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Cinestada

El cine según Van Sant: Juventud divino tesoro

Gus Van Sant sabe lo que hace. Y cree en lo que hace. Por esas razones, eso que hace lo hace mejor que sus contemporáneos. Lo que hace Van Sant es cine, y al ver cualquiera de sus películas se vuelve evidente que no lo hace por dinero, ni por fama, ni por premios, sino porque cree en el cine. En el cine como arte. Como arma. Como forma de expresión.

Los jóvenes

Hay una recurrencia siempre presente en las películas de Gus Vant Sant, que les da una continuidad, que funciona como un nexo que conecta toda su obra. El director ha demostrado desde sus inicios una seria inquietud por el mundo juvenil (o tal vez por algo que podría llamarse, más correctamente, el "submundo" juvenil). Los jóvenes reaparecen en sus filmes como una constante. Pero no son como los del resto de las películas. Lejos de los personajes estereotipados a los que nos tiene acostumbrados el cine "made in Hollywood", los de Van Sant son personajes complejos, profundos, sombríos, de una frondosidad inexplorable, que el director nos propone explorar. Pero no como un guía experto que nos va señalando los dictámenes morales que ya tomó por nosotros, sino como un espía, que los sigue con su cámara sin que se den cuenta y nos muestra lo que capta. Personajes en estado puro. Moralejas al margen.

Los jóvenes que dibuja en sus películas son perfectos cuadros realistas de la imperfección. Taxi boys, drogadictos, vulnerables, manipulables. Marginales. Van Sant empuja siempre los márgenes un poco más allá y muestra en la pantalla grande lo que parecería inmostrable, irrepresentable. La mugre que se barre debajo de la alfombra.

Sus jóvenes tienen las alas rotas. Aletean desesperadamente intentando tomar vuelo, despegar, pero no lo consiguen. Apuestan las monedas que les quedan -esos últimos suspiros de esperanza- en jugadas riesgosas que les permitan escapar de la realidad en la que están sumergidos. De la pesadilla interna que los consume. La ruleta gira. Sale el número equivocado. Y la banca se queda, una vez más, con su último aliento, con la llave de Alicia. Jamás conocerán el país de las maravillas.
Los suyos son personajes crudos, reales y, a la vez, extremadamente poéticos. Porque él es el poeta maldito que les da vida. Los transpone en la pantalla con todas sus inquietudes y sus debilidades, pero con la perfección de una sinfonía. Gus Van Sant es el talentoso director de orquesta de la sinfonía agridulce de la juventud de las últimas dos décadas.

Las carreteras

Las carreteras son un lugar de movimiento. Se va hacia algún sitio. Se llega o se escapa. Mi mundo privado (1991) empieza con su protagonista, Mike, parado en medio de la carretera. Ésta despierta una expectativa en el espectador (expectante): espera que lo lleve a algún lugar. Pero Mike sigue parado ahí. "Siempre sé dónde estoy por cómo se ve el camino. Sé que estuve aquí antes, que estuve encajado aquí, estuve aquí antes. ¿Entiendes? No hay otro camino que sea exactamente igual a este. (Forma un círculo con sus dedos. Ve por él como a través de una mirilla). Es un lugar único... parece el rostro de alguien... un rostro hecho mierda."

La misma carretera vuelve a aparecer a la mitad de la película y en la escena final. El espectador-expectante espera siempre de ella más de lo que puede darle a Mike. En la primera escena se espera que lo lleve a algún lado. A mitad de la película, que lo saque del lugar donde está (más emocional que físicamente, aunque lo emocional y lo físico en Mike son una sola cosa). En la escena final el espectador ya lo sabe, la carretera para Mike sólo puede ser eso: "un rostro hecho mierda".

La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 36

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Autor

Anabella Castro Avelleyra