Les hago llegar mi respuesta a la nota de Andrés Rivera, del último número de esa revista. Lo hago con perplejidad y con pesar. Con perplejidad porque este autor revela que jamás ha leído un texto de la Izquierda Naciona
Tercer eslabón del comentado debate que viene ocupando varias ediciones de Sudestada. En este caso, el historiador Norberto Galasso responde la carta del escritor Andrés Rivera publicada en el número anterior.
A la revista Sudestada.
Estimados amigos:
Les hago llegar mi respuesta a la nota de Andrés Rivera, del último número de esa revista. Lo hago con perplejidad y con pesar. Con perplejidad porque este autor revela que jamás ha leído un texto de la Izquierda Nacional, pues sólo así es posible que la confunda con el nacionalismo de derecha. (¿Para qué habrá publicado esta corriente tantos periódicos, revistas y libros desde su aparición, el 29 de octubre de 1945?) ¿Para qué habré escrito más de 50 libros, en los últimos 30 años?) Y con pesar porque en un país donde casi no hay polémicas, cuando se intenta iniciar una, resulta que un intelectual exitoso, en vez de formular sus posiciones, se desborda en insultos y calumnias de todo tipo. (Desde "nazi" hasta "amanuense", "agente de la SIDE" y hasta de portar apellido de ascendencia italiana).
Pero no lo voy a seguir en ese camino. Sus exabruptos no me interesan. Quienes aguantamos el boicot de "los medios" somos -como decía un amigo-"monstruos marinos con epidermis gruesa para resistir la presión de las aguas". No me interesan sus errores, por desconocimiento; ni sus falsedades, por intemperancia. Lo que no le disculpo es que pretenda transformar una polémica en una remoción de tachos de basura, difundiendo inmundicias con ventilador, a tontas y a locas. Por otra parte, no contesta lo que motivó mi crítica, pues ya han contestado, con sus obras, Cancela, Marechal, Urondo, Rega Molina, Tiempo, Olivari, Orgambide, Paz, Jauretche, Scalabrini Ortiz, Hernández Arregui y tantos otros.
Asimismo, le comento –y disculpe si lo coloco en una compañía poco agradable- que últimamente he recibido otro fuerte ataque que curiosamente me exime de contestar los suyos, pues proviene precisamente del campo ideológico donde usted pretende ubicarme: el nacionalismo de derecha. Se trata de un artículo del periódico "Patria Argentina", donde un militar "carapintada", después de glorificar a Rosas, me acusa de "liberal", "de extrema pequeñez intelectual..." –y también él- me imputa que cuando hablo de "nacionalismo de derecha, con botas, sotanas y chiripá" cometo una "sobresimplificación sólo atribuible a una mentalidad que oculta algo en esa falsasíntesis".
Volviendo a su contestación, entiendo que a usted lo que le provoca insomnio es solamente el peronismo. Y bueno, discutamos el peronismo, si eso lo hace feliz o le permite descargar sus broncas.
La Argentina anterior al 45 era una semicolonia del imperialismo británico (en manos extranjeras las comunicaciones, servicios públicos, comercio exterior y sistema financiero, primitivismo agropecuario, endeudamiento externo, distribución regresiva del ingreso, satelismo en relaciones exteriores, fraude electoral, antilatinoamericanismo, en fin, presidentes de la nación, como Quintana y Ortiz, abogados de empresas inglesas). La Argentina posterior al 45 es un país en proceso de liberación nacional (nacionalización de comunicaciones y servicios, del comercio exterior y del sistema financiero, industrialización, deuda externa cero, no ingreso al F.M.I., notable avance de los trabajadores en la participación en el Ingreso, intento del ABC). El poder político, antes en manos de la vieja oligarquía vacuna, pasó a un movimiento nacional policlasista con fuerte incidencia de los trabajadores, protagonistas precisamente del 17 de octubre. Con las contradicciones propias de su naturaleza histórica -inclusive, concediendo, a veces, dado el enorme poderío del imperialismo- significó un notable avance en las condiciones de vida de los sectores populares, lo cual explica todavía hoy -a pesar de claudicaciones y traiciones- la vigencia del peronismo. Salvo que se suponga que las mayorías populares argentinas guardan afecto por un gobierno que las maltrató, es decir, que son taradas, en cuyo caso, ¿para qué polemizar?
