Salem Bachir es representante de la República Árabe Saharaui Democrática, un pueblo sin territorio que pelea por liberarse del yugo ocupador de Marruecos. Ex guerrillero del Frente Polisario, Salem viajó a la Argentina con un objetivo: lograr cambiar el voto negativo del gobierno de nuestro país que, a diferencia de Venezuela, Bolivia y Uruguay, cede a las presiones lobbistas de los marroquíes y no reconoce al pueblo saharaui. El telón de fondo es la lucha por la libertad de un pueblo africano, y el escenario de esa disputa hoy es Buenos Aires.
1. Salem Bachir abre la puerta de su edificio y señala el camino hacia el departamento, ubicado en un primer piso por escalera. Nada parece indicar que allí, en el corazón del barrio de Monserrat de Buenos Aires, funciona una embajada. El ambiente es modesto: dos piezas, un baño, una cocina y un living, en el que Salem tiene desplegadas varias alfombras con arabescos, un televisor, una mesa ratona y dos banderas de su trunco país: la República Árabe Saharaui Democrática.
Salem ofrece galletitas, jugo artificial de naranja y agua mineral. Habla perfecto español, aunque se le notan los arrastres (jotas y haches) típicos de la dicción árabe. Es cordial, atento y buen cultor del arte de la conversación. Un diplomático. Nada parece indicar que este hombre delgado y bonachón integró la guerrilla del Frente Polisario en la década de 1970. Y que entrega su vida, a miles de kilómetros de su tierra y su familia, a una sola causa: lograr que el pueblo saharaui regrese a su territorio, hoy invadido y controlado militarmente por Marruecos.
En el noroeste del continente africano, entre Argelia, Mauritania y el océano Atlántico, hay un pequeño país de tan sólo 266 mil kilómetros cuadrados, y poco más de medio millón de habitantes en un puñado de ciudades desperdigadas en el desierto de Sahara.
En la Conferencia de Berlín de 1884 Europa se repartió África, y España fue la menos beneficiada. Entre sus nuevas colonias, se encontraba una porción olvidada del desierto, lindera a la costa del Río de Oro. Luego de atravesar diversos estatus coloniales, el Sahara Occidental se convirtió en 1957 en una provincia española. A pesar de ello, no había mayor interés en el territorio, un desierto extenso e inhóspito, poblado por beduinos, camellos y familias nómades. Sin riquezas a la vista, la población convivía en calma con su pobreza.
2. Salem Mohamed Bachir nació en 1954 en la capital de la colonia saharaui, El Aiún, en el seno de una familia beduina. Eran nueve hermanos bajo un mismo techo. Su padre era un suboficial del Ejército colonial español y su madre estaba dedicada a la crianza de sus hijos e hijas.
La vida de Salem transcurría entre la cría de cabras, el estudio y el fútbol. A su alrededor, como en toda la región, había mucha pobreza. "La gente revolvía los residuos que dejaba el ejército para ver si encontraba algo para comer o usar en la casa. Un día sucedió algo terrible: una persona que estaba revolviendo los escombros pisó una mina y explotó", recuerda.
A fines de los años cincuenta, África comenzaba una etapa de luchas por la liberación, mientras España activaba sus mecanismos de defensa y reafirmaba su hegemonía otorgando más preponderancia al territorio. "En realidad, todo cambió cuando descubrieron los yacimientos de fosfato, supuestamente la reserva mundial más importante", cuenta Salem. El Sahara se convertía en un parnaso. Del atraso a las baratijas electrónicas, los relojes y la importación barata, todo gracias al fresco dinero de la minería. "España empezó a hacer escuelas, a enseñar el idioma, la religión", relata.
Pero los "vientos de la liberación", como los define Salem, ya estaban soplando. Los saharauis comenzaron a organizarse. Como en casi todas las revoluciones independentistas, la fuerza de origen era económica: la expoliación de las riquezas y el control del comercio. Cambiar fosfato por baratijas no sonaba de lo más productivo.
La informal diplomacia saharaui consiguió sumar su reclamo a la ola de las luchas populares de los años sesenta. En 1965, Naciones Unidas aprobó una resolución en la que ordenaba a España convocar a un referendo de autodeterminación del pueblo saharaui. Pero la iniciativa de la ONU acarreó el interés de Marruecos y de Mauritania, que comenzaron a disputarse el territorio.
Asediados por sus vecinos, la primera reacción fue apoyarse sobre el más fuerte, es decir, España. "Intelectuales y referentes pidieron que España se quedara con el control", explica Salem. A la par, crecía el descontento de los jóvenes más radicalizados: era el caldo de cultivo para el germen del Movimiento de Liberación Saharaui (MLS).
(La nota completa en Sudestada N° 134 - noviembre de 2014)
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