. Ninguna pelea por la conquista de un derecho se presenta en condiciones ideales, porque esas condiciones no existen. Ninguna disputa para arrancarle al sistema un derecho puede ser confundida con una maniobra de "distracción", porque quienes sostienen esta tesis no se caracterizan, precisamente, por su espíritu combativo o confrontativo. No hay nada más importante que hacer colectiva cada discusión sobre la necesidad de sacarse de encima el lastre religioso en la política de todos los días: no hay división posible, excepto aquella que establecen quienes defienden los privilegios de una corporación de las más importantes del planeta.
Pese a los intentos por embarrar la cancha, queda claro que una nueva generación emerge en estos días en el escenario político, particularmente a partir de la impronta callejera y peleadora del feminismo joven. Su protagonismo creciente es la mejor noticia que nos ofrece la realidad cotidiana. La emergencia de las mujeres jóvenes sobrepasa la capacidad de contención de las estructuras tradicionales, rompe los límites marcados por la agenda mediática hegemónica, aporta un método de lucha marcado por la "alegría en el combate" en cada manifestación, y llega con su ofensiva transformadora a todos los ámbitos, del más íntimo al más público. Negar esta impronta es desconocer un factor fundamental del presente político: es repetir la táctica ordenada por la Iglesia, que se sustenta en confundir para frenar cualquier progreso. Pero más allá de su poder de coacción, está claro que el tiempo del oscurantismo va quedando atrás. Ahora es el tiempo de estas jóvenes que llegaron para quedarse: las calles son su territorio, y la pelea por más derechos, el primer punto en su agenda de batalla.
CHICHA
La noticia nos atravesó, como siempre sucede con las pérdidas de queridas compañeras de lucha. Chicha Mariani se despidió, suspendió la búsqueda de Clara Anahí, su nietita apropiada por los genocidas de la dictadura, pero sólo por un ratito. Justo ella, nuestra querida Chicha, que tanto nos enseñó a nunca bajar los brazos, que nos explicó la verdadera dimensión del amor a través del tiempo, que nos dejó un sendero de lucha y resistencia, que siempre tuvo la verdad y la justicia dibujada en sus labios de abuela, justo ella. Hoy nos toca pasar los días con este inmenso dolor... Pero la tristeza de hoy, la amargura de no haber podido encontrar todavía a Clara Anahí para presenciar aquel encuentro tantas veces imaginado, tantas veces soñado, debe transformarse en un sueño de todos y de todas, en nuestro proyecto. La vamos a encontrar, Chicha... Clara Anahí está por algún lado, ajena a toda esta historia, pero dudando, indagando, persiguiendo su verdad, su historia. La vamos a encontrar, Chicha. Te lo debemos a vos, querida compañera.
El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.
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