Por supuesto, el liberalismo oligárquico (de derecha, con Pinedo o de izquierda, con los hermanos Ghioldi), reduce ese proceso tan complejo y polifacético simplemente a "fascismo" o "nazismo". No comprendieron que el nazismo es la máxima expresión del capitalismo desarrollado sin colonias (pues el capitalismo que saquea colonias se da el lujo de ser democrático) y por tanto, expansionista, belicista y racista, precisamente la contracara de un proceso de liberación. "Identificar el nacionalismo de un país semicolonial con el de un país imperialista es una verdadera 'proeza' teórica que no merece siquiera ser tratada seriamente", sostenía el periódico "Frente Obrero", el 29 de octubre de 1945, al fundar la Izquierda Nacional. El desconocimiento de esta cuestión constituye un gravísimo error porque lo convierte, a ese tipo de intelectual de izquierda –también llamado "progresista"- en funcional al sistema de la dependencia: abrazo de socialistas y comunistas con el embajador yanqui SpruilleBraden en el 45, opinión de Codovilla, a favor del Alte. Rojas, en 1955, como expresión de "cierta resistencia al imperialismo".
La cuestión nacional es la clave en los países dominados, enseñaron Lenin y Trotsky en los primeros Congresos de la III Internacional. También lo enseñó Mao, y por supuesto, Fidel y el Che ("Patria o Muerte"). El Frente de izquierda –antiburgués- es propio de los países capitalistas desarrollados. El frente único antiimperialista (o Frente de Liberación Nacional, contra el opresor externo y su aliada, la oligarquía o gran burguesía nativa) es lo que corresponde en colonias y semicolonias (Congreso de 1922). Los trabajadores luchan inicialmente, en estos países, por encabezar el frente nacional contra el imperialismo y por la liberación nacional; luego, profundizando la revolución de manera ininterrumpida –cumpliendo en la lucha política la tesis de larevolución permanente- intentan pasar al socialismo (China, Cuba, por ejemplo).
¿Y la libertad?, me dirá usted. ¿Y los derechos humanos? (Quiero creer que se refiere a la libertad y los derechos humanos para las mayorías populares, ¿no es cierto?). De cualquier modo, conozco el argumento: Ingalinella, la Sección Especial y también el obrero Aguirre, ¿se acuerda?, en Tucumán. Pero quien alguna vez leyó marxismo –aunque sea solamente el Manifiesto- sabe que cuando la lucha de clases se agudiza aparece indefectiblemente la violencia. Lo lamentamos, pero es así. Ambosbandos en lucha la ejercen. Y por un Ingalinella que cae, en un lado, caen 27 fusilados en junio del 56, por el otro. Y por las torturas al estudiante Bravo –ya ve que no me hago el tonto y lo ayudo en sus recuerdos- están los 380 muertos del 16 de junio del 1955. Mató Facundo Quiroga, pero también mató "el civilizado" Lavalle y peor aún, ataba a los gauchos a la boca de los cañones y los despedazaba, por lo cual se volvió loco Estomba, años después, como usted seguramente sabe. (Esto de Estomba, caminando loco por las calles de Buenos Aires, es un lindo tema para su brillante pluma, ¿no le parece?).
Pero, no nos equivoquemos. No es lo mismo el descuartizamiento de Tupac Amarú, para ahogar la revolución, que el balazo en la sien que le metió French a Liniers, para sofocar la contrarrevolución. No es lo mismo una ejecución practicada por la Inquisición, que un ajusticiamiento aplicado por los revolucionarios franceses del 89. No es lo mismo la muerte de estudiantes a manos de Batista, que el "paredón" sentenciado por Fidel. Sencillamente porque la violencia, como la libertad, tienen un contenido de clase. Como usted bien lo sabe –pues, un poco tardíamente, me aconseja leer el Manifiesto- en un caso, la aplican los reaccionarios para restaurar el pasado y en otro, los revolucionarios para impulsar el progreso histórico. Usted seguramente se acuerda del japonés Kenjuro Yanagida. Porque, bueno, en esto de tener memoria, no cabe solo acordarse de Marlene Dietrich (aunque lo merezca, por sus piernas). Yanagida era un marxista y sostenía algo así, que le cito de memoria: -"nadie está contra la libertad, a lo sumo está contra la libertad del otro" (de su enemigo). Nadie más libre que un obrero peronista en los cincuenta, nadie más libre que un 'galerita' conservador en los 30 o en el 56. Precisamente los que se rasgan las vestiduras porque no había libertad bajo el peronismo, son los que quieren la libertad sólo para ellos, no para los trabajadores y por eso no consideran dictadura ni al gobierno de Justo, ni al de Aramburu. Desde elmarxismo y desde los trabajadores, sólo es posible hablar del contenido de clase tanto de la libertad, como de la violencia.
