Un libro de Ariel Scher, Contar el juego. Literatura y deporte en la Argentina, es la oportunidad perfecta para hurgar en un rincón ignorado de la literatura local: el vínculo entre nuestros escritores y el deporte. Soriano y Fontanarrosa se pasan la pelota, Cortázar hace sombra con los guantes de box, Conti pedalea y pasa por Bragado, Bioy Casares se reconoce un tenista mediocre, Sasturain manda al arco a Sebreli; historias mínimas de una pasión casi siempre desconocida.
Escritores que cambiaron la pelota de básquet por el ambiente y la pasión futbolera; periodistas que comenzaron jugando al rugby y terminaron desgarrándose por festejar un gol en la tribuna boquense; un narrador que vive y fluye a la par del agua; el Gordo más querido, que se inventa un pasado de crack ante la mirada desconfiada de la platea que le toca en suerte; un tenista ambidiestro que ama el boxeo y reniega del fútbol; todos caben en el libro de Ariel Scher, Contar el juego. Literatura y deporte en la Argentina, recién editado por Capital Intelectual.
Se trata de un repaso sobre la bibliografía deportiva de un puñado de nombres de la literatura argentina, en los que vida y escritura se construyen en forma paralela para mostrarlos en su lado más pasional, más humano y, también, más libre.
De Julio Cortázar a Haroldo Conti; del Gordo Soriano a Bioy Casares; de Rodolfo Braceli al Negro Fontanarrosa; y los actuales Eduardo Sacheri, Juan Sasturain o Martín Caparrós, Scher indaga en su vida deportiva para hablar de otras cosas, para mostrarnos a esos niños que corrían detrás de una pelota con el viento en la cara o seguían tradiciones familiares a la hora de elegir un cuadro de fútbol. "El deporte hecho tango, el deporte vuelto rock, la literatura como forma de periodismo deportivo o de canto de tribunas", se lee en unas líneas. Una puerta que se abre para que lleguen otros a indagar en un tema poco trabajado en nuestro país; una pregunta que dispara otras, más profundas y complejas: ¿De qué hablamos cuando hablamos de deporte?
Escritores apasionados
Primero están los gustos de cada quién. Y, como dice Juan Sasturain, "uno escribe de lo que conoce". De a ratos, entonces, el libro parece guiarse por la antinomia futbolero-no futbolero para contar el juego. Inevitable en un país que lo vive como lo vive. Y así lo cuenta Scher: "Me parece que el fútbol es una variable. Es decir, existe el deporte y el fútbol está adentro del deporte y éste, de alguna manera, está adentro del fútbol. La relación con el fútbol es de una potencia humana, antropológica, difícil de empatar. En Boquita, Caparros dice que uno es de un equipo y se hace de un equipo. Es extraordinario. La relación con el fútbol tiene que ver con ser y con hacerse. Y agregamos las comprensiones que hace Archetti y, por ejemplo, Roberto Santoro en la introducción de Literatura de la pelota: ser futbolero no es una categoría, no serlo sí lo es cuando estás ligado al deporte. Lo que un argentino dice en relación con el fútbol es significativo sobre sí mismo".
Y así aparecen esos momentos en la vida de casi todos los mortales, como aparecen en Sacheri la determinación de su cuadro, Independiente, como su viejo; al que evoca en "Independiente, mi viejo y yo": "Y queda en mí el mandato inexorable que dictan las fidelidades externas. Cuando Independiente gana un campeonato -al fin y al cabo, Dios y sus milagros evidentemente existen- lo primero que hago, en la cancha o en mi casa, es levantar los brazos y los ojos hacia el cielo, abrazándolo a mi viejo a través de todos los rigores del destino, y por encima de todas las traiciones de la muerte".
Es el pequeño Sasturain que, según relata Scher, "arriba de su superficie despareja, descubrió el fútbol. Ese fútbol era el de unos pibes que rearmaban las reglas, se daban pases en medio del viento y, de tanto en tanto, gritaban gol. Juancito todavía se expresaba en media lengua, no recibía invitaciones a patear y viajaba de ida rumbo a una mamá que le escuchó una pregunta fundacional:
-Nosotros, ¿de qué cuadro somos?".
O es el Gordo Soriano y el instante genealógico: "Empecé a querer a San Lorenzo sin haberlo visto nunca, como esos pretendientes que sólo conocen una fotografía y juran amor eterno".
Y es también Braceli en 1954 en la sede mendocina del colegio Don Bosco, y el cura que le dijo que "iba a jugar porque su mérito lo constituía que era 'un mediocampista conversador" (lo que hoy podríamos pensar como un Guillermo Barros Schelotto). Lo fastidió tanto, que terminaron echando al adversario. Pero cuando fue a confesarse, y asumió ante el cura el pecado de una flor de puteada, "obtuvo el más rápido de los perdones eclesiásticos: 'lo hiciste por el equipo", contestó el cura, consustanciado.
El abordaje desde la pasión como una posibilidad, el acercamiento apasionado de algunos de ellos como certeza. Lo cuenta Scher: "Por supuesto que no soy un estudioso de la pasión en todos sus términos pero ni todos nos enamoramos igual ni tenemos la misma relación pasional con el fútbol, la política o lo social. Y hay quienes tienen un vínculo con esas cosas que lo apasionan y que, sin embargo, no es un vínculo pasional. En el caso de Bioy es claramente pasional su relación con el tenis pero que no existe con el fútbol. Ahora sí este último le resulta una herramienta para contar ciertas cosas. En el caso de Cortázar, hay un vínculo pasional con el boxeo, pero además es un elemento o instrumento por el cual cuenta el box o cualquier otra cosa. Y el fútbol, que es algo que él mismo dice que le pasa lo mismo que con el béisbol o el rugby, que no tiene un entusiasmo personal, le funciona muchísimo.
(La nota completa en Sudestada N° 134 - noviembre de 2014)
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