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Antihéroes

Jacinto Piedra: De noche lo siguen gritando...

Jacinto Piedra murió en forma trágica a los 36 años. El sentimiento popular y cierto gusto por cadáveres exquisitos lo volvieron un mito cotidiano. Creador original y esporádico, integró MPA y Santiagueños, grupos renovadores que combatieron los prejuicios del género.

Las mañanas de febrero en Santiago del Estero se habían vuelto espesas; la gente optaba por saludarse de lejos. Un mes atrás había sido pavimentada la Avenida del Libertador, pero en La Banda seguían comentando el éxito de los grupos tropicales contratados por el Municipio, que había usado la noche para anunciar que por fin los barrios de las afueras tendrían agua, mientras se seguiría estudiando el tema de la luz. Cerca de los cultivos de alfalfa, en un locutorio que también era almacén, un jóven músico tecleaba con despecho en su computadora, hablando por chat con un periodista de Buenos Aires que hacía una pregunta tras otra, obviando acentos.


Discutían influencias, raíces de la música popular. El folklorista se quejaba porque muchos dejaban el pago, se olvidaban "del monte y de sus estrellas." El intercambio era ríspido, imperativo, como una profanación observada de lejos por varios. "Hacete un viaje y velo con tus propios ojos, hermano. Aquí la lucha continúa de la mano de Jacinto Piedra, más que nunca". El periodista quería saber a qué lucha se refería, qué tenía que ver Jacinto Piedra con los cambios en Santiago del Estero. "Sentilo, vivilo. Vení a Santiago y perfeccionate en el saber. Los temas de Jacinto están en el aire. ¿No los respirás?", decía el santiagueño, riéndose con los dedos.


Quince años atrás, el 25 de octubre de 1991, a los 36 años Jacinto Piedra había muerto al volcar su auto cerca de La Banda, en el cruce del ferrocarril Mitre. Lo velaron en La casa del folklorista de Sa, en medio de un frenesí de música, bebidas, e invocaciones. Una multitud acompañó el cajón hasta el cementerio: Peteco Carabajal destilaba melodías en el violín; a don Sixto Palavecino se lo veía tranquilo, paternal, como si asistiera a un bautismo. Juan Carlos Carabajal saludaba a los vecinos uno por uno y explicaba los hechos. La gente se acercaba preguntando por qué, qué había hecho, quién se lo había llevado. Tiempo después, varios iban a su tumba en el cementerio de Santiago y afirmaban haberlo escuchado cantar. Las promesas incumplidas de Jacinto habían pasado a sus fieles, ávidos de la palabra revelada.


Innovador, audaz, perezoso, inseguro, Jacinto Piedra se expandió en círculos concéntricos luego de su muerte, como un Jim Morrison de origen quechua. Cantaba desde que era chango, recorría festivales y lo llamaban "Ricardito, el niño cantor." Nacido en el '55, las chacareras, los repiques del bombo y los yeites de la eléctrica se le mezclaban en la cabeza: se sabía temas de Spinetta, Aquelarre. Pink Floyd lo subyugaba como los cóndores de Bolivia y Perú, adonde había viajado después que su novia de la adolescencia lo abandonara. Allí había conocido ritmos, ríos de instrumentos, había encontrado un pasado, una voz común. Apenas le crecía la barba, pero ya llevaba un bigote tupido y angosto, como un mandarín.



Jacinto, ausencia y presencia

Con Peteco Carabajal se habían criado juntos, de Santiago del Estero a Morón, llenos de pobreza. Hartos de hacer nada, muchos jóvenes partían de sus provincias, roían en pensiones de segunda, estudiaban en los cafés y arrastraban sus sandalias por el cemento ardiente como el monte. Pasada la adolescencia en Morón, cuando se reencontraron la peste dejaba los cuerpos violeta, las mentes fofas. Buenos Aires aguardaba el deshielo. Los folkloristas añejos acusaban el vacío cultural: Horacio Guarany despotricaba contra León Gieco y Juan Baglietto, por estar influenciados por Los Beatles. "Un día fuimos a su casa. Jacinto cayó con mi tío Cuti. En un momento cantó y Guarany le preguntó cómo se llamaba,y él dijo Ricardo Gómez. Entonces dijo: 'No vos no puedes llamarte así: desde ahora eres Jacinto Piedra'. Y desde ese día fue llamado Jacinto.