Algo similar ocurre cuando se extrapola un dato del total de una historia. Más allá de ciertas vacilaciones o debilidades –que resultan directamente del poderío de las fuerzas contrarias- el mejor antecedente de política antiimperialista y latinoamericana proviene del peronismo histórico y basta con recordar su no ingreso al FMI, ni al GATT, ni al Bco Mundial y otros. Visto el proceso global, se comprende que Perón no estaba contento con Somoza, el asesino de Sandino, en el balcón, como usted refiere, como tampoco Fidel se complacía cuando debía justificar la invasión rusa a Checoeslovaquia. Se trata de concesiones inevitables, coyunturales, dentro de una política general correcta. Los pueblos lo comprenden. ¿Por qué no los intelectuales? ¿Por qué éstos apoyan –e idealizan- a las revoluciones lejanas y se equivocan, generalmente, cuando hay que definirse en el propio país? Le digo mi opinión -que tampoco es invento mío-: porque la clase dominante los controla, los confunde, a veces los seduce, los gratifica, les otorga "refugio en la cultura" y eso cuesta, ¿sabe?, se paga un precio muy alto. Algunos se venden, otros, creo, como en su caso, se equivocan.
Aún a los más aparentemente contestatarios, la clase dominante los domestica, poniéndolos a su servicio, aunque les deja resquicios para gritonear un poco, para lanzar algún fuego de artificio, de vez en cuando, para que algún sector de la clase media, con su ingenuidad, digo ingenuidad para no bajar el nivel, crea que son intelectuales revolucionarios. Les enseña la historia falsa, al revés, la geografía europea antes que la propia, el liberalismo económico y no el marxismo, los torna enciclopedistas al tiempo que les niega la necesaria posición nacional de quien vive en un país esclavizado, expoliado. Entonces, van a los programas de Grondona y sostienen verdades parciales que son falsedades concretas en el hoy y aquí. ¿Qué hubiera dicho Franz Fannon si le criticaban el nacionalismo argelino o el terrorismo, verdades incuestionables para él, aunque relativas en otro contexto político? Seguramente, diría que se trataba de sirvientes de la Francia imperialista. ¿Existe acaso una Francia imperialista? "Jamás. Es el centro de la cultura del mundo", dirían desde la revista SUR y Victoria Ocampo, con los ojos en blanco, recitaría: "La Bella Francia es tan bella que lo difícil es no adorarla...". Por supuesto, no pensaría lo mismo si le hubieran puesto una botella en cierta parte del cuerpo como a las muchachas del Frente de Liberación Argelino.
Bueno, nos estamos yendo para otras playas, aunque las aguas son las mismas. Lo que yo simplemente le quise advertir –no desde el peronismo sino desde la Izquierda Nacional- es que hay que comprender a los trabajadores, sus experiencias, sus luchas. Quizás no sepan de PBI y la distribución del ingreso pero en su vidas concretas perciben la mayor participación en el ingreso, como entre 1945 y 1955. Y relacionan esto, simplemente, con la función de las comisiones internas de fábrica, la "deuda externa cero" y el país fuera del FMI, actitud que no adoptan los intelectuales. De ahí que los trabajadores tengan sus propios mártires -entre los que no figura Ingalinella, aunque nadie pueda justificar su asesinato, y aunque fuera el mejor intencionado y más idealista de todos los hombres- sino Di Pascuale, Vallese, Mussi, Retamar, Alberte, Santillán, Hilda Guerrero, Pessano y tantos otros. Claro, alguien podría decir que esto ocurre porque los obreros son "bárbaros", "incultos", "fanáticos", etc. y que sus opiniones no interesan. Pero descarto que ésa sea su opinión. Porque si así fuese, yo diría: He perdido el tiempo. Creí que estaba polemizando con alguien progresista, que quiere un mundo mejor y resulta que estaba discutiendo con el Alte. Rojas resucitado o con el sempiterno Alvaro Alsogaray. ¿Me comprende, ahora?
Norberto Galasso, diciembre de 2004
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