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A fondo

Gustavo Sala: "Por suerte, la maldad sigue siendo necesaria"

Provoca, incomoda y hace reír. El humor de Gustavo Sala rompe con todo y le pega una patada al tablero del humor gráfico argentino. En esta entrevista, detalla el derrotero de su particular estilo, opina sobre la fauna que rodea al mundo del rock y vuelve sobre la polémica de los límites del humor.

Cuenta Gustavo Sala que una vez, durante una edición de la Feria del Libro en la que firmaba ejemplares de sus historietas, un nene lo encaró muy entusiasmado y le preguntó: "¿Vos sos Nik?". Sala no pudo mentirle: "El pibe se fue desilusionado sin su Gaturro… la verdad es que le rompí el corazón". Referente de un estilo humorístico que siempre parece caminar al filo del abismo, dueño de una marca agresiva, escatológica, extrema y grotesca, emerge hoy como una ventana abierta para un humor gráfico que, hasta su llegada, parecía perdido en un gris de fórmulas repetidas y recursos políticamente correctos. Con Sala todo es incorrecto, exagerado y zarpado, sin filtro. Por eso esta entrevista, porque el humor de Sala nos provoca y nos hace reír pero, principalmente, porque propone alborotar el gallinero a partir de un estilo singular.

–De alguna forma, sos un producto de la cultura de los fanzines… ¿Cómo era trabajar en aquella época?

–En los noventa había un vacío editorial enorme, no había revistas para los que queríamos pasar de leer historietas a hacerlas, y para quienes estábamos interesados en que esas historietas circularan. Hasta poco tiempo antes, uno podía mandar material a la emblemática Fierro, por ejemplo, que era como la Meca a la que se podía aspirar como ilustrador, y por debajo había una cantidad de revistas más independientes, como Cóctel o País Caníbal, que fueron intentos que duraron muy poco tiempo. Ante ese vacío se empezó a generar lo que se denominó "el boom de los fanzines", que coincidió con los primeros grandes eventos de historieta en la Argentina, que arrancaron copiando el estilo de convención yanqui de cómics: stands, charlas, firmas de autores, presentaciones de personajes bizarros como Adam West y Lou Ferrigno; todo con esa cosa muy marketinera, pero marcadamente yanqui y japonesa. En los noventa el panorama era muy diferente del actual: básicamente, había espacio para superhéroes o manga, pero nada más. Todo lo que deambulaba en el medio, historieta alternativa o de autor, era minoritario y hasta marginal. Pero en ese hueco empezó a surgir un montón de gente influenciada por dibujos animados más irónicos, como los de Ren & Stimpy o la nueva generación de dibujos más agresivos gráficamente de Cartoon Network, gente con ganas de contar otras cosas que retomaba muchas pautas de la revista Mad, que nos había dejado el espíritu de la sátira. A mí me empezó a gustar por ese lado y desde Mar del Plata, sin participar ni tener conciencia de toda esta escena, empecé a hacer Falsa modestia, que era una revistita fotocopiada, sin tener computadora ni Internet. Hoy parece una situación prehistórica pero entonces era sacar fotocopias, pegar sobre cartones los pliegos, poner a mano los ganchitos… Me acuerdo de que en Fantabaires alquilábamos un espacio entre setenta fanzines para exhibir nuestros materiales, y a partir de allí se armó una especie de escena. Hoy parece que hay como una segunda vuelta de este fenómeno, porque a pesar de las redes sociales y de lo digital, aparece una nueva camada que propone una vuelta al fanzine y a la edición en papel…

Después, era viajar hasta Buenos Aires para recorrer comiquerías con el bolso lleno de fanzines y empezar a agarrarle el gustito a que el material circulara. En esa época empecé a colaborar con la revista Comiqueando, capitaneada por Andrés Accorsi, que fue muy importante para esta nueva escena, donde surgieron muchos autores como Salvador Sanz, Ángel Mosquito, Lucas Varela, Liniers... Una revista que le dio lugar a un montón de gente del under y que nucleaba a toda la escena a partir de tapas que hablaban de Batman o de Dragon Ball, pero también incluía a autores nuevos. Por eso un pibe que se compraba la revista por la tapa de Caballeros del Zodíaco descubría quién era Alberto Breccia o lo nuevo de la historieta argentina.

–¿Y en ese momento, cuando llevabas tu fanzine y ponías una mesa, proyectabas vivir de la historieta o del humor gráfico?

–No sé si era imposible, pero claramente era muy difícil pensar en laburar de eso en un futuro cercano. Aún sigue pasando, porque vivir de la historieta en la Argentina era para los que podían trabajaban para Italia o para Estados Unidos, o con una tira que se reproducía en muchos diarios. Después todos se la rebuscaban dando clases, o trabajando en publicidad, ilustrando libros infantiles, pero no haciendo historietas. Hoy existe otra realidad. Si bien sigue siendo muy difícil, porque no hay muchos medios disponibles y hay una superpoblación de dibujantes, ahora es muy accesible dar a conocer tu trabajo masivamente. De hecho, hay autores buenísimos que explotaron en Internet y que pasaron directamente de un blog al libro.

En cuanto a mí, en esa época vivía con mis viejos en Mar del Plata, que es una ciudad mucho más gasolera que Buenos Aires. Vivía con lo mínimo, era bastante austero y con lo poco que aparecía, sobrevivía. Tiempo después empezaron a surgir las colaboraciones profesionales y se empezó a armar una realidad con un poco más de continuidad. Tampoco necesito demasiado, mis lujos son bastante pobres…


(La nota completa en la edición gráfica)

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Autor

Hugo Montero