Peteco integraba Los Carabajal desde 1975; Jacinto había cantado en el Festival de la Chacarera y conocido al bailarín Juan Saavedra, miembro de una dinastía fértil. Con el cabello largo y despeinado, Jacinto creía que aunque amaran su voz, iba a ser rechazado en Santiago, como un ex-combatiente que regresa y lo vuelven ajeno. En Buenos Aires la personalidad del folklore se acompasaba a las búsquedas rupturistas que encaraba el rock nacional, luego de la farsa del Festival de Solidaridad por Malvinas. Chango Farías Gómez -creador de los Huanca Huá- sumó a Jacinto y Peteco a Músicos Populares Argentinos (MPA), la primera revolución en la que participó Jacinto Piedra, que conjugó una exploración a 5 voces con densidad propia, que se corporizaban en una totalidad complejizada en lo instrumental. Cuenta el periodista Alejandro Tarruella -en un artículo inédito-Verónica Condomí, menuda, impetuosa, no soportaba sus arranques machistas típicamente andinos. Aún hoy cree seguir escuchando su canto.


Tras MPA Peteco se lo llevó a Santiago, para encarar un proyecto junto a Juan Saavedra, Santiagueños. Según Horacio Banegas, músico santiagueño que tocó con Jacinto: "Santiagueños fue para mí la apertura más grande que ha habido como música desde Santiago. Se ha generado también por un acercamiento pero Jacinto no era de hacer un desarrollo y un proyecto: el valor artístico, suyo es a través de las pocas obras que tiene, la concepción de sus obras que son muy frescas aún hoy. Además, Jacinto cantaba bien, Peteco creaba la mayoría de las obras y Juan aportaba la libertad, la frescura que tenía Santiagueños."


Con expresión de lince calmo aunque alerta, Horacio Banegas no es contemporáneo de sí mismo; su proyecto es encontrar a Horacio Banegas, a través de la música. Cuando Peteco disolvió Santiagueños coordinó con Jacinto, ensayaron con Juan Saavedra y presentaron en el 1990 el espectáculo "Mensaje de Chacarera". Luego de la muerte de Jacinto, "grabé dos obras de él, Chacarera del Cardenal y Canción del Quenero, en mi primer disco. Chacarera del cardenal no estaba terminada, por ejemplo, las intros y lo demás es una cosa aportada por mí. He compartido 8 meses con él y con Juan, ensayando. De todas maneras pienso que lo de Juan era una cuestión solidaria con él, porque en ese tiempo que he estado cerca he descubierto una persona muy insegura en todos sus cosas. Él no sabía proyectar nada, no sabía desarrollar nada artísticamente", establece Banegas.

Para Horacio Banegas, Jacinto lidiaba con las contradicciones de su generación; "no toleraba a nadie delante de él, nadie más que él. El sentimiento de culpa de los que no se han podido acercar como persona ha generado esto. Ha sido rechazado por la sociedad en Santiago: en vida no se hubiesen acercado a hacer ningún reconocimiento. Te conviertes en bueno después de muerto. A mí me causa gracia los chicos que lo veneran: a ninguno los hubiese soportado dos segundos", afirma.


Sondeando la última etapa de Jacinto, posterior a Santiagueños, Peteco entiende que "por supuesto que debe haber intentado hacer cosas, pero no llegó a cristalizar ninguna y después tuvo el accidente. En todo ese tiempo surge un montón de gente que dice: "conmigo Jacinto hizo todo" y le conocen temas. El hecho de lo trágico de su muerte no hay que dejarlo de lado: que haya sido inesperadamente y en Santiago ha sido impresionante: gente que por ahí si Jacinto venía por su misma vereda, se cruzaba para la vereda de enfrente para no saludarlo, y cuando murió también se conmovió."


Algunos creen ver a Jacinto Piedra, nostálgico del salitral, anunciando verdades en el monte, como un oráculo ajeno a la historia. Despótico, indócil, creativo inasible y grandilocuente, heraldo de un lucero permanente, el cardenal entrevee silencios cómplices, y levanta vuelo.

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Autor

Patricio Féminis