La selección que afrontará el mundial de Brasil parece un relieve dentro de un paisaje desolado: sin identidad, sin juego colectivo, apuesta todas las fichas al desequilibrio ofensivo de un solo jugador. Reflejo de esa postura, el fútbol argentino transita un presente complejo. Equipos que apuestan a no perder, que rechazan el riesgo y se abrazan al cero en su arco, dirigentes de clubes quebrados que mueven las fichas del negocio sucio y pactan con barras para dinamizar su carrera política, el Estado que se mete para aprovechar la propaganda y profundizar el desmanejo. Y cada vez más lejos de ese fútbol, los pibes jugando a la pelota en el barrio. Opinan César Luis Menotti, Ezequiel Fernández Moores, Pablo Llonto y otros.
Cada cuatro años nos vemos atacados por una adrenalina que emerge de golpe. Una especie de fuego viral y fulminante que busca escapar de las entrañas y salir por la garganta. ¿Por qué nosotros, gente de izquierdas, conocedores de los laberintos mercantilistas del fútbol en general y del Mundial en particular; detractores de la proliferación de barras como sicarios de la dirigencia política, protagonistas ellos del querido deporte; críticos del decadente nivel futbolístico del campeonato argentino, deseamos sentarnos delante del televisor más grande y con mejor definición del amigo o pariente cercano y planificamos horarios para estar libres durante los partidos?
Porque el fútbol tiene esas contradicciones que decidimos aceptar. En definitiva, se trata de ese deporte que habla de nosotros y al que volvemos a ponerle la esperanza sin argumentos sólidos, apenas con la ilusión ingenua, infantil casi, del milagro vindicador que ponga fin (o al menos, un paréntesis) a tanta amarreta injusticia cada vez que la pelotita empieza a rodar. Ya lo dijo el periodista Ezequiel Fernández Moores cuando le preguntamos, justamente, por qué aceptamos esa contradicción: "Es una de las tantas contradicciones de la vida y se vive con ellas... ¿Por qué pedirle al fútbol que sea coherente si la vida no lo es?".
Pero interesados en ponerle palabras al juego, aprovechamos la inminencia del mundial para desandar algunas ideas, miradas y análisis que vale referir sobre el fútbol criollo.
Un negocio redondo
Primero, las aristas burdas de un Campeonato Mundial de Fútbol: los millones que despilfarra un Estado al que la FIFA le otorga el privilegio de ser sede. Dinero que, más temprano que tarde, irá a parar a las arcas de las empresas privadas (empezando por la explotación de los estadios construidos con créditos de la banca pública). Y no es que en este mundial en particular el gasto sea exhorbitante: recordemos los 520 millones de dólares que invirtió el Estado argentino en el mundial 1978...
(La nota completa en la edición gráfica)
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