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Nuevos narradores argentinos

Juan Bautista Duizeide y Pablo Ramos: ¿Quién dijo que todo está perdido?

Lejos de disquisiciones académicas y debates de escritorio, la literatura argentina de vez en cuando le abre las puertas a narradores fascinantes, hijos de la aventura y amigos de esa lectura que conmueve, que seduce y que no aburre. Juan Bautista Duizeide y Pablo Ramos son dos invitados extraños al presente contradictorio de la literatura argentina, y su presencia es llamativa porque sus novelas empujan al lector a surcar las páginas, a no estancarse, a buscar con los ojos la resolución del enigma detrás de la siguiente página. Para Duizeide, la llave es el mar y una gran aventura que mezcla a salvajes de los mares del Sur con el paisaje desolado de la isla Martín García, una leyenda perdida que oculta el romance de Herman Melville con una caníbal typee, que confunde a viejos anarquistas con sobrevivientes de la guerra del Paraguay. Para Ramos, en cambio, es la infancia y el recuerdo de un tiempo pasado que se llena de baldíos, de pobreza, de descubrimientos. Y allí el paisaje desolado es el Viaducto de Sarandí, y el telón de fondo son las fábricas abandonadas, los pastizales. Tierra de pibes aventureros y de buen corazón, tiempos de una infancia que confunde alegrías y tristezas que manchan cada página con los sombríos colores del primer beso y el primer cigarrillo. Para nosotros, lectores, la aparición de dos narradores como ellos es una noticia que merece celebrarse. Su literatura empuja emociones, sus historias eluden el aburrimiento, sus personajes conmueven.

Juan Bautista Duizeide
"El mar conserva siempre el enigma"

Fotos y entrevista: Walter Marini y Hugo Montero.

Un viaje, un lento y poético viaje por pequeñas islas, por paisajes lejanos y cercanos, por personajes que sueñan más de lo que hablan, que recuerdan porque en su pasado hay otras vidas que les permiten, a ellos también, viajar y alejarse. Kanaka, la novela con la que Juan Bautista Duizeide ganó el premio Julio Cortázar 2004, es una aventura cuyo protagonista excluyente es el mar y sus criaturas, los kanakas, los salvajes de los mares del Sur, esa zona del Pacífico que cautivó a Melville y a Stevenson. Y sus historias fueron el punto de partida para la novela de Duiziede, quien además de desempeñarse como periodista, fue marino mercante y mantiene con el mar una relación de profunda admiración y respeto: "Kanaka surgió a partir de otra novela, la primera que escribió Melville, Typee, que está basada en una experiencia autobiográfica. Siendo muy joven, Melville se embarcó en el ballenero Acushnet, donde era muy difícil la vida a bordo, siempre fue así pero más en el siglo XIX. Era una explotación terrible la de los marineros y más en este tipo de barcos. Parece ser que el capitán de ese barco era más jodido que el resto, bastante sanguinario, así que cuando se detuvo el Acushnet en una isla del Pacífico a juntar víveres y hacer unas reparaciones, Melville decide desertar y vive seis meses en una isla entre caníbales, con la tribu de los Typee. Si bien no llega a ser Moby Dick, la novela es muy buena literatura del mar por lo que son los personajes, por el manejo de la estructura narrativa y, sobre todo, por el grado de comprensión del salvaje. Resulta que él allí tuvo una pareja, una novia caníbal que se llamaba Fayaway en la ficción, y yo pensé que habiendo vivido seis meses allí, bien pudo Melville haber dejado un hijo y dije que estaría bueno escribir la novela sobre este hijo".
De todas formas, la historia del padre y el hijo apenas se esboza en la novela...
Lo del hijo de Melville es un poco un pretexto, a mí me interesó esa época por el paralelismo que tiene con la nuestra. Por entonces se respiraba una especie de paz, con tres o cuatro imperios dominantes (aunque ahora hay uno solo), y parecía que esa paz iba a ser eterna. Ya habían sido sofocados todos los intentos revolucionarios y parecía que existía una sola verdad sobre cómo organizar el mundo...

La nota completa en Sudestada n°36.
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"Muchas veces soñé que era Arlt"

Entrevista: Jorge Boccanera
Fotos: Alejandra López Ramos

Un niño que no se calla nada, un testigo implacable, es el personaje de la novela El origen de la tristeza, de Pablo Ramos, que tiene como metáfora central el fin de la infancia y transcurre durante los años 80 en suburbios de Buenos Aires, allí donde la aventura y las ilusiones conviven con la droga, el desmantelamiento de fábricas y talleres, el gatillo fácil y el desamparo.

En esta primera e impactante novela editada por Alfaguara, Ramos dibuja su héroe barrial y aventurero en una escenografía de villas, baldíos, pequeños montes de pastizales y elementos en desuso. Ese barrio, explica el autor, "existe en el corazón de los pibes. Los pibes hoy conocen el alcohol, el sexo, las drogas, todo demasiado rápido, pero siguen teniendo el mismo corazón. En los barrios del Gran Buenos Aires se ve más que en Capital. Yo vivo ahora en La Paternal, barrio relativamente humilde y los pibes juegan al fútbol en la vereda, sacan un metegol a la calle, hay parrillitas esquineras, pero nadie duerme con la puerta abierta. Vivimos en la desconfianza y la paranoia".

La barriada de El origen de la tristeza -situada en los bordes de Avellaneda- está cercada por una imagen apocalíptica, un pantano en llamas. Ramos, que habitó de niño en esa geografía, la describe: "De casas bajas, arroyos podridos, curtiembres y fábricas abandonadas. Potreros, inundación, viaducto, trenes. Y lo extraño de la costa del río. Una geografía adentro de otra. Un monte interminable de tierra muy fértil donde se hace vino de uva chinche. Una época en que los vecinos tenían tiempo, se cortaba la calle para navidad y fin de año, todos comíamos juntos. Baile, cantores, serenatas. Mi infancia fue un lugar feliz, la pérdida de ese lugar es El origen de la tristeza", explica.

Gabriel, el personaje, saldrá de la piel de la infancia mascullando estas verdades: se vive a contramano de todo, "nunca un adulto iba a ser de verdad amigo de un chico" y "la muerte no es lo contrario de la vida, vivir como un muerto es lo contrario de la vida". Como otros niños, también es un testigo de algo que le sucede a los otros. Ramos asiente y agrega: "Es un testigo que tiene una enorme capacidad para ver. El ve lo que otros no quieren o, por su cobardía, no pueden ver...

La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 36

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El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.