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Nota de tapa

Pensando a Eva

¿Es posible analizar la figura de Eva por fuera del laberinto binario, que no permite zafar de los extremos del agravio o la obsecuencia? ¿Instrumento de propaganda y control de masas del gobierno peronista, o expresión del enorme peso político de la clase obrera en esa etapa clave? ¿Qué imagen dibujó la izquierda peronista en los setenta para erigirla en símbolo de lucha por la patria socialista? Una mirada histórica al rol que, más allá de sus intenciones, ocupó la mujer más trascendente de la historia política argentina. Escribe Luis Brunetto y sumamos las miradas de David Viñas, Alejandro Horowicz y Milcíades Peña.

Hace muchos años, creo que en el diario La Voz o en la revista Fierro, Juan Sasturain publicó un poema que se llamaba "Evita, de evitar". No recuerdo su contenido, pero creo estar seguro de que ese título me hizo cobrar conciencia de lo que connotaba aquel nombre verbo. Puede sonar tonto, pero lo que yo, a mis quince o dieciséis años, me pregunté estimulado por aquel título revelador fue, simplemente, si Perón había evitado la patria socialista. Es decir, si la consigna que años atrás, siendo un niño de menos de diez años, había escuchado corear a las multitudes movilizadas por Montoneros, ocultaba un significado siniestro.

Lo que aún no me atreví a preguntarme, teniendo en cuenta mi propio fervor peronista de entonces, es si Evita también había sido una pieza en ese mecanismo evitador. ¿Qué papel había jugado la compañera del general en la estructuración del movimiento peronista a la hora de contener a las masas y, valga la redundancia, evitar que rebasaran ciertos límites? Es esa connotación implícita en el nombre de quien fuera la principal mujer política de la historia de nuestro país y una de las más trascendentes de la historia mundial contemporánea, la que este trabajo de tono ensayístico pretende poner en discusión.

Teniendo en cuenta los resultados históricos generales del proceso peronista, la respuesta parece fácil. El peronismo, en sus distintas versiones, ha sido un instrumento de control de las masas y Evita jugó un papel fundamental en su conformación. Era la esposa de Perón, el nexo con ellas, la que los exhortaba al orden cuando era necesario apelando a su carácter de paladín de los trabajadores, etc. Pero, entonces: ¿es total y absolutamente falsa, carente de bases en las que apoyarse, la pretensión setentista de la izquierda peronista en el sentido de apoyarse en Eva, en su prestigio y en su autoridad, para construir una tradición política a la izquierda de Perón, en polémica con él, y dispuesta, apelando al nombre verbo, a ir más lejos de lo que el jefe estaba dispuesto a ir?


Bonapartismo y nacionalismo

El rasgo decisivo del bonapartismo es la elevación de un hombre a la condición de jefe supremo, indiscutible e infalible de una nación. Tal jefatura se encuentra fuera de la crítica y de los condicionamientos de los grupos y personas que la integran gracias a su capacidad para aparecer como árbitro entre las clases, por encima de ellas. El fenómeno bonapartista se produce como resultado de crisis políticas y choques de clase furiosos, pero en los que la relación de fuerzas entre las clases impide la victoria de una sobre otra. De ellos emerge un líder capaz de poner orden en el caos y de concentrar el poder en sus manos; poder que es producto en realidad de las condiciones de la crisis misma, pero que parece emanado del talento, carisma e inteligencia del líder.

El concepto, como se sabe, proviene del análisis de Marx acerca del ascenso al poder de Luis Bonaparte, análisis en el que se investiga el modo en que este mecanismo pone fin a las luchas abiertas por la revolución de 1848, permite restaurar el orden burgués y dar paso al dominio definitivo de la burguesía francesa. Procesos similares encontramos en los orígenes del fascismo y del nazismo, así como en los del resto de las dictaduras contrarrevolucionarias que atravesaron Europa en la primera mitad del siglo xx como respuestas a la oleada revolucionaria de los años veinte. Trotsky también lo aplicó al proceso de surgimiento del stalinismo y, más tarde, al gobierno cardenista en México. Gramsci, para evitar la censura fascista que identificaba el término con el pensamiento marxista, lo llamó "cesarismo".

El bonapartismo es un mecanismo de liderazgo político, producto de la incapacidad de las clases sociales y sus herramientas políticas "normales", los partidos, para resolver sus choques a través de esos instrumentos, pero puede ser portador de diferentes contenidos históricos. Gramsci afirma: "El cesarismo es progresivo cuando su intervención ayuda a las fuerzas progresivas a triunfar (...). César y Napoleón I son ejemplos de cesarismo progresivo; Napoleón III y Bismarck de cesarismo regresivo".

Trotsky, por su parte, también plantea, en su análisis del gobierno del general Cárdenas, la posibilidad de bonapartismos progresivos, a los que denomina sui generis. El bonapartismo reaccionario, propio de las sociedades capitalistas avanzadas, tiene su origen en la incapacidad de los partidos orgánicos (usando el concepto de Gramsci) para resolver una crisis revolucionaria en uno u otro sentido; el bonapartismo sui generis es un producto del insuficiente desarrollo de las estructuras partidarias, tanto de las clases dominantes como de la clase obrera, que refleja a su vez el desarrollo atrasado de la estructura económica desde el punto de vista capitalista.

El segundo es, por supuesto, el caso que nos ocupa. El bonapartismo sui generis es la expresión organizativa y política del nacionalismo burgués; en tanto este punto de vista ideológico, para transformarse en tendencia política real en un país atrasado no tiene más remedio que aliarse a la clase obrera. Como se sabe, los partidos representan clases, no alianzas de clases, pero la debilidad de la pequeña burguesía intelectual, base social del nacionalismo burgués, le impide formar un partido propio capaz de elevarse por sí mismo a la dirección revolucionaria de la Nación. El movimiento bonapartista suple estas deficiencias de la clase a la que representa, permitiendo capitalizar la fuerza social y política del proletariado y, a la vez, conservar la dirección política en manos de la jefatura bonapartista.

La experiencia de nuestro país muestra que la incorporación de la clase obrera al nacionalismo burgués se realizó mediante una compleja operación política. Recordemos brevemente el proceso. Durante la crisis desatada por la caída de Perón y su virtual detención a principios de octubre de 1945, las masas obreras entraron en un proceso de agitación y movilización. Tal proceso no fue espontáneo, sino una combinación de la actividad de las masas con la acción de los dirigentes que, provenientes de la vieja guardia sindical de distintos orígenes ideológicos (anarquistas, socialistas, comunistas, radicales, sindicalistas), se habían aliado a Perón a cambio de concesiones sociales y a la actividad sindical.

(La nota completa en Sudestada N° 134 - noviembre de 2014)

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Luis Brunetto
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Luis Brunetto

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