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Opinión

En el precipicio

Llamamos política cultural al hecho de proveer de cultura a las treinta manzanas más prósperas de la ciudad de Buenos Aires, cuando el noventa por ciento del país jamás va a ver una obra de teatro. Pensar en cultura es pensar en la educación. ¿Cuántos analfabetos tenemos? No son los que dicen las cifras oficiales. En este país hay que alfabetizar y realfabetizar a los que ya están alfabetizados. ¿Cultura para qué? ¿Para la gente que vive frente a Plaza Francia? Hay que destinar diez veces más al resto del país, al país que no lee, que así nunca va a leer ni un diario ni una revista. La Secretaría de Cultura que tenemos así no sirve, al margen de las personas que la dirijan. Tiene que haber un proyecto político que vaya totalmente ligado con la educación, y hay mucha gente preparada para eso. A una persona se la puede alfabetizar en seis meses, actuando con las ONGs, con los sindicatos, donde se esté alfabetizando todo el tiempo. ¿Qué es un analfabeto? Porque si le enseñaste a leer y escribir pero ya se olvidó, o no sabe lo que significa cada palabra, también es un analfabeto. ¿Cuántos analfabetos hay realmente en nuestro país? ¿Alguien me puede contestar eso?

El presupuesto se distribuye pensando en un sector privilegiado de la población, que ya está culturizado y no sé si llega a conformar el cinco por ciento del país. ¿Y qué pasa con el resto?, ¿qué hacemos? Esa gente no consume nada, no ve películas, no compra libros, nada. La cultura tiene que ser una herramienta de desarrollo, si nosotros seguimos teniendo esta cantidad de analfabetos funcionales, ¿para qué sirve el Teatro Colón o el Museo Nacional de Bellas Artes? Ojo, me encanta que existan, yo no quiero cerrar nada. ¿Pero qué son hoy las bibliotecas? Son armarios con libros viejos.

En El astillero, de Onetti, hay un grupo de gente que trabaja en un astillero que se fundió. Pero todos los días van y hay uno que cumple el papel de gerente, saluda a todos los empleados, que van y se sientan. A fin de mes llega un dinero misterioso, cumplen el horario y se van. Todos los días igual. Resulta que la plata que se les paga no es un sueldo, es algún repuesto viejo que se vende y sirve para repartir. Eso es El astillero, una ficción donde todo el mundo simula que la fábrica trabaja como siempre. A mí a veces me da la sensación de que Argentina es eso, todos simulamos que existen las bibliotecas, que existe gente que lee... Terminemos de una vez con eso. Terminemos con esa farsa que sirve para alimentar nuestra buena conciencia, para que la burocracia siga funcionando, pero que para el ochenta por ciento del país no existe. Terminemos también con esa idea de poner a los escritores al frente de las bibliotecas o a los músicos al frente de un conservatorio. Estamos haciendo lo mismo que hacían los militares: "A ver usted, el capitán de la banda, usted va a ser el director del Instituto Nacional de Música. ¿Al coronel García le gusta el cine? Venga, lo ponemos frente al Instituto de Cine. A la señora del mayor que ganó el premio por ese poema, señora usted va a la Biblioteca Nacional". Hay gente que tiene que estar preparada para eso, para administrar, porque sino yo puedo leer Selecciones un día y mañana me nombran director del Hospital Durand. En Argentina no hay bibliotecarios de carrera, y venimos haciendo lo mismo desde que recuperamos la democracia. Y la política cultural está centrada en los eventos fastuosos, en lugar de la tarea cuerpo a cuerpo, humilde. Eventos que cuestan millonadas y que políticamente rinden, no tengo ninguna duda. Y no hablemos de la desnutrición infantil, porque si yo hago un plan de alfabetización y no le doy el mínimo de proteínas a ese pibe, no sirve. Entonces va todo junto, no se puede luchar contra la inseguridad si no creamos un plan de alfabetización.

No hay otra, es una caída libre. Estamos en el precipicio de la ignorancia total.

(*) Es escritor, autor de novelas como Fuegia, Setembrada y Rosa de Miami, de próxima aparición. Este texto es un fragmento de una entrevista que publicaremos en el número de abril de Sudestada.

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Autor

por Eduardo Belgrano Rawson (*)