"¿Por qué hay tan poca gente interesante? De entre todos los millones, ¿por qué no hay unos cuantos? ¿Tenemos que continuar viviendo con esta monótona y pesada especie? Parece como si su único acto posible fuera la Violencia. Eso se les da muy bien. Les hace florecer de verdad. Flores de mierda, apestando nuestras posibilidades" Charles Bukowski, Diarios personales.
Desagradable, grosero, soez, machista, peleador y borracho; un hombre que escribía con el olor nauseabundo de las cloacas y el aroma "del asesinato", como alguna vez lo dejó plasmado en sus relatos. Escritor tan controvertido y criticado como admirado, de pluma directa y sencilla como los golpes de los boxeadores fracasados que alguna vez retrató, Charles Bukowski creó una obra de más de cincuenta libros -entre novelas, cuentos y poemas-, en la cual los temas circularon siempre por una misma (y oscura) avenida. Pasaron por allí las clases sociales más bajas de Estados Unidos, los invisibilizados por el mismo sistema de gobierno, los trabajadores y las trabajadoras explotados, los desclasados que vivían entre la drogadicción, el alcoholismo, la violencia sexual y la necesidad urgente de escapar de una pobreza marcada por las necesidades básicas pero, a su vez, por una cultura del consumo y el triunfo desmedido, como es la estadounidense.
Algo que rodea todo el tiempo a los personajes de Bukowski (y a él mismo, bajo su alter ego Henry Chinaski) es una profunda soledad. Hombres y mujeres que no se configuran como solitarios románticos o vagabundos en busca de un destino, como aparecen en los libros de su contemporáneo Jack Kerouac. En Bukowski la soledad es parte estructural de esas personas sin rumbo, sometidas a la explotación, que no tienen un ápice de esperanza, pero que al ser retratadas por el autor se convierten en una instantánea de la sociedad en la que viven.
En las fotos en blanco y negro se pueden ver los rasgos físicos de "Hank", el sobrenombre que lo acompañaría siempre: las mandíbulas y dientes de mandril, la cara ajada y curtida, una barba desprolija y teñida de canas, los ojos achinados que al sonreír casi desaparecían. Y una panza incipiente creciendo detrás de la ropa desalineada en un cuerpo macizo, por momentos tosco, y en alguna de sus manos una botella de cerveza o de whisky aferrada.
Nacido en 1920 en la ciudad alemana de Aldernach, Heinrich Karl fue el hijo de Henry Bukowski, un joven soldado norteamericano, y de Catherine Fett, quienes al poco tiempo se trasladaron a Los Ángeles, California, en busca de nuevos horizontes. El pequeño Charles creció en un ámbito de pobreza y penurias económicas, consecuencias de los coletazos de la Gran Depresión. Como escape a los severos castigos que le propinaba su padre, cuando Bukowski ingresó a su adolescencia fue encontrando sus dos pasiones que supieron confluir y también chocarse: el alcohol y la literatura. En el plano de la escritura, los autores que devoraba (y que marcarían su propia obra) fueron Upton Sinclair, Ernest Hemingway, Carson McCullers, D.H. Lawrence y Louis Ferdinand Céline.
El caso de Hemingway es, quizás, el más cercano a Bukowski: los dos escritores sobresalieron con sus cuentos, marcados por una escritura en la que nunca sobraba ni faltaba nada, de líneas precisas y siempre relatando historias mínimas que, por debajo, mostraban los temas principales que cruzaron sus obras.
La relación de Bukowski con uno de sus maestros quedó detallada en el relato "Clase", que aparece en el libro Se busca una mujer. En ese cuento Hemingway es un boxeador ganador y pedante, hasta que sube al ring Henry Chinaski, que con apenas unos golpes lo tumba, conquista a la mujer más linda del lugar y se consagra como un escritor inédito que comienza una ascendente carrera. La influencia de Céline también sobrevuela a Bukowski. En una entrevista realizada por el actor Sean Penn, Hank se refería al "escritor maldito" y además resumía la virtud de todo buen escritor: "La primera vez que leí a Céline, me fui a la cama con una caja grande de galletitas Ritz. Empecé a leerlo y me comía una galletita Ritz, me reía, me comía una Ritz, leía. Leí la novela entera de un tirón y me terminé la caja de galletitas. Y me levanté y tomé agua. Tendrías que haberme visto. No me podía mover. Eso es lo que un buen escritor te puede hacer. Casi te puede matar. Un mal escritor puede hacerlo, también". Céline además aparece como uno de los personajes de Pulp, su última novela, un policial demencial, alucinado y bizarro.
(La nota completa en la Sudestada N° 135 - diciembre de 2014)
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